XII

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De nuevo, se guardó para sí lo que había visto. Se dijo que técnicamente estaba fuera de servicio y que informaría de lo ocurrido cuando se reincorporara al trabajo. Mientras, empleó sus horas libres en averiguar todo lo posible sobre ella y su pasado. Para cuando le tocó volver a vigilar, Harry conocía muy bien a Ariana Austen: sabía dónde trabajaba, en dónde hacía la compra y cuál era su banco, incluso había averiguado su saldo.

Le había despertado la curiosidad el hecho de que una trabajadora social pudiera permitirse un piso tan caro y había descubierto que Ariana había heredado una pequeña cantidad de dinero al morir su padre hacía unos años.

No tenía muy claro qué era lo que lo intrigaba tanto de ella. Quizá el que por el día tenía el perfil de una buena chica, mientras que por la noche se convertía en la mujer murciélago, vestida de negro y escondida entre las sombras.

Harry empezó a anhelar que acabaran sus turnos para poder dedicarse a seguir y observar a Ariana, y pronto se percató de que aquella chica estaba tan sola como él, pues aunque contaba con algunas amigas con las que se iba de compras y al cine, y una noche había salido a cenar con un chico, en general pasaba la mayor parte del tiempo sola, espiando a los demás desde su balcón.

Harry había pasado horas tratando de imaginar qué sería lo que pensaba mientras permanecía allí, sin compañía, arropada por la penumbra.

Sabía que tenía que pararle los pies. El equipo ya estaba cercando a Abruzzi y Harry no podía arriesgarse a que el mafioso la descubriera y se diera cuenta de que lo estaban vigilando.

Harry ya no se hacía ilusiones con lo de acostarse con Ariana. La creciente obsesión que sentía por ella lo asustaba. A mediados de septiembre se dijo que ya no podía retrasarlo más, debía desarrollar un plan para atemorizarla con la intención de que abandonara su voyerismo. Y luego tenía que seguir con su propia vida.

El tío de Harry, que tenía una tienda de aparatos electrónicos, le prestó la cámara de vídeo y el teléfono que necesitaba para asustar a Ariana. El equipo de vigilancia tenía en su poder un juego de llaves maestras de la casa y Harry se había hecho con su propia copia.

Había un apartamento vacío en el sexto, a dos puertas del de Ariana. Una vez hubo organizado allí su base, la llamó desde el móvil y, agazapado tras la puerta, vio a Ariana recoger el sobre de fotografías del felpudo. Sin embargo, algo iba mal. No al principio, desde luego. Su plan había funcionado bien. Había sonado brusco y amenazante, y Ariana se había mostrado claramente aterrada. Luego, de improviso, Harry había ido apartándose de su propio guión, que teóricamente consistía en acosarla con peticiones obscenas, y había comenzado a seducirla. Sabía bien qué era lo que le había hecho perder ritmo: la imagen de Ariana con aquel maldito bustier en las manos. De repente había empezado a masturbarse y le había pedido a ella que hiciera lo mismo. Puede que las fantasías y costumbres sadomasoquistas de Abruzzi lo hubieran afectado más de lo que pensaba.

Quizá había estado demasiado tiempo sin disfrutar del sexo. Quizá estaba explotando. Lo único que sabía era que la idea de penetrar en la cálida humedad de Ariana lo enloquecía. La aceptación que ella había mostrado con tanta prontitud lo excitaba, al tiempo que la inseguridad de la chica lo enternecía. Con todo, no era capaz de solucionarle aquel problema. El no era un psiquiatra y, en cualquier caso, ella tenía dinero de sobra para acudir a su propio loquero.

Esperaría a la mañana siguiente, llamaría a su puerta y le contaría la verdad.

Harry sacudió la cabeza irritado, pero ¿qué Harry iba a decirle? La había obligado a mantener una relación sexual virtual; si ella lo delatara, lo despedirían seguro. No, no podía confesarle quién era. Tenía que olvidarse de todo aquello. Ya la había asustado y Ariana ya no saldría al balcón a espiar a los vecinos. Tenía que esperar a que ella abandonara su apartamento por la mañana, entrar entonces con su llave maestra y sacar de allí la cámara de vídeo y el teléfono, y una vez los hubiera devuelto a su tío Max, tendría que marcharse de allí. Debía olvidarse de lo de llamarla la noche siguiente. Ella volvería a casa y vería que todo había desaparecido, esperaría su llamada, preocupada por la idea de que él acudiera a la policía. Con el tiempo, se daría cuenta de que el peligro había desaparecido. Aquel nuevo plan presentaba, no obstante, dos problemas: primero, a Ariana la aterraría que alguien hubiera entrado en su apartamento, así que cambiaría las cerraduras y se pasaría las noches, insomne, temiendo que él volviera para violarla; o quizá decidiera que la razón por la que no la había vuelto a llamar era realmente su falta de atractivo. A Harry no le gustaba la idea de provocarle más dolor, ya era una chica muy insegura. El segundo problema le afectaba más directamente. La pequeña experiencia de sexo telefónico que habían tenido había sido una de las mejores que él había disfrutado jamás. Solía enorgullecerse de su capacidad de control y no recordaba cuándo había sido la última vez que la había perdido de aquella manera.

Probablemente a los diecisiete años cuando, repleto de testosterona, se pasaba los días yendo por ahí con una tercera pierna.

Ahora se empalmaba sólo con pensar en Ariana y la verdad era que no quería marcharse de allí. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo salir de aquel atolladero sin que ninguno de los dos saliera perjudicado?

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Where stories live. Discover now