ANDRÉS, ANDRÉS FORUA...

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Me llamo Andrés, Andrés Forua, estoy cursando el segundo año de la carrera de Magisterio en Educación Primaria y me he pasado toda la tarde en la biblioteca, estudiando para el examen de Psicología de la Educación. Cierro los ojos y aún veo apuntes, líneas y líneas de teoría, siempre con los mismos nombres subrayados: Piaget (subrayado en color amarillo), Freud (en color verde), Montessori (en color azul)...

Lo único que quiero es llegar a casa, tirarme en el sofá y desconectar viendo algo interesante, aunque sé que tendré que pelear por el mando de la televisión con Verónica, mi compañera de piso morena, y Maria, mi compañera rubia.

—Chicas, hoy emiten un documental bastante interesante. Explica lo que ocurre dentro de nuestro cerebro —les comentaré—. Os parece bien si...

—¡No! —responderán las dos.

—Vosotras os lo perdéis.

—Yo quiero ver ese programa de buenorros que tienen que convivir en una isla —dirá entonces Maria. Está más que salida.

—Ni hablar —se negará Verónica—. Hoy toca Netflix. ¡Acaban de estrenar una peli de fantasía brutal!

—Perdona, pero no pienso ver pelis de dragones, pudiendo disfrutar de pibones —se opondrá mi compañera rubia con alguna rima.

Verónica —o Verony, así es como la llamamos todos— no cederá, y discutiremos largo y tendido, hasta que, agotados, acabemos viendo la teletienda, como ocurre siempre. Hogar, dulce hogar... Pero bueno, decido no adelantarme a los acontecimientos y dejar de lado mis complejas predicciones.

En este momento, ya estoy frente al portal de casa. Vivimos en un edificio bastante grande: tiene diez plantas, con cuatro viviendas en cada una de ellas. Como dice Verony, «parece un hormiguero gigante». Toco el timbre, y espero a que mis compañeras me abran.

—¿Diga? —se oye a Maria al otro lado del telefonillo.

—Maria, soy yo, Andrés. Abre.

—Vaya... Esperaba que fuese el cartero —se decepciona—. Estoy esperando un paquete de lencería sexi que pedí hace unos cuantos días. ¿No habrá una caja en el portal, no? Pedí unas braguitas con transparencias y un tanga comestible. No sé si...

Siento como la gente que pasea por la calle se gira a contemplar al chico que habla con la joven atrevida del telefonillo, y no tardo en sonrojarme.

—Maria, no hay ningún cartero, ni ningún paquete con tus bragas... —Esto último lo digo susurrando—. ¡Ábreme ya!

—¿Seguro?

—Seguro. Son las nueve de la noche, los repartidores no trabajan a estas horas.

—Mi exnovio sí que lo hacía.

—¿Simón? —recuerdo al joven mensajero con el que estuvo quedando durante una semana.

—Sí, fuese la hora que fuese, mi Simón, siempre estaba dispuesto a llenarme el buzón.

Los paseantes se vuelven a mirarme, mientras Maria ríe al otro lado del telefonillo.

—¡Ábreme de una vez! —alzo la voz nervioso y me sale un gallo. Estoy viviendo un momento más que incómodo.

—Está bieeen —cede. Por fin.

—¡Gracias!

Me dirijo a los dos ascensores que hay junto a la escalera y cuando uno de ellos llega —el de la derecha—, entro y aprieto el botón con el número diez. Espero, paciente. Es tan viejo y lento que tarda más de un minuto en subir... Hoy, además, parece que se demorará más de lo habitual, ya que al llegar a la segunda planta se ha detenido. Las puertas se abren y me topo con una chica que juraría no haber visto antes.

—Hola, ¡buenas noches! —la recibo sonriente—. ¿A qué piso vas?

Alza levemente las cejas a modo de saludo y pulsa ella misma el botón del octavo. Se pone de espaldas a mí y ascendemos. Intranquilo dirijo la vista a la línea horizontal de números que hay en la parte superior de la entrada y que indica el piso en el que nos encontramos: el segundo, como cabía esperar de un ascensor tan lento. Sin saber cómo actuar, opto por remangarme y comprobar la hora en mi reloj. Son las 21.04 h.


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¡En unas horas subo el siguiente capítulo!

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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora