XLVI

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Una mujer abrió la puerta en la casa de Harlandale. Sólo llevaba un camisón transparente. No parecía sentir curiosidad ni preocupación alguna por que la policía hubiera estado dando golpes en la puerta de su domicilio antes de las ocho de la mañana.

Cuando Louis le preguntó si podía entrar y echar un vistazo, no protestó ni le pidió siquiera que le mostrara una orden de registro. Se quedó quieta mientras sujetaba la puerta bien abierta y daba caladas a un cigarrillo.

Una primera ojeada le bastó a Harry para confirmar que la mujer estaba sola. Cuando le preguntó cuándo había sido la última vez que había visto a Abruzzi, ella lo miró con ojos apagados y respondió.

-¿A quién?

De nuevo en la entrada, Louis le agradeció su amabilidad y la mujer le correspondió con un portazo. Los dos hombres bajaron, uno al lado del otro, por el camino que llevaba hasta el Plymouth.

-¿Y ahora qué? -quiso saber Louis.

-No se me ocurre dónde más podemos buscar. - Harry sintió el corazón en un puño-. No creo que la haya llevado a un lugar público como su despacho, una habitación de hotel o un bar.

A Louis le sonó el teléfono y Harry tuvo que contenerse para no quitárselo de las manos.

Esperó con impaciencia dando golpecitos en el capó del vehículo hasta que su amigo terminó la llamada.

-Volvamos a la Central en el coche -dijo Louis nada más colgar.

-¿Cómo? - Harry se contuvo y se metió en el coche.

Cuando ambos se hubieron abrochado los cinturones de seguridad, Louis arrancó rumbo a la comisaría.

-Mierda, Louis, ¿qué es lo que ha dicho?

-Han encontrado el teléfono de Ariana. Estaba encendido y la compañía ha logrado interceptar la señal. Nuestros hombres lo han localizado justo en el desvío de la nacional setenta y cinco que lleva a Woodall Rogers. Han debido de tirarlo por la ventana. Le habían pasado un pañuelo para borrar las huellas.

Harry sintió que un dedo helado le tocaba la espalda, justo entre los omóplatos.

-Dios mío, Louis. ¿Qué hacemos ahora?

-Tranquilo, hombre. Tenemos varias pistas. Sabemos, por el teléfono, que se dirigían hacia el sur. Puede que Abruzzi tenga otra casa aquí, en Oak Cliff -la voz de Louis sonaba segura.

-No tenemos ni idea de dónde está esa casa imaginaria. Y tampoco sabemos si Abruzzi tiró allí el teléfono para despistarnos. - Harry se golpeó la frente con el puño.

-Torres tiene un par de alternativas -continuó Louis-. Está haciéndose con todas las cintas de grabación del tráfico de la vía rápida y tiene a la fiscalía del distrito tratando de conseguir una orden para consultar los informes de localización por GPS de la limusina de Abruzzi que tienen en la compañía donde la alquila.

Harry recuperó algo de esperanza.

-¿La limusina tiene GPS?

-Sí. Y eso nos va a llevar directos a ese listillo cabrón.

-Podríamos ir a la compañía de limusinas para convencer al dueño de que sea de más ayuda -sugirió.

-No, Harry -respondió Louis al tiempo que negaba con la cabeza-. Esto hay que hacerlo sin saltarse las normas. Por el bien de Ariana -añadió dándole a su amigo unos golpes en la espalda-. Vamos a esperar a estar en la Central. Puede que ya tengan algo cuando lleguemos.

(...)

La limusina avanzó muy lentamente dando tumbos por la carretera sin asfaltar. El enorme coche negro atravesó un paso de seguridad para ganado, de esos que consisten en unas barras de metal colocadas sobre un foso. A los lados aparecieron sendas hileras de pinos que, a pesar de ser ya pasadas las ocho y media de la mañana, cortaban los rayos de sol y formaban sombras sobre el barro del camino

-Casi hemos llegado, Ariana -avisó Abruzzi-. El Claro está a la vuelta de esta curva.

La limusina dio un giro cerrado y la carretera se ensanchó. Ariana cerró los ojos cegada por la luz brillante que golpeó el coche al abandonar la protección de los pinos. Ante ellos apareció un lago y en la orilla de enfrente podía verse una casa de un piso construida con madera de cedro y cristal, rodeada por un porche amplio bajo el cual había unos bancos corridos.

En la corta distancia que separaba la casa del lago había una cuesta que bajaba hasta el agua, donde se distinguían dos embarcaderos: uno para pescar y otro para amarrar el barco.

-Es preciosa, ¿verdad? -presumió Abruzzi-. Se la compré hace unos años por una miseria a un tipo dedicado al negocio de Internet que se había arruinado.

El vehículo se aproximó a la casa muy despacio por el camino que llevaba hasta ella. Ariana se inclinó para ver mejor. Habían talado los pinos en un radio bastante amplio alrededor del lago y de la vivienda, de modo que la luz del sol lo bañaba todo. Las enormes ventanas daban al agua y prometían unas impresionantes vistas desde el interior. Fuera, los patos nadaban plácidamente en las tranquilas aguas a la espera de quebsaltara algún pez.

-Huelga decir que el lago está repleto de peces -alardeó-. Yo he pescado un siluro de más de cinco kilos con un sedal que resistía los cuatro y medio.

Ariana no era ajena a lo surrealista de aquella situación. Abruzzi estaba presumiendo de la casa a la que la había conducido para torturarla y violarla.

-Es muy bonito -dijo sin disimular su admiración-. Me encantará que me lleve a dar una vuelta para enseñarme la propiedad.

-A lo mejor... luego -respondió Abruzzi-. Ahora tenemos otras cosas más importantes que hacer.

Augie, el chófer, aparcó la limusina junto a la casa.

-Pues ya hemos llegado, Ariana -anunció Abruzzi-. Hogar, dulce hogar.

*******

-¿Qué mierda es eso de que están en el condado de Eldon? -exclamó Louis.

Peter Spenser, el dueño de la compañía de alquiler de vehículos de lujo, se encogió de hombros y señaló la pantalla del GPS.

-Mírelo usted mismo. Según el sistema, se encuentran en algún lugar entre Jersalem y Deerhide.

-Pero ¿y eso? -preguntó la capitana Lucinda Torres-. ¿Qué sentido tiene irse hasta allí?

-Necesita un lugar tranquilo en el que imponerle a Ariana disciplina -contestó Harry -. Tenemos que llegar allí lo antes posible.

El teniente Jenkins habló por primera vez desde que habían llegado a la oficina de la compañía.

-Esa área queda fuera de nuestra jurisdicción. Tenemos que ponernos en contacto con el sheriff del condado de Eldon o avisar al FBI.

-¡No, por Dios! -protestó Harry -. No metan en esto a los malditos federales. Seguro que logran que la mate.

La capitana Torres tomó a Peter Spenser por el brazo y lo acompañó hasta la puerta.

-Muchas gracias por su ayuda, señor Spenser. Ahora necesitamos unos minutos para decidir qué medidas adoptamos.

Una vez que el civil se hubo marchado de la habitación, dio comienzo la conversación de verdad. Ninguno de los miembros de la policía quería meter a los federales, de modo que acordaron que el teniente Jenkins llamaría al agente especial del FBI encargado de Dallas y lo avisaría de que había una denuncia de desaparición, sin darle detalles. Así habría pruebas de que habían notificado al FBI un posible secuestro, aunque Jenkins trataría de no insistir en lo de «posible secuestro».

-Esperemos que podamos solucionar todo esto hoy mismo. Si no, tendremos que incluir al FBI mañana -advirtió Lucy Torres con rotundidad.

-¿Podemos ponernos a ello? -rogó Harry -. Ya son más de las diez. Tenemos que ir al condado de Eldon volando

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now