Capítulo 23: Vecinos molestos

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9 de marzo de 2015.
Londres, Inglaterra.

Las cosas no han estado tan tranquilas. Hay vecinos tranquilos y otros que son una molestia que dan ganas de aplastarlos como ratones. Es como si les hubieran dado de comer plutonio, porque no son capaces de respetar a otros. Si uno les dice algo, te dicen que es el "precio de vivir en comunidad". 

Les diré algo: el "precio de vivir en comunidad" será el boleto para que se vayan al Averno. Mis hijas no pueden hacer sus tareas, jugar en el patio e incluso dormir. Todo porque ellos están remodelando su maldita casa que está pegada a la nuestra. Para un gato, es lo peor. Cada martillazo te deja sordo.

Por lo que, si bien Celeste no me deja que haga maldades, realmente me da lo mismo. Los trabajadores que estaban en la casa querían descansar. Me infiltré y les saqué su colación que tenía atún. Primero, porque no dejaban de molestar a mi familia. Segundo, porque me miraron feo por ser un gato negro. Por último y la razón más importante de todas: el atún.

Sí, ese pescado es irresistible para mí y esos humanos no se lo merecían por pesados. Así que, me dirigí al tejado y estaba feliz comiendo la comida que estaba bastante buena, hasta que Celeste me miró feo. Pero, me dio lo mismo por todo lo que estaba soportando, por culpa de esos bastardos y los vecinos que no dejaban vivir. 

Cuando decidieron descansar, vieron que su almuerzo ya no estaba y se culpaban mutuamente por no haberlo cuidado mejor. Es verdad, si ellos no son capaces de ver que hay un gato que les quiere joder la vida, no es mi culpa. Así que, punto, set y partido. Jaque mate. ¡Que se jodan!

Hasta ahí, todo bien. Me di cuenta que ellos no tenían dinero para comprar comida y no habían desayunado. Pensaban trabajar todo el día y comer más tarde. Celeste seguía mirándome con una cara de enojo que daba miedo, pero... No es mi culpa... ¿Cierto?

Claro. Por como cuento las cosas, nadie va a entender mi punto de vista, dirán que soy un gato hijo de puta que intenta arruinarle la vida al resto. Pero, no soy tan malo con los humanos. Celeste me dio un almuerzo que preparó para esas personas. Llegué al lugar con la bolsa y se las entregué, como si fuera un cachorro. Les avisé y estaban felices porque tenían comida. Era lo mínimo que podía hacer y esa rabia no debería consumir mi razón. Aunque, el sabor del atún en mi boca no me lo quitará nadie. 

Vincent Peterson

Diario de un Gato Negro: Las desventuras de VincentWhere stories live. Discover now