VI

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Ariana permaneció inmóvil durante casi cinco minutos. Luego salió al balcón y recogió el telescopio, que acabó guardando en el armario de su dormitorio. Después se lavó los dientes para eliminar el mal sabor de boca que aún notaba y se miró al espejo. Su rostro, habitualmente pálido, aparecía ahora absolutamente blanco. El sudor le resbalaba por la frente y le temblaban las manos.

Cuando ya no le quedaban razones para posponerlo más, llamó a la portería y preguntó si había llegado algo para ella. Russell, el vigilante nocturno, le respondió que sí.

Incapaz de soportar la tensión un segundo más, cogió las llaves, salió del apartamento y cerró la puerta con cuidado. El ligero movimiento del ascensor le produjo de nuevo náuseas, así que tragó saliva y pasó lo que quedaba del trayecto tratando de hacer ejercicios de respiración.

Russell la recibió con una amplia sonrisa y dos cajas, ambas envueltas en papel marrón: una era grande y cuadrada, mientras que la otra era alargada y más bajita.

Ariana trató de parecer natural:

-Hola, Russell. ¿Cuál de estas cajas es la mía?

-Buenos días, señora Austen -contestó el hombre con una mueca. Russell era el primer vigilante que Ariana había conocido al mudarse al edificio hacía unos seis meses. Era amable, de mediana edad y siempre dispuesto a ayudar a los inquilinos-. Estaba a punto de llamarla cuando lo ha hecho usted. Debe de estar adelantándose la Navidad: las dos cajas son para usted.

-¿Las dos? -respondió ella con un gritito y los ojos fijos en las tapas de las cajas.

Efectivamente, en cada envoltorio aparecía escrito Ariana Austen en mayúsculas-. ¿Te has fijado en quién las ha entregado?

-Pues no. Estaba ayudando al señor Caruthers, del tercero, a subir la compra. Cuando he vuelto, ya estaban aquí. Hay una que pesa bastante.

Ariana trató de levantarlas. La bajita era más ligera, pero la otra, la grande, pesaba por lo menos seis kilos.

-Muchas gracias, Russell, creo que podré arreglármelas.

-Bueno, pero déjeme al menos acercarle la grande hasta el ascensor.

Ariana aceptó, ansiosa por llegar arriba lo antes posible. Ya en el sexto, cargó con las cajas hasta su casa y, una vez dentro y a salvo, las dejó en el suelo para observarlas un rato. Contuvieran lo que contuvieran, no podía ser nada bueno.

Decidió empezar por la bajita. Cogió de la cocina un cuchillo afilado y cortó la cinta adhesiva que envolvía el paquete. Mientras lo hacía, se le ocurrió pensar en las huellas dactilares. Por si al final se animaba a llamar a la policía, debía procurar conservar las que hubiera en la caja y no dejar las suyas, de modo que apartó el cuchillo, volvió a la cocina y se hizo con un par de guantes de látex, de los de la limpieza. Ya con ellos enfundados, acabó de quitar el papel de embalaje. La caja que apareció era blanca y de cartón, y llevaba un mensaje escrito que rezaba: «Abre la otra caja primero.»

Para entonces, Ariana se sentía tan descontrolada que no pudo contenerse:

-¡Deja de decirme lo que tengo que hacer! -empezó a gritar.

Aunque la frustración había conseguido que se le saltaran las lágrimas, acabó obedeciendo y dirigió la atención al segundo paquete, que también traía una nota: «Buena chica, ábreme a mí primero.»

-Hijo de puta -masculló Ariana.

Temblorosa, retiró la cinta adhesiva y abrió las tapas. Dentro había varios objetos cuidadosamente envueltos en papel de burbujas. Ariana tomó el primero y empezó a romper las capas protectoras.

-¡Dios! ¡No!

Se trataba de una cámara de vídeo. Venía acompañada de una serie de complementos, así como de un libro de instrucciones. Había también un teléfono fijo con unos botones bastante poco corrientes.

Ariana se quedó atemorizada ante la serie de ideas que le surgieron asociadas a la cámara. No tenía ninguna intención de actuar para aquel cabrón enfermo. Ya tenía bastante con las fotos; si además le daba vídeos, jamás se libraría de él.

Debería llamar a la policía o quizá a alguno de sus hermanos. Puede que si contaba toda la verdad la ayudaran a encontrar a aquel tarado y a expulsarlo de su vida.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos una vez más por el sonido del teléfono. Ariana lo descolgó:

-¿Quién eres? -preguntó casi chillando.

-Puedes llamarme Edward, sinónimo de Justicia -respondió la voz-, porque eso es lo que voy a obtener: justicia. Justicia para todas aquellas personas a las que has explotado. ¿Has abierto ya las dos cajas?

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now