46. Refugio

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Temer es humano

Errar aún más

Quizás huya algunos días

Tal vez me encuentre otros

No siempre estaré en pie

Algunos días la soledad temeré

Otros la anhelaré

Pero siempre habrá un refugio

En mi misma


AITANA

No somos consciente de cómo nos lleva la pena a los extremos hasta que un día te das cuenta de que ni tan siquiera teniendo el día ocupado por muchos amigos reclamándote y familia deseando mimarte te sientas que sólo quieres que pase el día para llegar a tu cama, aferrarte a esa almohada que te trae mil recuerdos con letras que te dicen que eres el mejor hijo, amigo o amor y que te da la seguridad de ahogar tus suspiros, lamentos y pesares en el mejor de los casos, porque en otros ahogas lágrimas si es que te quedan.

Quizás la gente piense que es mejor estar entre unos brazos todas las noches a la soledad de tu cama y una almohada sirviéndote de aguante, sin embargo a veces es necesario, la soledad a veces puede salvarte y sanarte, ser tu refugio. A pesar de todo convivimos con uno mismo más allá de cualquier cosa y hacernos fuertes es un proceso largo, duro, lleno de altibajos como el madurar y realmente es tu propio proceso, por mucho que otros quieran darte la mano para ello el camino es tuyo.

Otros días nos parece que esa almohada sí que quieres que sea alguien, alguien que al caer el día te acaricie y simplemente puedas respirar sin más, y cuando descubres que esa persona ya no es la misma un pedacito de tu alma madura de golpe.

Hay heridas de esas caídas y en esta ocasión no sólo mi muñeca estaba lastimada, sino también mi orgullo, mi amor propio por haber hecho las cosas sin orden a como acostumbraba  y sentía el peso de la indiferencia de esa persona que fue mi refugio, creando una distancia insalvable que nunca pensé que sería un golpe de realidad para madurar ambos como no sabía hasta ahora que necesitábamos.

Y es que llamar a Pablo al salir del hospital no fue buena idea, había llamado a mi madre mientras me despedía de Luis para saber cómo me encontraba, por lo que se preocupó de mí pero por otra vía, optando por huir de mí, y eso dolía.

Yo no había tenido el atrevimiento de preguntar qué tanto habló con mi madre para que no contestara mis llamadas y sólo me pusiera un mensaje diciendo que hablaríamos cuando pasaran unos días y volviera de una convención de veterinarios a la que iba a Madrid.

Por costumbre le escribía, pero él dejaba en visto mis mensajes excepto un día que se dignó a decir que había llegado de la convención tarde y se había olvidado de los mensajes, cosa que no me extrañaba en su descuido, pero que antes sé que jamás habría pasado más de un día sin hablarme.

Por costumbre aún así cedí yo y le pregunté qué tal le había ido y los mensajes tardaban en ser contestados para dar paso a una monótona conversación de incesantes “¿Qué tal?” “No sé” “¿Por ahí bien?” “El trabajo bien” “Cuídate” por ambas partes. Esa conversación no sanó nada sino me dejó peor, después de nuestro último encuentro donde apenas recogió camisetas de mi casa y tras ese polvo contra el escritorio de mi cuarto hace semanas no habíamos sabido nada el uno del otro hasta el suceso del ambulatorio,  y poniéndome en su lugar,  si yo em enterara de que mi aún novia se acaba de romper una muñeca por follar con otro en su casa y enterándose sus padres así de que estamos en un impass también me habría puesto a la defensiva.

EN LOS MAPAS DE LA PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora