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Demasiado tarde. La vara le golpeó de nuevo la piel. Ariana dio un grito ahogado y se aferró a las cadenas que la apresaban.

-Cuando hago una pregunta, quiero una respuesta inmediata. ¿Entiendes, Ariana?

-Sí -susurró.

-¿Cómo? ¿Has dicho algo?

-Sí, lo he entendido -repitió ella más alto.

Abruzzi volvió a situarse de modo que ella pudiera verlo.

-De ahora en adelante, vas a llamarme amo. ¿Entendido?

A Ariana se le encogió el estómago y se rebeló mentalmente. No pensaba llamarlo amo. Tendría que matarla porque no iba a hacerlo. Abruzzi sonrió, feliz.

-¡Ah! Ya veo que quieres ponerte tozuda. Me encantará hacerte cambiar de actitud.

Volvió a retirarse. Sin embargo, antes de que el sonido silbante de la vara pusiera a Ariana sobre aviso, alguien llamó a la puerta.

-Te he dicho que no me molesten -gritó Abruzzi.

-Lo llama por teléfono el señor Kingsley. Quiere repasar la lista que le ha enviado usted.

La mente de Ariana empezó a funcionar a mil revoluciones, puede que ésta fuera su oportunidad.

-¡Mierda! -protestó Abruzzi-, dile que ahora voy.

Entonces acarició la nalga derecha de Ariana con ternura.

-Ahora vuelvo.

-Creo que me ha golpeado en el riñón -dijo ella-. Necesito hacer pis.

Abruzzi dudó y por un momento Ariana creyó que iba a decirle otra vez que se aguantara. Sin embargo, gritó:

-Turner, ven aquí y lleva a Ariana al baño.

-¿Puedo darme una ducha caliente para relajar los músculos? -se detuvo un instante-. Por favor, amo.

-Mira, por preguntarlo con tanta amabilidad, sí, sí puedes.

Turner entró en la habitación.

-Lleva a mi amazona al baño de invitados y enciérrala allí para que pueda orinar y darse una ducha -ordenó Abruzzi.

-El mes pasado nos pidió usted que quitáramos la puerta de ese baño.

-Bueno, pues entonces enciérrala en el dormitorio de invitados. ¿Es que tengo que pensarlo yo todo? -preguntó. Luego abandonó la sala y se dirigió a la entrada de la casa.

Turner se acercó a la camilla.

-¿Qué tal vas, zorra?

-¿Por? ¿Es que te importa? -preguntó Ariana mientras él le liberaba la muñeca izquierda.

-Sólo por el golpe en las pelotas que me diste ayer. Me pasé la noche meando sangre. Y me gustaría darte yo mismo unos azotes -se inclinó hacia ella para soltarle el otro brazo-. Venga, vamos.

Ariana estaba completamente rígida. Lo único que la hacía moverse era la esperanza de escaparse de la guarida de aquel monstruo. Así que colocó las palmas de las manos sobre el plástico húmedo y se irguió.

Inmediatamente el dolor le recorrió la espalda y los hombros y emitió un largo y agónico rugido.

-Esta bien, estupendo, sí te ha hecho daño. Venga. -Turner la tomó del brazo y empezó a arrastrarla hacia la puerta.

-Espera, mi ropa -protestó ella.

-El jefe no ha dicho nada de dejar que cogieras tu ropa -Turner desvió la mirada de Ariana hacia la puerta y luego volvió a mirar a su víctima-, aunque, por supuesto, a lo mejor me haces cambiar de idea con una mamada.

-Antes prefiero morirme -respondió ella.

-Encanto, creo que no has pillado muy bien de qué va esto -Turner acercó la cara a la de ella-. ¿Qué crees que ha pensado Abruzzi para ti para cuando haya acabado de jugar contigo? No será la primera vez que deja un cuerpo tirado en este bosque -se enderezó-. A lo mejor quieres volver a pensarte lo de ser amable conmigo. Puede que sea el último amigo que tengas. Y ahora, vamos.

Sus palabras hicieron que todo le diera vueltas a Ariana. Aunque ya sabía lo que ocurriría, escucharlo así de claramente resultaba insoportable.

Tenía las plantas de los pies resbaladizas por el sudor y perdió el equilibrio. Turner la sujetó al instante. La segunda vez que resbaló, le soltó el brazo y Ariana cayó sobre el duro suelo de pizarra.

-Un amigo te habría sostenido -le recordó.

Ella lo privó del placer de la respuesta, incluso cuando resbaló una tercera vez y él, de nuevo, dejó que se cayera. Sin hacerle caso, Ariana se levantó y permitió que volviera a tomarla del brazo.

Turner la guió hasta una habitación situada en el extremo opuesto al salón. Estaba escasamente amueblada: una cama, una mesilla, un armario y una silla de respaldo recto. Habían retirado la puerta del baño.

-Hay toallas ahí dentro para que te duches -le informó Turner antes de lanzarla al interior del baño-. Tienes quince minutos.

-Gracias -respondió ella en un tono neutro.

El matón cerró la puerta con llave, y ella corrió entonces hacia la ventana y echó un vistazo. Nada había cambiado desde la primera vez que se había planteado huir por una ventana. Nada, salvo el hecho de que ahora ella estaba desnuda, llena de moratones y dolorida. Escapar por esa ventana equivalía a protagonizar un suicidio virtual. La casa estaba ubicada a por lo menos ocho kilómetros de la carretera del desvío y ella estaba descalza. Incluso aunque lograra esconderse de los hombres de Abruzzi, no podría atravesar kilómetros y kilómetros de bosque corriendo desnuda.

«Si pudiera encontrar algún sitio en la casa en el que ocultarme. Podría dejar abierta la ventana para que creyeran que me he escapado.» Miró a su alrededor en la habitación, pero no vio ningún escondite, excepto el armario y debajo de la cama, los dos lugares donde la buscarían primero.

Volvió al baño y abrió el grifo de la ducha. Mientras dejaba correr el agua, rebuscó rápidamente en los armarios. Aparte de unas aspirinas que encontró y que se tragó con ganas, las estanterías estaban vacías. En otro armario sólo había seis toallas y rollos de papel higiénico.

Ya iba a cerrar la puerta cuando vio algo. Se arrodilló y se fijó en el suelo del interior. «¡Santo Dios! ¡Es una trampilla!»

Como muchas de las casas en Texas, la de Abruzzi había sido construida sobre un falso suelo elevado que dejaba un espacio vacío por debajo hasta el real. Ariana estaba frente a la trampilla de acceso a ese hueco, que solía medir entre cincuenta y setenta centímetros de alto. Levantó la portezuela de madera y echó un vistazo al agujero, que la recibió con una oleada húmeda y hedionda: oscuro, sucio, lleno de arañas, ratas y sus excrementos.

«Así que, Ariana, ¿qué prefieres, pasar el rato con las ratas de dos patas o con las de cuatro?»

No había duda. Turner volvería en cualquier momento, de modo que, si iba a hacerlo, debía hacerlo ya. Volvió a incorporarse con dificultad, fue hasta la habitación y abrió la ventana. Con sólo tres tirones, logró lanzar las cortinas por fuera del marco de la ventana al exterior. Luego colocó la silla de respaldo recto encajada bajo el pomo de la puerta para bloquearla. Aunque no aguantaría mucho, le daría algunos segundos más. Tiró de la sábana que cubría la cama, se envolvió con ella y se dirigió al cuarto de baño. La trampilla no era muy grande y las caderas de Ariana eran anchas.

«Querer es poder -se dijo-. Ariana Austen, mete el culo por ese agujero.»

El hueco ofrecía un panorama espeluznante y el miedo de que algo la mordiera le hizo dudar. Si tuviera un palo o una escoba, podría comprobar con él que no había ningún ******* asqueroso cerca.

Alguien giró el, pomo de la puerta. Ya no había tiempo. Ariana introdujo primero los pies hasta encajar el trasero y luego serpenteó hasta que se metió, por fin, de cintura para arriba.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora