XIX

642 21 1
                                    

Ariana colgó y se dirigió a la puerta consciente de que aquello no quedaría así: su madre se la devolvería con creces. Por ahora, a pesar de todo, Ariana podía disfrutar con la imagen de Victoria Austen completamente desencajada, sentada y con la mirada clavada en el teléfono.

Al cabo de unos minutos entró en el Jane's y echó un vistazo.

El bar era el típico local de barrio: máquinas de discos de vinilo a lo largo de dos de los lados y mesas pequeñas abarrotadas en el centro. Contaba también con una minúscula pista de baile que los fines de semana hacía las veces de escenario; aquella noche, por ejemplo, había un dúo, una pareja de la zona que tocaba a cambio de copas y propinas.

Eran las diez y media de un sábado por la noche y el bar estaba bastante lleno, de modo que Ariana tuvo que conformarse con una mesa situada más cerca de la pista de baile de lo que quería. Se sentó y sonrió a Pete, el camarero, que, tras asentir, le entregó un botellín de cerveza, su habitual Budweiser Light, a Annie, la camarera, después de decirle algo.

-Hola, Ari -saludó Annie al depositar el posavasos y la botella-, ¿dónde está Leah?

-Ha quedado con un chico. Yo estoy esperando al mío -le gustó poder pronunciar aquellas palabras.

-Muy bien, avísame si me necesitas.

-Esta bien, gracias.

Había una sola pareja en la pista de baile y Ariana los escrutó con actitud crítica: más que bailar, estaban toqueteándose.

-¿Quieres bailar?

Ariana levantó la cabeza y se encontró a Dennis, que mostraba una sonrisita burlona. Dennis también solía ir a aquel bar casi todos los fines de semana, y siempre con ganas de ligar. Leah y Ariana solían reírse de él por aquella obstinada búsqueda de entrepierna..., que acaba encontrando más a menudo de lo que ellas imaginaban. En cualquier caso, no es que estuviera bien, su éxito residía más bien en lo decidido que era.

-No, gracias, Dennis -respondió.

-¿Y por qué no? Tú estás sola, yo también y es sábado por la noche. Podemos hacernos compañía.

-No, gracias -repitió.

-Venga, anda, baila un poquito conmigo. Te invito a una copa.

-Creo que la señorita ya le ha dicho que no -tanto Dennis como Ariana se pegaron un susto. La familiaridad de aquella voz hizo que Ariana abriera los ojos exageradamente y tensara los muslos-. Siento el retraso, cielo -se disculpó Edward antes de inclinarse a darle un beso en la mejilla a Ariana.

-N-no te preocupes -tartamudeó ella.

Edward se incorporó y se quedó mirando a Dennis.

-¿Sigues ahí todavía?

Dennis mostró las dos palmas de las manos en actitud tranquilizadora.

-Lo siento, tío. No pretendía cazar en tu territorio -respondió antes de retirarse con andares desgarbados en busca de una nueva presa.

Edward se sentó en la silla que había al lado de la de Ariana. Se inclinó y le olió el cabello:

-Maravilloso, lo sabía.

Luego se recostó y le dedicó una sonrisa. Ariana, por su parte, se mantenía demasiado ocupada observándolo como para hablar. Edward no había mentido sobre su cabello castaño y con risos; a Ariana no le costó intuir los cabellos incipientes. Iba perfectamente afeitado y tenía aspecto de ser del centro del país: de mandíbulas marcadas y un aire ligeramente nórdico. Tenía los ojos verdes y una boca bastante fina. Ariana se lo imaginó chupándole el pezón y notó que el sexo se le estremecía. Edward llevaba puesta una camisa azul, unos vaqueros y una cazadora.

De repente tomó a Ariana de la mano y la invitó a salir a la pista.

-Vamos a bailar, encanto.

Ella le dejó que la guiara hasta el centro del local. El dúo musical estaba disfrutando de un descanso y por losaltavoces sonaba ahora una balada romántica de la década de 1990. Edward atrajo a Ariana hacia él de modo que le rozaba la frente con los labios, tan cerca, que al respirar le movía algunos mechones de cabello.

Ariana medía un metro sesenta y cinco y él llegaba por lo menos al metro ochenta. La presión del pene contra su vientre le hizo deducir que Edward estaba encantado de estar allí.

Ariana apoyó la cara sobre su hombro derecho y rodeó a Edward con los brazos. Bailaron en silencio disfrutando de la música y de su mutua compañía. Él se rozó contra ella, aunque de ningún modo de la forma en que el otro chico que había en la pista lo había hecho con su pareja un poco antes. Para cuando acabó la canción, el pianista y el guitarrista ya habían regresado del receso. Edward llevó a Ariana de nuevo hacia la mesa y apartó la silla para que ella se sentara.

-¿Paso el examen, entonces?

-Yo creo que sí -respondió Ariana con una sonrisa-. ¿Cuándo me viste en el balcón por primera vez?

Edward negó con la cabeza.

-Nada de preguntas.

-Eso no es justo, tú acabas de hacerme una.

Edward sonrió.

-Tienes razón. Tendría que haber dicho «nada de preguntas curiosas». Vamos a disfrutar de la noche y el uno del otro.

Ariana se quedó en silencio. Tampoco tenía muy claro qué responder a aquello. Edward acababa de eliminar la posibilidad de emplear las típicas preguntas de una primera cita, como «¿dónde vives?», «¿a qué te dedicas?», «¿cómo te llamas?»...

Edward alargó el brazo para colocar su mano sobre la de Ariana.

-Sé que todo esto te resulta extraño, pero también lo es para mí. Te dije la verdad cuando te conté que nunca había hecho algo así en mi vida.

-Pues se te da de maravilla -replicó ella casi en un murmullo.

Antes de que Edward pudiera reaccionar, Annie apareció para tomar nota del pedido: una Coors para él y otra Budweiser Light para Ariana. Cuando se quedaron solos de nuevo, se produjo un momento de silencio incómodo.

Aunque Ariana trataba de pensar en algo que decir, parecía que la mente le funcionara con lentitud.

-Cuéntame algo de ti que no sepa nadie -propuso Edward.

Ella ladeó ligeramente la cabeza:

-¿Algo de mí que no sepa nadie? Dame un momento para hacer memoria.

-No, no; dime lo primero que te venga a la cabeza.

Ariana esbozó una sonrisa de arrepentimiento.

-Bueno, después de pasarme los últimos minutos tratando de pensar en algo que decir, lo primero que se me ha ocurrido es que me he leído la serie completa de Zane Grey.

-¿Zane Grey? - Edward frunció el ceño, sorprendido-, ¿te refieres al escritor de novelas del Oeste?

Ella asintió al tiempo que acariciaba con un dedo la botella de cerveza.

-Cuando tenía doce años, estaba loca por mi vecino, Tim Shores, al que le encantaban las obras de Zane Grey, de modo que empecé a leérmelas con la intención de tener un tema de conversación para hablar con él.

Edward sonrió.

-¿Funcionó?

Ariana negó con la cabeza entre risas.

-Me temo que no. Creo que fue porque no logré dar con la forma de transformar Jinetes de la pradera roja en una conversación que pareciera espontánea.

La risa de Edward era agradable, cálida y amable.

-Te toca -le recordó Ariana-, cuéntame algo de ti que no sepa nadie.

Él inclinó la silla hacia atrás de modo que sólo quedó apoyada en las patas traseras.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now