2.- Ríndete (*)

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Los días después de esa noche parecieron transcurrir con normalidad. Karen y Amanda habían llegado a mi departamento la tarde siguiente para cuestionarme el porqué de mi ausencia y yo no encontré ninguna otra solución más que mentirles.

En este punto no quería hablar o si quiera mencionar algo sobre la noche que había pasado con un completo desconocido del cual solo tenía el número —el cual se encontraba perfectamente guardado en mi bolso— ni siquiera encontraba una razón para mantenerlo ahí, pero no era capaz de deshacerme del trozo de papel. Y el nombre que para mí desgracia, recordaba a la perfección.

La excusa de que me sentía mal pareció ser suficiente como para acallar las dudas de mis amigas y al final el asunto había quedado olvidado. Tanto que momentos después ya se encontraban planeando otra noche de fiesta, noche a la cual sabía perfectamente que no iba a asistir. Ya había tenido suficiente.

—Montse, cariño ¿Puedes venir un momento? —La dulce voz de mi madre se escucha desde el piso de arriba. Cierro la revista que mantenía entre mis manos para incorporarme y encaminarme hacia las escaleras para dirigirme hacia su habitación.

— ¿Si? —Me asomo por la puerta, la sonrisa de mi madre me recibe y ella me hace un ademán para que ingrese al interior de la habitación.

El habitual olor a rosas de la colonia que mi madre suele utilizar llega hasta mí, a sus casi cincuenta años de edad aún se mantenía lo suficientemente conservada como para mantener su atractivo.

—Tu padre y yo tenemos que hacer un viaje de negocios —Informa — ¿Te ha dicho algo? —Niego en forma de respuesta. Camino hacia ella y me dejo caer sobre el borde de la cama.

—¿Por cuánto tiempo se van? —Inquiero. —El último viaje que hicieron fue bastante extenso.

—Lo sé cariño, me temo que éste será igual—. En cuanto escucho la respuesta de mi madre inmediatamente plasmo una mueca en mis labios.

No me hacía demasiada gracia quedarme mucho tiempo sola en la casa, a pesar de contar ya con la edad suficiente como para independizarme no quería hacerlo. No aún. Este lugar había sido mi hogar en mis veintidós años de vida, y me rehusaba a abandonarlo.

La única vez que consideré hacerlo fue cuando Anna, mi mejor amiga, sugirió que podríamos ir a vivirnos juntas. Pero esa idea había sido descartada porque ahora ella era felizmente una mujer casada.

— ¿Por cuánto tiempo van a estar fuera? —cuestiono, los viajes de negocio de mi padre solían ser extensos. La casa de mis padres era enorme, demasiado como para pasar un par de meses sola. Era demasiado aburrido.

—Casi tres meses, tal vez un poco más. —Mi madre tampoco parece feliz con la idea de estar mucho tiempo fuera, sin embargo, tampoco dejaba solo a mi padre en sus viajes, en cada uno de ellos él siempre le decía que fuera con él y ella nunca se negaba.

Suelto un suspiro resignado mientras me dejo caer en el suave colchón.

—Bien, entonces creo que no tendré más remedio que resignarme —mi madre sonríe.

—Tal vez puedas pedirle a uno de tus hermanos que venga. —sugiere.

—Oh, no —respondo —tener a Caleb aquí sería convertir esta casa en un club nocturno y Luke, bueno, él vive en el gimnasio, mamá. Prácticamente sería como estar sola.

—No es tan malo, cualquier mujer de tu edad mataría por tener casa sola —la sonrisa divertida que mi madre coloca me hace rodar los ojos. —Lo que me hace recordar ¿Cómo estuvo tu salida con tus amigas? ¿Algo interesante que contar?

Inesperado Amor ©||EN EDICIÓN||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora