Capítulo 27

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Si lo pienso bien, mi vida en Verdad fue común y corriente. Sin sorpresas, sin nada de qué preocuparse.

Aun así, todo lo que viví en mi facción es digno de considerarse dentro de mis buenos recuerdos. Rememoro los nuevos amigos que hice, las conversaciones, los debates, la satisfacción de sentirme parte de una sociedad que se me amoldaba a mí...siempre y cuando mi divergencia no me pusiese los pies en la tierra. No obstante, cuando la vida agitada de Verdad me llamaba, yo lo olvidaba todo.

Cuando me hicieron miembro de Verdad de manera oficial, los Nacidos nos retaron a probar un cigarro y ninguno de los transferidos se negó. Fue la primera y única vez, porque no me gustó, aun cuando mis compañeros veraces deseaban tildarme de debilucho por no poder acostumbrarme al humo del cigarro.

Hacer de lado lo dañino. Era un hábito que Erudición me otorgó y que yo aún preservaba.

No obstante, no extrañé a Erudición. En lo absoluto.

No pensaba mucho en mis padres, excepto cuando el Día de Visita se aproximaba. No pensaba en mis amigos que hice en otras facciones, en un intento de ignorar aquel pasado que estaba dispuesto a dejar atrás.

No pensaba en Celeste.

Raras veces me acordaba de ella. Cuando venía la nostalgia y otra clase de sentimientos tristes, yo salía. Salía a buscar chicas con quienes perder mi tiempo y ninguna de esas salidas terminaba en algo serio. Tiempo después, dejé de hacerlo, sobre todo considerando lo fácil que es en Verdad propagarse los chismes y las bromas de mal gusto.

Mi único y genuino interés fue compartir tiempo con mis compañeros de facción, hablar solo con ellos y de ellos, debatir con ellos y contra ellos.

Nunca me callaba. Hablaba, desmentía, acusada: esa fue mi vida.

Hasta cierto punto, me reconforté con la idea de que, de algún modo mágico, me había quitado mi Divergencia de encima.

Que todas las mentiras que dije nunca me las restregarían en la cara.

Que yo pertenecía a una sociedad hecha para mí y que solo deseaba involucrarme con gente que fuera de mi facción.

Que podía ser una persona normal.

Que podía ser veraz y solo veraz.

Qué equivocado estaba.

*****

Puedo maldecir el día en que soñé con ella.

Puedo odiar el día que Verdad aceptó que Osadía se refugiara en nuestra facción y arrepentirme de formar parte de ello.

Puedo hacerlo.

Pero no quiero.

No fue hasta que Osadía vino a nuestra facción que no había notado mi habilidad de persuadir en pos de ayudar a alguien; a una mitad de facción, nada menos. Tampoco había caído en cuenta que los momentos de felicidad que yo creí haber experimentado solo habían sido momentos cortos de dopamina, fáciles de olvidar y difíciles de replicar, a comparación de aquellas últimas semanas.

Cuando hablé con Celeste por primera vez como veraz, recordé, después de tanto tiempo, que yo era Divergente. Sentí que lo que estaba muerto en mí había revivido. Otra vez, volvía a sentir nostalgia y otros sentimientos que ya podía describir.

Era como estar enamorado de verdad otra vez.

La diferencia era que no sentía que estaba enloqueciéndome por la misma persona, sino por otra diferente. Lo más terrible —o lo más hermoso— de esto, fue que todo vino con mucha más fuerza que cuando vino la primera vez. Ese era el efecto que Celeste todavía ejercía en mí, aún después de varios años sin vernos.

La VengadoraWhere stories live. Discover now