Capítulo 21

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—¡Están aquí! ¡Los traidores están aquí!

Blas está gritando. Becca lo acompaña y corren hacia nosotros.

—¡Hay un grupo de nosotros en el primer piso! —chilla Becca.

Oh, no.

Los Traidores los están matando.

Corro a toda velocidad, con mis amigos a mis espaldas.

—¡Los traidores nos atacan! —Un grupo de osados que venía en dirección opuesta a la nuestra casi choca con nosotros.

Ambos grupos formamos uno solo y avanzamos hacia las escaleras. Bajamos un piso y nos encontramos con otro grupo de osados, todos corriendo por todos lados. En medio del tumulto, veo a Cuatro, pidiendo calma. No veo a su novia por ningún lado.

—¡Silencio! —exige Cuatro, aun cuando la locura y la conmoción superan su propia voz.

Los osados dejan de gritar, pero sus respiraciones agitadas retumban en el estrecho espacio donde nos encontramos.

—¿Alguien sabe exactamente qué es lo que está ocurriendo? —pregunta alguien.

Nos callamos por completo. Los disparos han cesado hacía ya un rato.

—Deben estar subiendo por las escaleras —sugiere uno.

—¿Dónde están los veraces? —pregunta Cuatro.

—Hoy es Día de Debate —contesta una osada, que reconozco como transferida de Verdad—.Todos los veraces están en el Punto de Reunión.

Entonces, pienso en Luhan.

Él dijo que tenía que irse hacia allí.

Mierda, mierda, mierda.

No soy la única que está a punto de enloquecer. Killer y otros osados transferidos de Verdad están perdiendo las cabezas por sus familias.

La conmoción se generaliza otra vez.

—¿Qué hacemos? —preguntan varios al mismo tiempo.

—¡No solucionaremos nada si perdemos el control! —dice Cuatro, frío pero angustiado.

—Escuchen al Divergente.

La voz que dice aquello es madura, calmada, femenina. No viene de ninguno de nosotros.

Todos miramos hacia atrás. Una chica emerge de las escaleras de emergencia.

Es rubia, de ojos azules y lleva gafas.

Es una erudita.

Estoy a punto de saltar hacia adelante, pero siento la mano de Killer, jalando de mi casaca.

—No hagas nada —dice con sequedad.

La erudita dirige una mirada rápida a todos los presentes.

—Estoy de su lado —dice con severidad.

Algunos osados comienzan a abuchear.

—¡Es una eructita! —brama uno.

—¿Por qué tenemos que confiar en ella? —reclama otro.

—¡Es una distractora! ¡No le hagan caso! —abuchea una última.

El semblante de la aludida no cambia. Sus gestos se mantienen tranquilos y serios, como si su rostro estuviera paralizado.

Es familiar.

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