28.Sirenas

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Dime qué camino no te lleva al mar

Dime que no existen las sirenas

Que sepan cantar

¿Todo lo que oíste fue un eco en el mar?

No quiero ser el marinero perdido en altamar


Las agujas del reloj caminan lentas, cambian los horarios, los tiempos, los minutos juegan y dan la vuelta en tu vida dilatándose o contrayéndose a su antojo, jugando contigo y conmigo, con todos y a la vez con nadie.

La percepción nos juega la mala pasada de disfrutar poco lo efímero y de dilatar mucho las angustias que topamos en nuestro camino. No sabemos no dramar por antonomasia, igual que no somos explícitos en muestras de cariño el cincuenta por ciento de las veces.

Parece lento desvestirse y eterno volver a ver cubrir la piel en la que te podrías quedar a pasear a pesar de mareas contrariadas, sin embargo pasa lentísimo el tiempo cuando lo único que quieres es no ver una piel que no entiendes como tuya y aun así tiene más de ti de lo que nadie alcance a ver.

No quiero tener que temer la piel de Gaby y su contacto, sin embargo me resulta ajena cuando sé que dentro de ella crece mi propia piel, una parte de mí que dejé y una parte de ella que la mece.

No quiero tener que temer la piel de Gaby cuando intenta abrazarme para pedirme que me quede a su lado porque siente miedo.

No quiero tener que temer que tenga que auxiliar la vigilia tras unos desastrosos síntomas que no puedo padecer por ella.

No quiero tener que temer ser el guarda de sus sueños y no saber cómo aportar el cariño y familiaridad que merece.

No quiero tener que temer asistirla cuando gritos ahogados salen de su boca al ver sangre en su ropa interior y temer por parte de mí y de ella.

No quiero tener que temer la piel de Gaby bajo las manos de médicos tratando de alcanzar a comprender que no va bien.

No quiero tener que temer la piel de Gaby entre los brazos de su madre aislándome del sitio que me corresponde pero que tampoco sé si quiero estar.

Los días pasan eternos, tres días de suplicio llevo, tres días, el miércoles Gaby accedió a hablar conmigo al fin y salir de casa de su madre para hablar como personas civilizadas, sin embargo su escasa dote dialéctica similar a la mía se redujo a llegar a la conclusión de que ese ser que engendramos era cosa de dos y de que yo no los iba a dejar tirados, sin embargo los vómitos y la leve fiebre de Gaby dejó la conversación a medias y mi agobio por no saber qué hacer se tornó en ceder a su petición de quedarme a su lado permitiendo sostener mi mano en sus idas y venidas al baño y posteriormente sentado junto a su cama hasta que cayó rendida allá a las dos de la madrugada.

Mi cuerpo notaba tan ajena su piel que me sentía incluso culpable, porque ella necesitaba más, un abrazo que no le negué pero que no llegó a ser sincero, una caricia en su estómago que no me atreví a efectuar y un beso que buscaba y egoístamente agradecí que fuera interrumpido por una arcada de ella.

Me sentía deplorable por no sentir nada por ella, alguna vez sentí, si busco en el fondo de mí lo sé, pero ya no veía luz entre nosotros, y la insistencia de Gaby por el “quédate” “no me dejes sola” “no puedo hacerlo sin ti” me hacían sentir errado y culpable de la situación.

EL sofá me sirvió de soporte no para dormir ya que no pude, sino para descansar el cuerpo y poder asistir a mi trabajo, aunque el jueves por la tarde su llamada me hizo volver a su lado para encontrar una histérica Gaby agobiada por una mancha roja en su ropa interior.

EN LOS MAPAS DE LA PIELWhere stories live. Discover now