3. Fortuna

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Quien encuentra fortuna

La abraza con alegría

La gasta

Una sabia

La mide

La estudia

Sabe cuándo no desgastarla

AITANA

Improvisar no había formado parte esencial de mi yo consciente, consideraba los golpes de suerte medidas desesperadas de creer en algo para cuando uno se sentía perdido, y yo necesito meditar todo, era una persona ordenada, con capacidad de reacción, raciocinio y sobre todo siempre tenía un plan trazado con los objetivos claros.
Mis padres siempre decían que ellos eran los niños de la casa y que yo había madurado muy pronto, así que improvisar esencialmente no era lo mío.

No obstante algunas veces debía permitirme dudar y dejarme apoyar.
Normalmente lo hacía una persona en concreto extorsionándome con cosquillas o si estaba a kilómetros me chantajeaba con confesar secretos, que de sobra sabía que no saldrían de sus labios. En el fondo yo me forzaba a dejarme ayudar y eso había permitido ayer, puesto que la noche anterior había llegado al punto de discusión con Marta de que tras el último examen de Julio iba a plantearme si realmente merecía seguir haciendo la carrera de Derecho…

En los últimos meses mi ansiedad crecía, mi pelo caía y según decía mi amiga mis ojos estaban perdiendo el toque verde cacterístico…¿quién quiere tener los ojos marrones después de haber tenido la esperanza del verde en ellos? Preguntaba ofendida Marta para hacerme reaccionar a que no estaba bien conmigo misma.
Me rogó que simplemente me planteara un trabajo u actividad alternativa que hacer  mientras meditase si debería seguir en derecho, sabiendo que si estaba entretenida tomaría mejores decisiones sin torturarme demasiado a mí misma, por ello le seguía en parte el juego a Amaia con lo del gimnasio.
Era muy tozuda en lo de elegir mis actividades y decisiones, como diría mi madre soy muy mía, pero permitía dejarme llevar sobre todo cuando confiaba en alguien, por ello cuando Amaia toma la batuta en nuestro rumbo y se desvía hacia la cafetería frente al conservatorio la sigo sin más.

Amaia era así, cambiaba de destino como una veleta; su objetivo inicial era ver el gimnasio, pero terminamos en la cafetería.
Con la aparición del folleto deduzco que al menos me ahorraba el camino hasta el final de la calle, donde indicaba que quedaba el gimnasio, al que inicialmente pretendía ir mi amiga, realmente estaba a tan sólo unos 7 minutos caminando según las indicaciones de ese papel.
Ese folleto, el cual observaba con más esmero del que normalmente mostraría por un rostro que me atrapaba.
Nunca me había parado a pensar porque alguien te parece llamativo, ¿y este chico porqué me llamaba la atención?
Tal vez es la camiseta azul que resaltaba el cuerpo de la persona que aparecía ahí, en la parte inferior del folleto, o tal vez por la pose casual y distendida, tan sosa pero a la vez tan graciosa por la sonrisa que proyectaba ese rostro, ¿sería el dueño del gimnasio? Reconocía ser muy curiosa, por ello pregunté a Amaia por él.

-Aitana tía, que buenorro…-soltó Amaia con su desparpajo natural.

-¡Amaia!-le reprendí-me refería a que curioso, mira la pose, que pasota y …

-Y…que pena que la foto esté solo de medio para arriba…-me dijo alzando las cejas y acercándose a mirar el folleto juntas.

Me sonrojé de saber por dónde iban los pensamientos de Amaia, intento evitar mirar de nuevo el folleto  y me concentro en unirme a su camino para entrar en el bar, aunque para decir verdad, sino acabáramos de entrar al establecimiento yo le seguiría el juego de ese hilo de pensamientos, pero estábamos en público así que me limité a colocar ahuecando mi mano en su barbilla haciendo que recogía la baba.

EN LOS MAPAS DE LA PIELWhere stories live. Discover now