Ella empieza a presenciar raros acontecimientos en su hogar. Está aterrada.
Decide empezar a escribir notas en su celular por si algo algo grave ocurre. Serán su testimonio.
Más allá de nuestra galaxia alguien llegó para hacerla cuestionarse no habe...
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SEPTUAGÉSIMA QUINTA NOTA
Había probado acercarme a Yoongi con paciencia, esperando que él lograra abrirse conmigo en aquello de lo que su mente lo estuviera culpando. Sin embargo, hoy intente ir más allá, dar un empujoncito.
Probé con la música, le gustaba, sabía que era las melodías producidas por cantantes y compositores de este planeta. Las naturales llaman su atención exponencialmente. Mi mejor lírica, entonación fui hacia a Yoongi a dedicarle la canción que estaba acompañándome en la última temporada y no dejaba de repetirse cuando iba por ahí.
Seguí cantando mientras apoyaba mi cabeza sobre su hombro, posiblemente mi voz no sonaba nada bien comparada a la de Yoongi, es talentoso en el canto, simplemente me dejé llevar en mi afán de cantarle con cariño.
Mi canto le prestó atención hasta el final.
《Me encanta que seas tú quien me cante, es una fantasía. Significa muchísimo. Gracias 》
Dijo el pelinegro en un hilo de voz, por un segundo creí que la chispa que lo caracterizaba, esa chispa paciente y ardiente a la vez flamearía de nuevo con normalidad, la entonación de mi canto solo contento unos segundos sus labios, después siguió con esa sombra que caía sobre su cuerpo.
Más tarde, intenté otra fórmula, Yoongi no había mencionado tener un cumpleaños, fui a la pastelería cercana, compré el pastel que mis posibilidades me permitieron adquirir, supuse que dada su procedencia lo a dejado pasar, quizá no era importante celebrarlos en su planeta. Puse una vela blanca decorativa y se la entregué en sorpresa.
《No sé la fecha exacta de mi nacimiento en el calendario terrestre. Es cierto, celebrar nuestro cumpleaños no es importante en Bangtan, menos si no tienes alguien con quien en verdad deseas compartirlo. Eres mi primer cumpleaños. Este será el día》
La receta de conseguir su alegría fallo de nuevo cuando la aguja del reloj corrió. Estaba hiriéndome empeñándose aferrarse en esa herida que irrumpió en su pecho.
Fui a colgarme en su cuello, hacerle mimos en su carita pálida.
Dando pasos grandes fui al escondite donde dejé la flor blanca que arranqué de un jardín, la conservo, se la puso en el bolsillo de la camisa del mismo color que usaba.
En el anochecer volvió salir, se disculpó diciendo que debía resguardar algunas cosas en su nave, esas de las que no se podía hacer cargo desde acá.
