IV

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El dominador alargó el brazo derecho para acariciarle el rostro a la muñequita, que lo presionó contra la mano de aquél mientras se la besaba. Él continuó acariciando su mata de cabello castaño.

«Si realmente es sumisa, le gustará someterse a un amo», se recordó Ariana. Aun así, en cuanto lo vio tirarle de la cabellera no pudo evitar suplicar:

-¡No, no lo hagas!

El dominador la agarró por la melena y la obligó a levantar las rodillas. Ella se mantuvo allí, suspendida entre aquel puño y el suelo, con la cara contraída por el dolor.

Completamente vestido, él arrastró la desnudez de su cautiva por la habitación hasta una silla otomana que había delante de la chimenea. Luego empujó a la chica hacia aquel mueble gigantesco al que ella, obediente, se subió para colocarse a cuatro patas frente a su dominador, que permanecía erguido delante de ella.

Ariana, que ya había visto a su vecino subir a una chica a la otomana, sabía de sobra lo que vendría después, así que juntó los muslos y los apretó con fuerza mientras disfrutaba de la sensación de calidez que le iba naciendo en la entrepierna.

El dominador caminó hasta un paragüero que había cerca de la puerta principal y, después de sacar de él lo que parecía una vara de caña, volvió a colocarse detrás de la muñequita. Ariana no podía verle la cara, así que no sabía si había ordenado algo más antes de elevar el accesorio y dejarlo caer con fuerza sobre las nalgas desnudas de la chica. En cuanto notó el contacto de la caña sobre la piel, la muñeca arqueó la espalda. Inmediatamente, el dominador volvió a levantar el brazo y trazó de nuevo un arco con la vara que se estrelló con fuerza en el trasero de la joven. Esta vez, la muñequita se tambaleó hacia delante de modo que acabó con medio cuerpo fuera del mueble. El dominador reaccionó negando con la cabeza, arrojó el bastón al suelo y se marchó de la habitación pisando fuerte. La muñequita se volvió hacia él con una expresión de súplica, aunque sin decir nada, mientras él se dirigía a la mesa del despacho y abría un cajón. A Ariana se le agarrotaron los músculos del hombro por la tensión; sabía bien lo que había en aquel lugar.

El timbre del teléfono la distrajo de lo que estaba ocurriendo enfrente. Cuando volvió a sonar, Ariana se debatió entre contestar o no. Si se trataba de su madre, no responder implicaría una retahíla de insistentes llamadas a intervalos de veinte minutos hasta que por fin descolgara incluso si ello implicaba seguir telefoneando hasta las dos de la madrugada.

«Mejor lo cojo ahora.»

Corrió hacia el cuarto de estar rozando a su paso las cortinas y contestó, por fin, al cuarto timbrazo, justo antes de que saltara el contestador.

-¿Dígame? -preguntó sin aliento.

-Has sido una niña mala, Ariana Austen -decretó una voz masculina al otro lado de la línea.

-¿Quién es? -quiso saber Ariana. Debía de tratarse de alguno de sus hermanos o de algún amigo.

-Soy la Justicia -la voz se detuvo de modo que a Ariana le dio tiempo a pensar si se trataba de Matt, su hermano mayor-. Has estado espiando a tus vecinos, ¿te has parado a pensar cómo se sentirían si se enteraran?

El corazón de Ariana empezó a palpitar con fuerza. «¡No! Esto no podía estar ocurriéndole a ella» Con el cuidado que había tenido, era imposible que la hubieran visto.

-No sé a qué se refiere -contestó con una voz gélida-. Voy a colgar ahora mismo, y si vuelve usted a llamar, avisaré a la policía.

Colgó el aparato con fuerza. ¡Dios, Dios, Dios! Ariana se mordió el labio inferior y se quedó mirando el teléfono.

¿Y si de verdad la habían visto? A lo mejor alguien lo sabía. La realidad caía sobre ella con todo su peso. Si algo salía a la luz, podían detenerla, podía perder su trabajo. En ninguna empresa querrían contratar como trabajadora social a una persona a la que le hubieran imputado delitos de índole sexual, porque el empleo implicaba visitar familias. ¡Y su madre! Dios santo, ¿qué diría su madre?

Ariana trató de pensar a pesar del pánico que iba invadiéndola por momentos. Primero decidió sacar el telescopio del balcón. Tenía que sentarse y planificarlo todo con calma...

El teléfono empezó a sonar de nuevo. Ariana lo miró aterrada como un ratón asustado ante una serpiente. No se movió ni un ápice. Un segundo timbrazo... Un tercero... y, por último, un cuarto.

El contestador saltó y Ariana pudo oír la misma voz de hombre de antes.

-Eso no está nada bien, Ariana. No puedes esconderte de la Justicia. Si no me crees, echa un vistazo al felpudo de tu puerta. Esperaré.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now