54.Tormenta

1.8K 84 145
                                    


Fui una nube

Quise ser viento para envolverte

Quise quemarme con tu calor

Pero granizó para dañarnos

Creamos una tormenta

Y el sol huyó

Llevándose frío y calor

Dejando desnudo y descalzo mi cuerpo

Mis intenciones y mi corazón

Pero sueño con que cualquier día

La lluvia nos vuelve a sentir

Mis venas ya ni son mías, como mis manos tiemblan, como arrastro los pies y masajeo mi sien, como aplasto mis nudillos con mis dedos, como giro sobre mí mismo dejándome castigar por el frío del casi invierno. No es mío mi aliento, ni mi voz, ni al parecer mis caricias ni mis sentimientos.

Sólo queda mi enojo, mi enfado, mi rabia, mi suelo, ese que me quiere ver caer, ese que me devuelve a la realidad dejando helados mis pies, porque fuera ha empezado una tormenta, que apenas aunque intente granizar se compara con la que llevo en mi interior.

Con la tormenta que puede ser mi vida, mis decisiones o quizás no mi vida ni mis decisiones, sino la estúpida prepotencia de querer merece ser algo que no soy, de querer obtener el sol, atraparlo sin quemarme, ser Ícaro, porque igual de estúpido he querido acercarme con alas de cera y éstas han cedido dejándome caer.

Porque aunque haya tormenta el sol sigue quemando allá donde está, la noche tan solo no deja verlo, pero aún noto su calor en mi cuerpo, y me ha quemado dejando rastros en mi piel que con una lágrima toco paso a paso con mis dedos temblorosos observando mi cuerpo desnudo frente al cristal de una mampara que no nos ha visto caer, aunque sí otras.

La rabia me inunda.

Se había ido.

Después de todo había huído.

Me había ocultado algo de Gaby, algo de mi hija o hijo, y aún así sintiendo la confianza pendiendo de un hilo me había lanzado al vacío aferrándome a ese hilo y había dicho lo que sentía.

Estúpido.

Me he enamorado de ti…

Que frase tan tópica y tan difícil de pronunciar…Y ella había conseguido sacármela con simplemente hacerme enfadar, a mí que jamás levantaba la voz, a mí que nunca me enfadaba.

Ella era mi talón de Aquiles, era mi tormenta particular, porque venía e iba pero siempre sacaba potenciado por mil lo que sentía con ella, conmigo mismo, con todo. Potenciaba todo hasta sentir que vivía de verdad, y eso es algo por lo que sabía que estaba enamorado. La esperanza y la ilusión me la devolvía ella.

Aitana… Aitana siempre era tensión buena para mí, porque cada sonrisa de ella era tensión antes de un roce, una mirada, un sonrojo, un pique, un acercamiento, un fundirnos en el otro con los ojos, con las manos o con todo el cuerpo, matando con su nombre en la frente, o quizás más abajo en mi boca, la suya o el corazón, el mío, el suyo intuyo que aún lo tiene protegido de la locura que es nuestro “algo”, aunque lo catalogase de “importante.”

Sé que me sentiría culpable docenas de veces, pero lo cierto es que aún sabiendo que iba a ser padre si era sincero conmigo mismo, ella estaba encabezando mi lista de pensamientos y prioridades. A veces me sentía sucio por ello, por pensar en el largo de sus piernas o el verde de sus ojos antes que en el tamaño que ya tendría dentro del vientre de su madre mi pequeño retoño o si tendría rizos.

EN LOS MAPAS DE LA PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora