EL MÓVIL

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Estoy en la cama de Rebeca, porque sí, he dormido con ella. Nos hemos pasado toda la noche juntos, gimiendo, sudando... Pero no por ninguna práctica sexual. Los gemidos se sumaban a los llantos de Rebe cada vez que hablábamos de su abuela, y el sudor se debía a la gigantesca sudadera que, tal y como avisó, no se ha quitado en toda la noche.

—Despierta, Andrés —intenta espabilarme Rebeca.

—Pero... —Me oculto bajo las sábanas—. ¿Qué hora es?

Me destapa, espera a que me desperece e informa:

—Las 6.30 h.

—¿De la madrugada?

—Sí, mi amuma está mejor. Puedo ir a verla.

—¿¡¿Está mejor?!? —me alegro tanto que temo haber sonado demasiado sorprendido.

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Me ha llamado Marquitos.

—Eh... —No quiero que piense que soy un celoso, pero—: ¿Quién... es... Marquitos?

—Marcos es un chico con el que estudié y que ahora trabaja de enfermero en el hospital. Me está apoyando mucho. Mi amuma le tiene mucho aprecio.

—Ah, qué bien... Qué majo Marquitos.

—Sí. Voy. —Me ofrece la posibilidad de seguir durmiendo—: ¿Te quedas?

—Oh, ¡no! —niego y me apresuro a levantarme.

No quiero que parezca que yo no la apoyo, porque sí que lo hago, ¡incluso más que Marquitos! De golpe, me pongo en pie, y por un momento no veo absolutamente nada. Pronto la oscura bruma comienza a disiparse y observo la carita de Rebeca frente a mí.

—¿Estás bien? ¿Quieres desayunar?

Me inclino y le doy un beso.

—Ya está —vacilo, y hasta a mí me da algo de grima mi actitud de novio pegajoso.

—Bien. —Me mira de arriba abajo y añade—: Si quieres, quédate el chándal. —Me ha vuelto a dejar ropa para pasar la noche—. Ya me lo devolverás con el otro que me robaste.

Me rasco la nuca, en un gesto teñido de vergüenza y me disculpo:

—Lo siento. Esta semana te los traigo los dos sin falta.

Ahora reparo yo en su vestimenta y me percato de que no es la de ayer: sigue vistiendo una sudadera gris, pero no es la misma. Esta es de un color más claro.

—¿Te has cambiado?

—Duchado y desayunado —suma.

—¿Y cuándo has dormido?

Se pone las gafas y se despide:

—Marcho.

—Oh, sí. ¡Vamos! —Voy tras ella, pero me detengo al no encontrar mi teléfono móvil—: Ay, mierda...

—¿Qué?

—El móvil. —Me sacudo los bolsillos—. No sé dónde...

—Te ayudo.

Sin perder tiempo, ella se dirige al salón y yo vuelvo al cuarto. Escarbo entre las sábanas sin éxito y, con la esperanza de que la búsqueda de Rebe haya ido mejor, grito:

—¿Está ahí?

—No.

—Mierda. —Abro los cajones de la mesilla, echo un vistazo bajo la cama e insisto—: Rebe, ¿lo has encontrado? —No obtengo respuesta—. ¿Rebe? —Nada—. ¿Rebeca?

Salgo del cuarto y corro al salón, donde me espera ella sosteniendo mi teléfono.

—Ay, qué bien que lo hayas... —Lo retira cuando estoy a punto de hacerme con él—. ¿Qué pasa?

Enciende la pantalla y me la acerca al rostro, lo suficiente para que la luz me ilumine la cara, sin obligarme a ponerme excesivamente bizco. Entonces entiendo lo que ocurre.


CLAUDIA UNI:

Andrés, te perdono. Me siento una idiota por haberme liado contigo, por haberte hecho una jodido mamada, pero... Leer más.


—Oh, eh, eso... ¿Un mensaje de publicidad engañosa? —disimulo, pero por su expresión deduzco que no cuela—: ¿Un virus? —Tampoco—. A ver, Rebeca, te lo puedo...

—¿Cuándo ocurrió? —pregunta, directa.

—Eh... Pues...

—¿¡¿Cuándo?!?

—El pasado viernes.

—El día que dormiste en mi casa —relaciona.

—Sí, pero —me justifico— entonces no éramos nada, así que...

—Ahora tampoco somos nada —corta.

Mi garganta se contrae, y con un hilo de voz, intento explicar:

—Rebeca, no, eso no fue...

Apaga la pantalla del teléfono, lo presiona contra mi pecho para que me haga con él, y me pide:

—Vete. Tengo otras cosas de las que preocuparme.

—No, no... Yo, de verdad que...

Rebeca sale de casa, yo la sigo y mientras cierra la puerta trato de convencerla de que no significó nada. Resulta inútil.

—Adiós, Andrés.

Monta en el ascensor, me dispongo a acompañarla pero alza la mano, y me quedo en el rellano.

—He dicho... —Antes de que las puertas la oculten, se despide—: Adiós.

La pierdo de vista, y me siento en el suelo con la cabeza entre las rodillas.

—Joder... —mascullo—. Ahora sí que va a preferir al puto Marquitos. 



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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora