XXV

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Hubo un rato de silencio mientras Jenkins digería lo que su agente acababa de contarle.

Todo el mundo en la operación sabía lo pervertido que era Abruzzi, de modo que la explicación de Harry encajaba.

-¿Y eso fue todo? -quiso asegurarse el teniente en un tono algo más suave.

-Sí, señor. Estoy convencido de que el equipo lo habrá informado de que saqué a Ariana de allí lo más rápido que pude y que nos alejamos caminando calle abajo.

-Está bien. Supongo que eso es algo inevitable -concluyó Jenkins-. Ahora procure mantener a su novia lejos de Abruzzi. No quiero que ese cerdo alegue incitación por agentes de la ley y tampoco quiero que el fiscal federal me arranque los huevos.

-Sí, señor. Entendido, señor.

Jenkins colgó sin despedirse Harry cogió la copa de whisky y se la bebió de un trago.

Ariana se lavó el pecho y luego pasó a la entrepierna; al frotarse los labios con la mano enjabonada suspiró por el placer y el leve dolor que le proporcionaba el roce. Tenía el cuerpo hecho un manojo de nervios, y cualquier presión volvía a llevarla al orgasmo. Aunque tuvo la tentación de acariciarse para alcanzarlo, para cuando había encontrado el punto exacto con el dedo índice, escuchó la voz de Harry al otro lado de la puerta.

-Se te está derritiendo el hielo -la informó mientras trataba de girar el picaporte.

-Ya salgo -respondió Ariana.

Enseguida volvió a concentrarse en la ducha. Luego cerró el grifo, salió de la bañera y se cubrió con una enorme y suave toalla. Abrió la puerta y se encontró a Harry delante de ella, que la estaba esperando y le tendía su copa mientras él daba un sorbo a la suya.

-Mmm -murmuró Ariana tras beber un trago de vodka con zumo.

Caminaron juntos hasta el cuarto de estar. El aire frío que notó por el cuerpo le produjo un escalofrío. Harry había abierto la ventana del balcón, aunque había dejado las cortinas corridas.

Movida por un impulso, Ariana retiró una de las telas y, descalza y envuelta en la toalla, salió al exterior. Entre la sólida pared y las sombras oscuras que se producían en ella, su cuerpo quedaba casi totalmente oculto a la vista. Harry la siguió y juntos, con las copas en la mano, apoyaron los antebrazos en el murete de ladrillos para mirar hacia abajo.

A pesar de que era ya algo más de media noche, seis pisos más abajo, en la avenida McKinney, aún había movimiento. La brisa suave transportaba el sonido de las risas y de la música hasta la casa de Ariana y, aunque el tranvía de la línea M dejaba de funcionar a las diez, todavía se veían hileras de coches en dirección al Hard Rock Café, que permanecía abierto hasta las dos de la madrugada.

La luz de la calle contrastaba con la oscuridad del balcón, que quedaba envuelto en una penumbra aterciopelada, mientras el suave sonido de las hojas del ficus ofrecía un agradable contraste con el bullicio de abajo. El frío de la noche hizo que a Ariana se le pusiera la carne de gallina. Al recorrerle un escalofrío, Harry le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia él. Ambos se acurrucaron juntos.

La mirada de Ariana se quedó clavada en el ático en el que vivía el dominador, situado en el edificio de enfrente.

Aunque se veía luz en el cuarto de estar, no se percibía ningún movimiento.

-¿Qué es lo que pensaste la primera vez que viste a Abruzzi azotar a una mujer? -la serenidad de la voz de Harry dejó a Ariana perpleja y enseguida quedo invadida por el recuerdo de aquella noche.

La primera vez se había quedado aterrorizada. Las marcas rojas que el dominador había dejado en la espalda de la mujer sometida la habían horrorizó hasta tal punto que había salido de su propio piso y había corrido escaleras abajo hasta una cabina desde la que había llamado a la policía. Se había hecho pasar por una vecina que telefoneaba para alertar de unos chillidos que se oían desde su apartamento y había colgado sin dar su nombre.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now