XXXVI

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-¿Estás vigilando el camino? -quiso asegurarse.

-Sí -la tranquilizó, con la barbilla clavada en su hombro. Y Sin sujetador, los pechos se movían arriba y abajo desacompasados. Se bajó la camisa para sacarse el seno izquierdo.

-Muérdemelo -le pidió a Harry.

En el siguiente movimiento de Ariana hacia arriba, él le cazó el pezón al vuelo. No había sido precisamente delicado al hacerlo, pero a ella no le importó, lo que quería era follar salvaje y descontroladamente. Cuando se le escapó el pecho de la boca, Harry volvió a mirar el camino.

Estaban tan excitados que él sólo tardó un par de minutos en preguntar:

-¿Estás lista?

-Sí -respondió Ariana sin aliento.

Él rugió y murmuró y empezó a mover las caderas con fuerza para penetrarla profundamente hasta estallar en un grito de placer mientras se corría.

Ariana tuvo un segundo para pensar: «Van a oírnos.» Sin embargo, el orgasmo la invadió y se olvidó de todo lo demás, hasta de su nombre. La fuerza de las convulsiones hizo que el banco chirriara. Una vez que hubieron acabado, ambos se desplomaron uno sobre el cuerpo del otro como si fueran un par de muñecos de trapo.

Ariana se descubrió preguntándose, por primera vez, si sería posible que a alguien le estallara el corazón al follar. A ella le latía como una locomotora y la pregunta le resultó más que apropiada.

De repente Harry le susurró apremiante:

-Viene alguien.

Ella se incorporó tan rápido que se tambaleó y estuvo a punto de caerse sobre las azaleas.

Barrió los alrededores con la mirada hasta localizar a una pareja de ancianos que atravesaban pausadamente el jardín. Cuando se dio la vuelta para mirar a Harry, vio que él ya estaba subiéndose los pantalones.

-Vamos, date prisa y ponte de pie, yo te tapo -dijo acercándose a él.

Harry se subió la cremallera mientras ella lo cubría. Cuando la pareja de ancianos alcanzó la cima de la colina, ambos estaban ya disfrutando inocentemente de las vistas. La única prueba del polvo que acababan de echar era el penetrante olor a sexo que aún se respiraba en el lugar. Ni siquiera la fragancia de las flores podía solapar aquel inconfundible aroma. Ariana rezó para que la pareja no lo notara o, al menos, no lo reconociera.

Los paseantes iban ataviados con sus ropas de domingo: él llevaba un traje negro y un abrigo a juego, y ella lucía un jersey rosa y una falda de punto de alpaca.

-Buenas tardes -saludó el hombre.

-Buenas tardes -respondieron los dos al unísono.

La pareja pasó renqueante. Ariana ya había empezado a relajarse, cuando la señora se volvió para guiñarles un ojo. Perpleja y preocupada, Ariana se quedó un rato mirando a los ancianos. Al darse, por fin, la vuelta para mirar a Harry, se lo encontró sonriendo de oreja a oreja.

Aquella estampa hizo que le entrara la risa y antes de que pudieran ponerle remedio estaban los dos riéndose a carcajadas.

Cuando se calmaron, Harry se inclinó para besarle los labios con ternura.

-Gracias -le dijo.

-Gracias a ti -respondió ella.

-No, va en serio -insistió él-. Es uno de los mejores regalos que me han hecho en la vida. Tenía que decírtelo -volvió a besarla-. Nunca lo olvidaré.

Ariana se sintió colmada por la felicidad.

-Vámonos a casa -propuso él tomándola del brazo.

Y juntos, agarrados, caminaron hacia la salida del Jardín Botánico

El lunes por la mañana Ariana se despertó a las cinco y media entrelazada en el cuerpo de Harry, que permanecía profundamente dormido y ni siquiera se enteró cuando ella se escabulló de la cama. Se detuvo un momento a mirarlo. Bañado por aquella luz tenue del alba, parecía más joven y Ariana sintió el deseo de acariciarle la frente. El día anterior había considerado la posibilidad de acabar enamorándose de él. Hoy lo sabía ya con certeza. «Lo quiero y vamos a disfrutar al máximo del tiempo que pasemos juntos.» Por miedo a despertarlo, Ariana no cedió a la tentación de tocarlo y se dirigió al salón para ir al otro cuarto de baño.

Aunque la noche anterior había preparado espaguetis y albóndigas, no había comido mucho; el sexo parecía estar robándole el apetito de cualquier otra cosa.

Después de cenar habían ido a dar una vuelta en el coche de Harry -sin rumbo fijo, sólo para estar sentados y charlar-. El le había contado que soñaba con montar su propia empresa de seguridad algún día.

Dentro de unos años, a los cuarenta y seis, podría jubilarse como policía y calculaba que para entonces ya tendría ahorrado el dinero suficiente para hacer despegar el negocio.

Esta confidencia animó a Ariana a explicarle que ella siempre había querido escribir novelas. Le contó que ya había escrito varios relatos en los que desarrollaba argumentos de cuentos de hadas en el mundo actual. Harry le pidió que le dejara leer alguno, pero al ver que ella se mostraba algo reacia a compartir con él sus creaciones, no insistió.

Hablaron de todo: de sus películas favoritas, de cuántos hijos quería tener cada uno...

Aquella mañana, al reflexionar sobre las conversaciones que habían mantenido, Ariana se dio cuenta de lo atípico que era Harry. Se sentía cómodo hablando de sus sentimientos y de las cosas que eran importantes para él.

Ariana lanzó una mirada al reloj que había en la repisa del baño: las seis menos veinte. Tenía que estar en el trabajo a las ocho y cuarto, y la reunión de Harry era a las nueve. Mientras se duchaba fue repasando mentalmente las opciones para el desayuno: en casa sólo había huevos y tostadas. Tendría que pasar por el supermercado al volver del trabajo, de modo que empezó a elaborar mentalmente una lista de la compra con todo lo que necesitaba. Al salir de la bañera se envolvió en una toalla, se cepilló el cabello y se maquilló. En cuanto hubo terminado, abrió la puerta del baño y se topó con una oleada de aroma de café.

Enseguida se asomó y vio a Harry en el rincón de la cafetera. Estaba dando un sorbo a su taza mientras leía los titulares del periódico.

Llevaba el cabello mojado, el torso descubierto y los pies descalzos.

A Ariana le dio un vuelco el corazón. Estaba tan sexy allí plantado y tan... en casa.

Harry debió de notar el peso de su mirada porqu levantó la cabeza.

-Buenos días, ¿te sirvo el café?

Algo avergonzada, asintió.

Él desapareció en la cocina y volvió con una humeante taza de café.

-Voy a hacerme unos huevos revueltos. ¿Cómo quieres los tuyos?

-Ya lo hago yo -se ofreció Ariana al coger la taza.

-Yo ya estoy casi vestido, y tú no. Para cuando estés arreglada, tendré listo el desayuno, ¿los quieres revueltos tú también?

Ariana no discutió. Aquella situación resultaba tan natural, tan cotidiana, tan agradable... Se dirigió al dormitorio absolutamente enternecida.

A las seis menos cuarto de la tarde, Ariana atravesaba su portal y se dirigía al buzón para comprobar si había recibido correo. Encontró una nota de color amarillo que avisaba de la llegada de un paquete.

El vigilante de turno era Frampton. Ariana se acercó hasta su mesa con el papel en la mano.

-¿Ha llegado algo para mí?

-Sí, señorita Austen. Está aquí -el conserje le entregó un enorme jarrón con flores de colores.

-¡Son preciosas!

-Sí que lo son. Vienen con tarjeta.

No quiso abrirla delante del vigilante.

-Ya la leo arriba -dijo, y cogió el jarrón y se dirigió al ascensor.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now