LA CHEF

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Maria nos lleva al salón y cambia la canción para crear un ambiente más tranquilo. Ahora suena una melodía que desconozco. Es una música digna de sonar en un ascensor. Vaya ironía.

Las luces están apagadas, y la iluminación queda en manos de diversas velas aromáticas. Supongo que son las que a veces usa Verony para leer. Cada una de ellas tiene un delicioso olor pero, como acabo de comprobar, si se encienden todas a la vez, crean un aroma semejante al de un circo en llamas.

—Podéis tomar asiento —nos indica Maria, y señala una pequeña mesa redonda que han colocado en el centro de la sala, entre la televisión y el sofá.

No sé de dónde habrán sacado este mueble, pero la verdad, me gusta. Es una mesa muy elegante y las sillas que la acompañan —una a cada lado— también lo son.

—¿Quieres que te guarde la sudaderota? —le pregunta Maria a Rebeca.

—No.

—Que sí, mujer. O te vas a asar...

—Que no —repite.

—Pero, de verdad que...

—Maria —me meto—, deja su sudadera en paz.

—Lo digo por ella. Se va a cocer. Pero está bien —se rinde, y marcha sobre sus gigantescos tacones.

Vuelvo a coger aire cuando desaparece y aprovecho que Rebe y yo estamos a solas para preguntarle:

—¿Te gusta este improvisado restaurante?

—Es raro. —Razón no le falta. Señala dos muñecos cabezones con forma de perro que hay en el centro de la mesa y los reconoce—: Y mira. Son la Dama y el Vagabundo.

—Ya... Es cosa de mi amiga Vero. Lo siento. Son unos adornos más que ridí...

—Son bonitos.

—Preciosos —rectifico a tiempo.

Alzo la vista y veo que en la entrada del salón hay dos sombras asomadas. Una de ellas parece celebrar nuestros halagos. Es Verony. Maria está a su lado, y cuando se entera de que las he pillado espiando, desaparece llevándose consigo a Vero. Pronto regresa con la comida:

—La chefa ha preparado con todo su amor un riquísimo revuelto de setas y espárragos —informa Maria y nos sirve—. Y ahora disfrutad, ya sabéis lo bien que combinan un buen espárrago y una seta.

Yo abro exageradamente los ojos y Rebeca se pone colorada. Maria advierte su rojez y reacciona:

—Ay, ¡la bebida! Entre el calor que te tienen que dar las velas y la enorme sudaderota que llevas, tienes que estar deshidratada.

Se marcha a la cocina y vuelve con una jarra de agua y una botella de vodka. Como era evidente, ambos rechazamos la segunda opción.

—Agua para la parejita. —Nos llena los vasos, deja las bebidas en la mesa y se retira—. ¡Qué aproveche!

Nos volvemos a quedar a solas, Rebeca se remanga, descubre un reloj de pulsera de color negro, y comprueba la hora.

—Oye... —Carraspeo—. ¿Es que te quieres ir ya?

—Hasta las 22 h no tengo que volver.

—¿A casa de tu abuela? —Rebeca asiente, así que sigo deduciendo—: Entonces, te pasas el día con ella, subes a tu casa a cenar, asearte y tal... ¿y luego vuelves a bajar?

—Más o menos.

—Bueno, pues disfrutemos de tu horita libre. —Sonrío—. Qué aproveche.

Mientras comemos, ella y yo —sobre todo yo— hablamos un poco del tiempo, de mis estudios, y de lo rico que está el revuelto, hasta que, al cabo de cinco minutos, la camarera aparece de nuevo:

69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora