XXXVIII

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-Quería conocerte, y como me has colgado el teléfono sin haberme dado siquiera las gracias por las flores, he pensado que a lo mejor preferías algo más práctico.

-Si vuelve a acercarse a mí, llamaré a la policía -al escucharse hablar con voz temblorosa, Ariana se enfureció aún más-. Es usted un cerdo.

-¿Por eso llamaste a la policía aquella vez? -respondió él con una ceja arqueada.

A pesar de los esfuerzos que Ariana realizó por no reaccionar, supo que la expresión de su cara la había delatado. No había esperado que él relacionara los hechos con tanta rapidez.

Abruzzi asintió como si ella hubiera contestado a la pregunta.

-Eso me parecía. La verdad es que me molestó bastante no saber quién me había mandado a aquellos tipos de uniforme -explicó antes de acariciarle el brazo a Ariana con los dedos-. Has estado mirándome desde el balcón, ¿verdad, Ari?

-No..., no sé de qué me habla -tartamudeó Ariana.

Aunque quería retirar el brazo, parecía tener el cuerpo paralizado, incapaz de reaccionar.

-Oh, vamos, no vayamos a empezar nuestra relación con una mentira. Los dos sabemos que has estado espiándome. Debería estar enfadado contigo, pero no lo estoy. -Abruzzi le lanzó una mirada lasciva mostrando los dientes que contrastaban con su tez color aceituna-. Creo que me gusta la idea de que haya una mujer como tú mirándome mientras me follo a una de mis putas.

Aquellos comentarios obscenos rompieron por fin el estupor que la mantenía paralizada.

Trató de retirar la mano, pero él la tomó por la muñeca con fuerza.

-Todavía no, Ariana. No te he dado permiso para que te vayas. Veo que tienes mucho que aprender -la recorrió con la mirada de arriba abajo-. Me juego lo que quieras a que ese enorme culo blanco que tienes se pone de un precioso tono rojo con unos azotes.

Las palabras de Abruzzi le recordaron a Ariana que ella no era la muñequita y que no se encontraban a solas en el ático de aquel hombre.

-Señor Abruzzi, si no deja usted que me marche ahora mismo, voy a gritar. Pueden acusarlo de acoso por haberme puesto las manos encima. De modo que, ¿qué piensa usted hacer?

Abruzzi parpadeó como si estuviera sorprendido. Le soltó la mano y se dirigió a los hombres que esperaban detrás de él:

-Uy, Augie, la gordita tiene genio.

-Ya le cortarás las garras, Vic -sentenció el más alto de los dos torreones-. La tendrás comiendo de tu mano dentro de nada.

Ariana giró sobre sus tacones y volvió donde estaba su carro. Al llegar, cogió el dilatador y se lo lanzó a Abruzzi, quien, rápido como una serpiente, se hizo con él al vuelo y se lo pasó a sus hombres como si nada. El más bajito lo recuperó y se lo metió en el bolsillo.

-Jefe, voy a guardármelo para que puedas usarlo con ella más adelante.

-Ya nos veremos, Ariana -se despidió Abruzzi antes de indicar con un gesto a sus hombres que la siguieran.

Los tres se retiraron atravesando la sección de congelados en dirección a la entrada del supermercado.

Ariana miró a su alrededor con la intención de comprobar si alguien había sido testigo del encuentro: los dependientes parecían ocupados en sus tareas. Así que empujó el carro hasta la zona de los cereales y luego se desvió para no ir por el pasillo que habían recorrido Abruzzi y sus hombres.

Estaba temblando. El absurdo incongruente de toparse con tres mafiosos en medio de un supermercado resultaba mucho más aterrador que haberlos visto en la calle. Pensar en el descaro de aquel acto hizo que perdiera el aliento por un instante.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora