IX

875 35 2
                                    

Ariana se incorporó e introdujo la mano en la caja hasta rozar con los nudillos varias capas de papel y cartón.

-¿Está en la otra? -preguntó.

-No, mete la mano hasta el fondo, ya verás.

Y así fue. Tocó con los dedos algo duro y alargado, lo empuñó y lo extrajo.

-¡Es un vibrador!

-No, es un consolador, nena. Mide veinticuatro centímetros de largo y cinco de ancho, exactamente lo mismo que mi polla.

Ariana se quedó estudiando el aparato mientras le aumentaba el ritmo de los latidos. Aquello era enorme: de goma, negro, recio, curvado y con la punta como la cabeza de un champiñón.

«Exactamente igual que mi polla» Había dicho él.

Lo recorrió con el dedo, excitada por el tacto casi real de aquellas venas y protuberancias. Con un instrumento así podía hacer como si se tratara de un pene de verdad, fingir que tenía a Edward en sus manos. Aquel pensamiento se tradujo en un chispazo en la entrepierna.

-Quiero que te lo metas en tu sexo e imagines que soy yo.

Ariana estrujó la punta: cedía, aunque no mucho.

-Esto es enorme -se quejó con la voz queda.

Edward se mantuvo en silencio durante unos segundos. Cuando empezó a hablar, adoptó un tono amable.

-Ariana, ¿eres virgen? -quiso cerciorarse.

Ella se ofendió al instante.

-Claro que no. Tengo veinticuatro años, ¿es que crees que me pasa algo o qué?

Era cierto que tenía sobrepeso, pero ¿pensaba él que era un bicho raro?

-No, cielo, no es eso, es que quería estar seguro. Escúchame, túmbate y déjame hablar un minuto, ¿Esta bien?

-Bueno... -accedió rezongando, aún molesta por la pregunta.

Ariana se acomodó entre los almohadones y buscó la postura más confortable.

-Quiero que cojas el consolador y que te frotes con él por fuera de tu sexo. Sólo rózate con él moviéndolo arriba y abajo mientras te voy indicando qué hacer.

A Ariana ya se le había pasado el enfado. Fue siguiendo sus instrucciones, envolvió el consolador con la mano derecha y empezó a masajearse con la punta redondeada. Las palabras que la voz había pronunciado retumbaron de nuevo en su cabeza: está «dura como un garrote, tiene la punta completamente morada»... Al imaginar aquella polla tocando su propia piel mientras él le separaba los muslos con las manos, el sexo empezó a palpitarle.

-Estoy recostado en una silla, me estoy empuñando la verga y me encantaría que fuera mi verga y no ése de goma el que jugueteara con tus dulces labios -la voz de Edward acariciaba a Ariana como si se tratara de un pañuelo de seda-. Frotaría mi polla contra tu sexo una y otra vez hasta que me rogaras que te follara, pero yo no lo haría.

-¡Ah! ¿no?

-No, no hasta que te corrieras, una vez, para mí. Así estarías empapada y anhelante cuando te penetrara por esa hendidura, pequeña y tensa -su voz era ahora casi un bramido-. Empujaría, entraría y saldría un poco cada vez hasta que empezaras a correrte de nuevo y, entonces, me clavaría entero dentro de ti para que pudiéramos corrernos a la vez.

Ariana se lo imaginó encima de ella. Tendría los hombros anchos y bronceados; las manos, agradables y experimentadas; el rostro, lleno de amor... Luego se relajó arropada por los cojines del sofá y con la mano izquierda se separó los labios del sexo. Una vez abierta, se pasó el consolador a lo largo de la hendidura con un movimiento lento y rítmico.

-Háblame, Ariana -le pidió Edward en un gruñido-, ¿qué estás haciendo ahora?

-Estoy empapando el consolador -respondió.

-¡Oh! Sí..., a mí la polla también me está derramando líquido. Tengo tantas ganas de follarte...

Ariana contuvo la respiración, la aspereza de aquella voz la tenía fuera de sí. Sentía el sexo húmedo y el capullo del consolador ya estaba resbaladizo bañado por todos sus fluidos. Cuando intentaba introducirse la punta emitió un gemido al notar el contraste entre la dureza del juguete y su carne mullida.

-Ojalá pudiera saborearte el sexo -continuó Edward-; seguro que es dulce como un caramelo de canela.

Ariana tembló antes de atrapar con los muslos la gruesa pieza de goma que tenía apretada contra su sexo.

Trató de imaginar la cabeza de Edward entre sus piernas y el tacto de su lengua mientras la lamía. La excitación la invadió por completo.

-¿De qué color tienes el cabello? -quiso saber.

-¿Quieres saber el aspecto que tendría si te estuviera comiendo tu sexo, preciosa? - respondió él entre risas.

-Sí -susurró Ariana.

-Soy castaño y llevo el cabello rizado -respondió Edward con seriedad-. La lengua la tengo larga y caliente, y se muere por chuparte por todas partes.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu