EL QUIÉN ES QUIÉN

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Entramos por la puerta del hospital, la señora Rodríguez señala a la recepcionista y me indica:

—Mira, a esa es a quien tienes que preguntar por la abuela de Rebe.

—Ya, me lo imagino.

Avanzo con mis compañeras pegadas a mí, y frente al mostrador de recepción, saludo:

—Hola... —Reconozco que estoy nervioso—. Vengo de visita.

—Hola —me devuelve el saludo la simpática recepcionista—. ¿A quién vienes a ver?

—A la abuela de Rebeca.

—¿Y quién es la abuela de Rebeca?

—Ay, sí. Lo siento. Eh... Sí... Se llama... —Me giro hacia mis compañeras—: ¡No recuerdo su nombre!

—¿En serio? —se sorprende Verony.

—Nos estás vacilando, ¿no? —La señora Rodríguez no da crédito.

—No.

—Andrés, ¿pretendías que nos recorriésemos todos los hospitales cercanos sin saber por quién preguntar? —me regaña Maria.

—Ay, me estáis agobiando. —Me vuelvo hacia la recepcionista—. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Por la paciente. Eh... Ella es... Es una mujer mayor, delgada, con poco pelo y canoso...

—Aunque le parezca mentira, hay muchas personas que encajan en esa descripción aquí. —Se le empieza a acabar la paciencia.

—Esta es vasca y está con su nieta. Es pelirroja. La nieta, no ella. ¡Ah! ¡Y sé que su nombre es muy raro!

—¿El de la nieta? —se confunde la recepcionista.

—No, el de la nieta es precioso, es Rebeca. Me refería al de la anciana. —Sigo con la descripción—: La señora es muy mayor, tiene pequitas en la cara, pómulos marcados y...

—Andrés, que no estás jugando al Quién es quién —masculla Verony, pero la ignoro.

—Y también sé que su marido se apellidaba Abazo. —Me lo pienso y reculo—: Espera. Esto último no lo tengas en cuenta, porque igual la anciana pertenece a la familia de la madre de Rebeca y no a la del padre.

—Eh... —La recepcionista mira a ambos lados—. ¿Es una cámara oculta?

—Ojalá —masculla Maria—. Andrés, déjalo. Qué vergüenza.

La recepcionista se inclina hacia delante y pide:

—Mire, es muy sencillo. Si dice que la señora está con su nieta, dígale a ella que baje y aclare todo esto.

—Lo haría pero, primero, no estoy seguro de que sigan en el hospital. Ni siquiera sé si han estado aquí en algún momento...

—¡Que sí! —insiste la señora Rodríguez.

—Y segundo —continúo—, ella no me contesta. Cosa que no entiendo, porque no creo que haya hecho nada tan grave como para...

—Andrés, no es tu psicóloga —masculla Maria y, abochornada, se aleja de nosotros.

—Perdone pero todo esto empieza a resultarme muy raro. —La trabajadora del hospital señala la puerta y nos invita a irnos—: Volved cuando sepáis a quién buscáis.

—No, verás, es que...

—¡Andrés! —grita Maria desde lejos.

—Sí, enseguida dejo de hacer el ridículo, tranquila.

—No, ¡no es eso! ¡Andrés, mírame! —Yo, y todos los presentes, la observamos.

Gesticula de manera exagerada y señala a un chico vestido con un uniforme verde que se nos acerca. Me cubro la boca por ambos lados y trato de que solo ella me lea los labios:

—Sí, un tío bueno. Todo para ti. —Suspiro—. Siempre igual.

—¡No es eso! Es... —Lo vuelve a señalar.

El chico pasa a nuestro lado, ralentiza el paso al percatarse de que todos lo miramos y, entonces, observo la tarjeta de identificación que lleva atada al cuello.

—¡Marquitos!


69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora