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-Bueno, pues ya que hablamos de amores de la infancia, te contaré que estuve totalmente enamorado de alguien a los dieciséis años. Era una rubia preciosa y también era mi vecina.

Ariana se obligó a mantener la sonrisa.

-¿Y tú le gustabas a ella?

-¡Qué va! Yo era un niñato para ella, que tenía treinta años y era una madre soltera con dos hijos. Yo solía pasar ratos fuera lavando y sacando brillo al coche para poder verla cuando volvía a casa después del trabajo.

-Así que nunca le contaste que te gustaba.

-Entonces no. Tiempo después, cuando acabé la Escuela Militar, me la encontré un día en el supermercado y salimos a tomar algo.

Ariana arqueó las cejas.

-¿Y llegaste a consumar vuestra pasión?

Su masculina sonrisa resultaba aún más sexy que el sonido de su risa.

-Sí. Parece que a las mujeres de cuarenta les encanta enterarse de que provocaron la lujuria de un adolescente.

Ambos empezaron a carcajearse.

-Esto no es justo -protestó Ariana-; se supone que tenías que contarme algo que no supiera nadie y parece obvio que tu señora Robinson en esta nueva versión de El graduado conoce de sobra la historia.

Edward volvió a negar con un gesto.

-No, hay otra parte de la historia que ella nunca llegó a conocer; yo solía hacer de canguro de sus niños porque quería que ella me viera como un adulto responsable y... -bajó la mirada- porque quería que ellos se acostumbraran a verme y evitar así que no acabaran estropeando los planes de boda entre su madre y yo en un futuro.

Dijo esto justo en el momento en que Ariana bebía el último sorbo de cerveza, de modo que al empezar a reírse acabó tosiendo y casi se atragantó.

Annie apareció con otro par de cervezas y le preguntó a Ariana si quería un vaso de agua. Ella rechazó la oferta moviendo la cabeza mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. En cuanto se recuperó, dirigió una mirada de reproche a Edward.

-Lo has hecho a propósito.

-Te juro que no. Sólo estaba intentando compartir contigo algo que no sabe nadie más.

El intercambio de secretos había roto el hielo y la conversación fluía ahora de forma menos forzada. Charlaron otro rato y luego volvieron a bailar. De vuelta ya a la mesa, él se inclinó hacia delante y le preguntó al oído.

-¿Qué llevas debajo de ese vestido?

Aquellas palabras le resultaron a Ariana tan excitantes como una descarga eléctrica que le recorriera la columna. Se quedó mirándolo.

-Nada -respondió con la boca casi seca.

Comprobó que aquel dato iluminaba los ojos de Edward y supo que el fuego había prendido.

-Ari, cielo, ¿te apetece que vayamos ahora a tu casa?

-Si aún no te has terminado la cerveza -replicó ella.

Edward sacó su cartera, extrajo un billete de veinte dólares que depositó en la mesa y añadió:

-Ahí va eso. Solucionado. ¡Vámonos!

Luego tomó a Ariana del brazo y ella se dejó guiar hasta la puerta. Edward la abrió y, antes de que ella pudiera pasar, un hombre se le adelantó y se cruzó con Ariana.

-Usted... -musitó ella, situada cara a cara con el dominador por primera vez

El dominador mostró una amplia sonrisa al mirarla de arriba abajo.

-Me temo que estoy en desventaja. ¿Nos conocemos?

Luego entró en el bar seguido de la chica a la que Ariana había apodado la muñequita.

Aún desencajada, Ariana seguía boquiabierta. Edward tiró de ella para alejarla de aquel tipo.

-No, es sólo que le encantan los hombres bien vestidos. Vamos, cielo, tenemos que irnos a casa.

Sin darle tiempo a responder, Edward pasó por delante del dominador para salir con Ariana a rastras. En cuanto se hubo cerrado la puerta tras ellos, él empezó a caminar a toda velocidad en dirección sur por la avenida McKinney mientras mantenía cogida por el codo a Ariana, que todavía tardó otros tres o cuatro pasos en recuperarse y retirar el brazo. De repente, se quedó parada en medio de la acera.

-Mi casa está en el otro sentido.

Al echar la mirada atrás, Ariana vio al dominador que, desde fuera del bar, los miraba mientras se alejaban.

-Ya lo sé. Tú sigue caminando. ¡Vamos! -Edward tiró de ella con fuerza-. ¡No mires hacia atrás, por lo que más quieras!

Ariana decidió no discutir y permitió que él la guiara a toda velocidad por la calle. Estaba confundida, primero por aquel inesperado encuentro con el dominador y luego por el hecho de que parecía claro que Edward lo conocía. Si bien por un lado le agradecía que la hubiera ayudado a salir del paso sacándola de allí antes de que quedara totalmente en ridículo, por otro, quería saber qué era lo que estaba ocurriendo.

Un par de manzanas más adelante, él giró a la izquierda y se metió en una heladería. Había unos cuatro o cinco clientes esperando a que les sirvieran un helado italiano y ninguno de ellos les prestó atención.

-Edward, ¿qué ocurre? ¿Qué es lo que pasa?

-Harry, me llamo Harry -musitó él. Luego se dirigió a una de las esquinas del local y se colocó cerca de una ventana desde la que se veía la calle.

-Harry -Ariana pronunció su nombre a modo de prueba y le gustó cómo sonaba-. ¿Qué mierda ocurre, Harry?

Él negó con la cabeza y fijó la mirada en el tráfico del exterior. Ariana esperó a que se volviera para mirarla.

-Venga, vámonos -le indicó mientras la cogía de la mano.

-No, no nos vamos a ningún sitio hasta que no me expliques qué es lo que acaba de ocurrir -respondió ella en voz baja, pero con firmeza.

Él miró a las personas que los rodeaban.

-Salgamos de aquí primero.

Una vez fuera del local, Harry empezó a caminar de nuevo en dirección sur.

-Cielo, mi piso está hacia el otro lado -le recordó ella ya algo irritada.

-Ya lo sé, pero vamos a dar la vuelta a la manzana para ir por la calle Oak Grove.

Oak Grove corría paralela a la avenida McKinney hacia el este y solía estar menos concurrida debido a la presencia de un viejo cementerio en desuso que se extendía a lo largo de todo el paseo. Durante la reforma urbanística del vecindario, los constructores habían sido incapaces de obtener licencias para trasladarlo y sacarlo de allí porque en él había tumbas de la guerra de Secesión.

El hecho de que Harry hubiera propuesto volver por una calle casi desierta hizo que se encendieran todas las alarmas en la mente de Ariana, que volvió a ponerse nerviosa con la idea de quedarse sola con él.

-No, yo me voy por donde hemos venido. Tú haz lo que quieras, puedes quedarte o venir conmigo -entonces dio la vuelta y empezó a caminar hacia el norte para ir a su casa.

-Ariana, por favor, esto es importante. Si no quieres que volvamos por Oak Grove, lo haremos por Colé.

La avenida Colé corría paralela a McKinney, pero estaba situada una manzana hacia el oeste y quedaba por detrás del piso del dominador. Era una calle mucho más transitada, de modo que, después de pensárselo un momento, Ariana accedió.

Esperaron a que pasara un coche antes de cruzar la avenida, luego avanzaron hasta Colé y empezaron a caminar en dirección norte. Ella fue la primera en romper el silencio

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora