Capítulo 32

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Empiezan con el escáner.

Nos obligan a ponernos una bata. Después, los Traidores reorganizan nuestra cola en la entrada de la sala donde se encuentra el enorme aparato. El patrón de la cola está ordenado de forma meticulosa: Annie es la primera, seguida por la niña más alta. Yo estoy justo detrás de ella, y a mis espaldas se encuentra Jeff, seguido por Aaron y luego Santiago. Al final de la cola se encuentran Lilian y el viejo Anderson.

Estamos distribuidos según nuestra edad.

La respuesta que le di a Frederick es corroborada: somos muchos no solo porque somos los controles, sino porque Erudición necesita una muestra de edades variadas. No solo requieren asegurarse de que el Divergente más fuerte pierda su fortaleza frente al suero, sino que también ataque a la Divergencia sin importar la edad.

Pero el escáner no debe de ser ni la décima parte del padecimiento de lo que Erudición planea hacer con nosotros.

Sin ponernos de acuerdo, todos los veraces–divergentes hacemos lo mismo.

Cooperamos.

Cooperamos porque no hacerlo implicaría nuestra muerte inminente, con Mike deseoso de usar su pistola. Cooperamos porque ninguno de los Traidores ni los eruditos tendrían problemas en eliminarnos en esta primera etapa. Tienen a su Divergente favorito y tienen a otros doce divergentes a quienes estudiar, por no decir que quizás tengan una facción entera —Cordialidad— a la cual recurrir para secuestrar nuevos divergentes.

Yo coopero porque quiero hacerles creer que me he rendido. Dejaré que piensen que me han destruido lo suficiente como para que me limite a hacer lo que me ordenen. No me quejo ni me muevo cuando me echo sobre la camilla y dejo que el escáner tome una foto de mi cerebro.

Estoy guardando fuerzas paras las verdaderas batallas.

*****

Cuando acaban, nos regresan a nuestra celda. Jeff y algunos más lanzan sus comentarios de fastidio de siempre, pero sé, gracias a mis facultades veraces que poco a poco están volviendo, que lo hacen para disimular.

Quizás yo no sea el único que está escondiendo sus ganas de luchar.

Cuando los Traidores se van, espero. Espero como un promedio de un hora y tengo la enorme suerte de que nadie, ni osado ni erudito, haya pasado por nuestra celda.

Es ahora o nunca.

—¿Quién estaría dispuesto a luchar? —pregunto, en un susurro.

El silencio que había en nuestra habitación se interrumpió gracias a mí.

—¿Qué sucede, Luhan? —pregunta Ferdinand, fastidiado— ¿Estás armando un plan de escape aun cuando sabes que no hay forma de huir?

—Esta no es la primera vez que nos enfrentamos a algo así —comenta Harley—. Nosotros sobrevivimos al ataque de los Traidores por los pelos y, esta vez, el asunto no tiene salida.

—No sean pesimistas —interviene Santiago—. Dinos, chico, qué es lo que tienes en mente.

—Ferdinand tiene razón —aclaro, manteniendo el mismo tono de voz—. No hay forma de huir. Harán lo que tengan que hacer y nos matarán, uno tras otro. Pero lo que sí podemos hacer es perjudicar el proceso.

—¿Algo así como sabotearlo? —pregunta Jeff.

—Exacto —sonrío—. No dejemos que nos examinen con facilidad. Frente a sus simulaciones, busquemos las salidas y los elementos que nos indiquen que lo que vemos no es real.

La VengadoraWhere stories live. Discover now