Prólogo

69 3 0
                                    


(Run Boy Run - Woodkid (Instrumental) )


Estoy corriendo.

Mis pulmones se agitan. Mi corazón golpea mi pecho con fuerza. Mis piernas responden a un deseo exclusivo solo para ellas. Mis oídos se llenan de los sonidos de mis endebles jadeos y de las toscas pisadas de mis zapatos.

Hace frío y la neblina es espesa. Las ventiscas de aire son fuertes, chocan contra mi piel y la vuelven fría al tacto. El sudor provocado por el estupor de la corrida se desliza por mi espalda y moja mi camisa blanca.

Me encuentro cansado, pero eso no me detiene.

¿Por qué corro? ¿De qué huyo? ¿De quién huyo?

¿Dónde estoy?

Aquí, todo es gris.

Mis pies corren sobre pistas agrietadas, al mismo tiempo que mi vista intenta amoldarse a la neblina. Después, a la distancia, localizo las casas, grises y sin ninguna decoración frívola en sus fachadas.

Estoy en Abnegación.

No esperaba que las casas produjeran ese efecto tan terrorífico. Es la caída de la tarde —o, por lo menos, así lo presiento yo—, pero todas ellas están con las luces apagadas. No he notado que mis pies se han detenido hasta que la panorámica vista de mis ojos se convierte en una imagen estática. Giro hacia todos los ángulos, a la espera de algún abnegado, de algún conocido, de alguien que me explique qué es lo que se acontece aquí.

Pero no hay nadie.

Resoplo con pesadez y vuelvo a contemplar las casas, pendiente de cualquier movimiento. Mis pensamientos suenan como si los estuviese diciendo en voz alta.

Qué sencillo se ve todo por aquí. Qué silencioso se encuentra. Todo es simple, pero me gusta. Me gusta esa sensación de calidez que no necesita de la pomposidad para sentirse.

Quizás, si todo fuera un poco diferente, yo podría haber pertenecido a este lugar.

Quizás...

Alguien se acerca.

No solo son los pasos que oigo los que me despiertan de mis ensoñaciones. La neblina se ha retirado y muestra una alta sombra oscura que se mueve hacia mi dirección.

Caigo en cuenta de que no he estado huyendo de alguien.

Estaba yendo a su encuentro.

—¿Hola? —pregunto, sin estar seguro de ser escuchado.

No hay respuesta. La sombra se moviliza y continúa avanzando hacia mí. A medida de que la neblina se aleja, sus formas se vuelven reconocibles a mis ojos.

La sensación de mis músculos se desvanece por un momento.

Reconozco esa forma de caminar, esa postura, ese conjunto de ropas azules.

—Celeste —digo, con cierta emoción en mi voz.

No lleva puesto sus gafas. Su abundante cabello está sujetado por una cola floja y se mantiene liso, por más que las corrientes de viento frío estén empezando a soplar de nuevo. Sus ojos castaños claros están duros como la piedra. Sus labios se presionan con firmeza y forman una perfecta línea recta. No hay ninguna mueca ni expresión facial que pueda indicar alguna emoción reconocible.

Por mucho que no la he visto durante tanto tiempo, aún luce bonita. Incluso con ese rostro inexpresivo que tiene, puedo encontrar esa fascinante inteligencia que ella siempre lograba desprender, mezclada con un poco de rebeldía.

Antes de que pueda preguntarle por algo, antes de que pueda pensar siquiera, Celeste libera un objeto de su cintura y no sé lo que es hasta que ella lo dirige hacia mí.

Es negra, es brillante, es letal.

Una pistola.

Mi mente deja el reposo y continúa con la carrera que mis piernas habían abandonado.

¿Qué es lo que va a hacer?

—¡Celeste! —la llamo.

Ella no parece escucharme. No hay señal en su rostro que indique que me haya reconocido.

—¡Soy yo! —grito, desesperado— ¡Mírame!

Celeste no baja el arma. La mantiene en alto, lista para disparar.

Intento proferir un grito, pero mis pies reaccionan antes que yo. Retrocedo, y no advierto que hay una grieta detrás de mis pies, por lo que resbalo y caigo hacia atrás. Mis codos chocan con el suelo y se lastiman.

Celeste se acerca a mí, sin inmutarse ante nada. Apunta con dirección a mi cabeza y después empieza a jalar el gatillo.

—¡NO! —exclamo.

Lo último que veo son mis manos, intentando cubrir mi rostro, al mismo tiempo que escucho el inconfundible sonido del arma dando salida.

...

...

...

...inhalo aire con fuerza en el instante en que mi boca genera un gemido.

Ha sido una pesadilla.

Pero el sudor de mi cuerpo y el sinsabor de verme asesinado no ha sido producto de mi imaginación. No estoy tranquilo.

Algo está a punto de ocurrir.

Y no creo que sea bueno.    

La VengadoraWhere stories live. Discover now