XIII

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El sábado por la mañana, Ariana se despertó a las nueve y media, mucho más relajada que en las últimas semanas. Tumbada cómodamente entre almohadas, se dedicó un rato a pensar en la noche anterior. Siempre había sido una persona cuidadosa, organizada y disciplinada; nada que ver con la mujer que hacía unas horas se había desnudado para masturbarse con un consolador, mientras se excitaba manteniendo una sexual conversación telefónica con un desconocido. Y, sin embargo, no recordaba haber estado así de encendida antes, ni siquiera cuando se había acostado con Aidan.

Después de salir con Aidan Shaw durante cuatro meses, él la había dejado, justo antes de que ella cumpliera los 21. Tres semanas después, Aidan había empezado a salir con Daiana, su hermana pequeña. Y ahora iban a casarse, otro pequeño notición que le había costado aumentar otros siete kilos a Ariana, quien, desde entonces, no había vuelto a acostarse con nadie.

No es que hubiera estado enamorada de Aidan. En realidad, estaba bastante segura de que no lo había estado, pero lo de dejarla y empezar justo entonces a salir con su hermana pequeña la había destrozado.

Ariana no podía dejar de preguntarse si lo de su sobrepeso habría sido una de las razones por las que a Aidan se le habían quitado las ganas de estar con ella. Después de aquello, la idea de desvestirse delante de un amante potencial le resultaba insoportable.

Puede que aquello explicara lo fantástica que había resultado la noche anterior. Había sido capaz de disfrutar al máximo sin sentirse en absoluto avergonzada. Bueno, por lo menos no hasta que todo hubo terminado.

Ansiosa por olvidar todo lo que había ocurrido, se levantó de la cama de un salto y fue directa a la ducha. Tenía recados que hacer y había quedado para comer con sus amigas Dora y Leah a las doce. Puede que, si tenía tiempo, se pasara por el Museo de Arte y se diera una vuelta por la exposición barroca.

Ariana ya esperaba sentada en la terraza del D'Maggío's de cara a la entrada cuando Leah Reece entró como una exhalación. El maitre y los camareros acudieron pronto para atender a Leah; nada que ver con el rato que Ariana había tenido que esperar para que alguien se percatara siquiera de su presencia.

En fin, Leah no era precisamente de las que seguía de modo pasivo al maitre, sino, más bien, de las que atravesaba el restaurante a grandes zancadas con el jefe de camareros tras su estela, como si se tratara de un remolcador a la zaga de un ligero velero surcando los océanos. Leah, una rubia estupenda y segura de sí misma, solía llamar la atención del resto de comensales, especialmente la de los varones. Siempre había sido así.

Ariana y Leah se habían conocido en el instituto cuando a esta última la habían cambiado de centro a mitad de curso. Hija del millonario Tex Reece, un empresario dueño de una revista, Leah era un marimacho desgarbado que pasaba de todo lo que interesaba a las chicas de su edad. En lugar de escuchar rock, prefería el jazz, y en vez de convertirse en animadora, decidió participar en el periódico escolar. En unos días, se había convertido en el objetivo preferido para la pequeña camarilla de adolescentes que controlaban la vida social de la gente de dieciséis años.

Lo único que Leah consiguió con su indiferencia ante el ostracismo al que la sometían fue motivar a las abejas reinas para que la atormentaran aún más.

Al final de la primera semana en el instituto, las otras chicas también le hacían el vacío bajo estricto mandato del grupillo de las populares. Indolente ante los comentarios desagradables y las miradas maliciosas que le lanzaban a su paso en el comedor, Leah se había sentado con su bandeja en la mesa en la que se encontraba Ariana, sola, enfrascada en la lectura de una novela.

-¿Te importa si me siento? -le había preguntado.

Eran amigas desde entonces.

-Buenas, mejor amiga -saludó Leah-, ¿llevas mucho rato esperando?

-No, no, ¿qué tal estás?

Leah se sentó en el asiento que camarero ofrecía y aceptó también el menú.

-Liada, como siempre, ¿y tú?

De camino al restaurante, Ariana había estado debatiéndose entre contarles a Leah y a Dora lo de Edward o no. Si había alguien que supiera escuchar sin juzgar, ésa era Leah. Por otro lado, a Ariana le daba vergüenza pensar en describirle a alguien sus actividades de espionaje.

Dora apareció antes de que Ariana hubiera llegado a una decisión sobre si revelar su secreto o no.

Teodora Perkins era la alegre agente inmobiliaria de cabello rojizo que había ayudado a Ariana a encontrar su piso y con la que había entablado una amistad durante sus excursiones en busca de casa.

Las chicas pidieron su comida; Ariana siguió el consejo de Leah y de Dora y optó por el pollo asado con ensalada en lugar del sándwich Monte Cristo -de jamón, pavo, queso caliente y rebanadas de pan tostado bañadas en huevo- que le había llamado la atención en el menú.

-Bueno, cuéntanos, ¿qué tal va todo con Heat? - preguntó Ariana cuando el camarero se hubo marchado con los pedidos

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now