XV

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Harry volvió a la galería principal del Museo de Arte de Dallas por segunda vez en diez minutos. Había seguido a Ariana hasta el D'Maggio's a la hora de comer y había ocupado una mesa retirada en uno de los lados del restaurante desde donde no podía ser visto. Ya había visto a Ariana con esas dos mismas amigas durante las tres semanas en que había estado siguiéndola. Siempre se habían mostrado divertidas y bromistas entre ellas, era obvio que se encontraban a gusto cuando estaban juntas. Esta vez, sin embargo, Ariana parecía callada y pensativa. Harry se preguntó si sería porque se estaba planteando contarles a sus amigas lo de la noche anterior. En cualquier caso, aunque hubiera barajado la posibilidad de hacerlo, él no creía que lo hubiera hecho. No había reconocido ninguna expresión de sorpresa, ni susurros nerviosos. La conversación no había dado la sensación de ir más allá de una charla banal.

Mientras Leah atraía todas las miradas de la sala, era el rostro de Ariana el que captaba la atención de Harry. No era la primera vez que su visión lo hacía pensar en la estatua de la Virgen que adornaba la parte izquierda del pulpito de la iglesia católica en cuyas celebraciones había participado de niño como monaguillo: aquella tez perfecta y blanquecina, aquella cara en forma de corazón, aquellos ojos inmensos conformaban la viva imagen de la inocencia.

«Puede que sea eso. Puede que sea precisamente conocer ese lado oscuro que se oculta bajo toda esa candidez lo que me enloquece así.»

Fuera lo que fuera, Harry no podía dejar de mirarla mientras Ariana almorzaba, y revivir las conversaciones telefónicas en su mente hizo que se empalmara. La comida había durado casi una hora. Después, Harry había seguido a Ariana mientras ésta hacía algunos recados.

Eran más de las tres cuando ella por fin se dirigió al aparcamiento subterráneo del Museo de Arte de la ciudad.

Como Harry sabía bien adonde se dirigía ella, se había detenido en los lavabos de caballeros antes de acercarse a la sala principal a paso lento. La primera vez que había echado un vistazo había encontrado aquello lleno de gente mayor que sin duda formaba parte de algún grupo que disfrutaba de una visita guiada, así que, después de comprobar que Ariana no estaba allí, se había dado otra vuelta por el museo. Sin embargo, esta vez los ancianos amantes del arte habían avanzado y Ariana se encontraba observando un óleo de Rubens. Harry se quedó en el arco de entrada con ganas de poder mirarla más de cerca, así que enseguida dio dos pasos hacia donde ella se encontraba.

Cuando Ariana se volvió hacia la derecha para contemplar la obra siguiente, Harry rápidamente fingió estar estudiando el folleto que había recogido en la entrada mientras ella se movía por la sala hasta pararse frente al lienzo más grande de la exposición. Era el preferido de Harry: el de Betsabé, cuya figura dominaba el centro del cuadro. Aparecía desnuda con la piel rosada y brillante.

Había dos doncellas arrodilladas ante ella: una portaba un aguamanil con agua y la otra le ofrecía una toalla. En segundo plano, estaba representado el rey David, que observaba desde el tejado de su casa.

Rubens había plasmado a Betsabé con detallismo. La mujer llevaba el cabello recogido con una horquilla que dejaba escapar unos mechones que le caían sobre los hombros. Una hilera de gotas le rodeaba la cabeza a modo de tiara de perlas. Los pechos eran exquisitos. A Harry se le secó la boca mientras que su mirada se trasladaba de la piel de porcelana de Ariana hasta los suntuosos pechos de la mujer representada.

La ironía del rey David al observar desde el tejado aquel cuerpo femenino desnudo no pasó desapercibida para Harry: le recordaba la primera vez que había visto a Ariana desde el otro lado de la calle. Desde entonces, todas sus actuaciones parecían ser de alguna manera fruto del destino. Harry se preguntó si David habría sentido el mismo impulso que lo invadía a él en aquel momento.

«Claro que sí, no pudo ser de otro modo. Había sido entonces cuando había tramado acabar con la vida del esposo de Betsabé, ¿no?»

Ariana, a quien se le habían sonrosado los pómulos, permanecía embelesada. Harry se preguntaba si ella también estaría pensando sobre cómo miraba David a Betsabé. Ariana se aproximó al cuadro y Harry vio a un vigilante del museo acercarse a ella. Ariana no había tocado la tela, sólo se había inclinado sobre ella, fascinada. Harry sentía la presión del pene erecto contra los pantalones, de modo que cruzó los brazos sobre su estómago y el folleto quedó colgando para camuflarle el bulto de sus vaqueros.

Después de lo que pareció una eternidad, Ariana sacudió la cabeza como si se despertara de un sueño. Miró a su alrededor con expresión de culpabilidad y se dirigió al siguiente cuadro.

«Tranquilo, Styles -se dijo Harry-, nadie se corre por algo así. Sal de aquí ahora mismo y deja de soñar con ella. No vas a llamarla esta noche. Si esto saliera mal, podrías quedarte sin trabajo, tirar por la borda tu carrera profesional e incluso acabar en la cárcel. Y ya sabes lo que les pasa a los polis en el trullo.»

Ariana se sentó en un banco ubicado frente a un par de obras gemelas. Por primera vez pudo verle los pezones a través del tejido de la blusa.

«¡Mierda! ¡Está tan caliente como yo!»

Harry apretó los dientes para contrarrestar el impulso de echarse a andar hacia ella y susurrarle algo al oído.

«¿Y qué Harry crees que hará si apareces detrás de ella así, de repente? Pegará un grito aterrorizado y saldrás en las noticias de las seis bajo un titular que rece "Policía, acosador sexual". Sal de aquí ahora mismo.»

A regañadientes, Harry caminó hasta la puerta principal después de lanzar una mirada de enojo a la mujer que le daba la espalda.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now