XLIX

358 17 1
                                    

Ariana estaba sentada en un taburete alto situado en el centro de lo que el constructor debía de haber imaginado como sala de cine: una habitación amplia y cuadrada sin ventanas y pintada en gris oscuro. Y ahí es donde acababa todo parecido con una casa normal. Abruzzi la había llamado su «sala de juegos». De las paredes colgaban tiras de sujeción para muñecas y tobillos, y un aparador de caoba y cristal servía de mostrador para los látigos y las fustas. A la izquierda de Ariana se extendía una estrecha camilla llena de estribos, y a su derecha, había una especie de instrumento de madera con cadenas y poleas.

Había algo muy dramático a la vez que teatral en aquel lugar, como si se tratara de un decorado para una obra de teatro. Si Ariana no hubiera visto actuar a Abruzzi con sus sumisas, habría creído que la habitación estaba hecha para asustar a sus invitadas. No obstante, con todo lo que sabía acerca de él y de sus perversas inclinaciones, no le cabía duda de que aquel lugar era exactamente lo que parecía: una sala de tortura. El suelo, también gris, estaba recubierto de pizarra; la sangre se limpiaba mejor en la piedra que en una moqueta.

Estaba a punto de desmayarse del miedo que aquel sitio le producía. El cuerpo, sacudido por una repentina oleada de terror, parecía habérsele cerrado. Los temblores y el castañeteo de los dientes de hacía veinte minutos habían desaparecido y había dado paso a una suerte de reposo atenazador. Por contra, el cerebro se mantenía en alerta máxima y procesaba con nitidez todo lo que ocurría al tiempo que le proporcionaba instantáneas sugerencias.

«Harry está buscándome. Sabrá que Abruzzi me ha secuestrado. Él y la policía me encontrarán. Sólo tengo que aguantar hasta que aparezcan.»

Víctor Abruzzi paseaba por la habitación mientras escogía juguetes sexuales y acariciaba los artilugios que colgaban de la pared. Se había quitado el abrigo y la corbata, y ahora llevaba las mangas de la camisa remangadas.

Gordon y Turner hacían guardia uno al lado del otro delante de la única puerta, ahora cerrada, de la sala. Ariana pensó en todo lo que había aprendido sobre Abruzzi en los últimos meses en que había estado espiándolo.

«Es un sociópata y un sádico que usa la dominación y el sadomasoquismo para satisfacer su necesidad de provocar dolor a las mujeres y controlarlas. Quiere hacerme temblar y conseguir que llore y acabe rogando. Eso es lo que le produce placer, mucho más que el acto sexual en sí mismo. Lo mejor que puedo hacer es seguir resistiendo sin dejar que vaya minándome poco a poco hasta romperme en pedazos. Si no se sale con la suya, irá a más. Podría matarme aunque no tenga intención de hacerlo y sólo por su empeño en ganar. Eso no será muy difícil —oyó una voz en su interior—. Estás muerta de miedo. Abruzzi acabará contigo de todas formas. Y le encantará hacerlo.»

Él cogió algo que parecía un gato de nueve colas. Acarició las tiras de cuero en un gesto repulsivo que a

Ariana le costó mirar.

«Está todo pensado para ir asustándome cada vez más. Genial, pues está funcionando, aunque, como la habitación, todo es puro teatro.»

Abruzzi se volvió y dio unos pasos hacia ella.

—Bien, Ariana, ¿estás lista para decirme quién te dio mi nombre?

—Fue el conserje —mintió—. Le dije que le había visto asomado al balcón y que nos habíamos saludado. Le pregunté si usted estaba casado.

—¿Porque estabas interesada en mí…? —quiso saber. Se inclinó hacia ella y le pasó el mango del látigo a lo largo del cuello.

Ariana no necesitó fingir que inspiraba profundamente.

—Porque sentía curiosidad. Nunca había visto a nadie hacer lo que usted hacía —por lo menos aquello era cierto.

—¿Y te excitaba? —el brillo de los ojos de Abruzzi era malévolo, aunque no tanto como su evidente erección.

Ariana trató de encogerse.

—Sí —susurró—, me excitaba.

—¿Y quién era ese conserje tan amable? ¿Cómo se llamaba?

—No recuerdo el nombre. Era un vigilante de seguridad de mediana edad.

—Bien, eso es una mentira —parecía encantado de haberla pillado. Hizo un gesto a sus matones—. Desnúdenla.

Ariana saltó del taburete.

—Un momento. ¡Usted no puede hacer eso!

En lugar de responder, Abruzzi se dio la vuelta para abrir el mueble mostrador. Pasó la mano por la gran variedad de látigos, fustas y varas que poseía. Ella se alejó de Gordon y Turner hasta que se topó con la camilla.

—No se acerquen a mí.

Uno de ellos la agarró y la sujetó mientras el otro le arrancó la ropa. Fue rápido y brutal, y, de algún modo, peor aún por lo impersonal del ataque. Ninguno de ellos parecía sentir ni placer ni lujuria. Aquello no era más que su trabajo. La blusa, el sujetador, la falda y las bragas formaron enseguida un montón de tela rasgada a sus pies. Ariana se había quedado desnuda y descalza.

Una semana antes, se habría visto reducida a un charco acobardado de lágrimas en el suelo. Sin embargo, en los últimos días, desde que había conocido a Harry, habían pasado muchas cosas. La admiración sin tapujos que él sentía hacia su cuerpo la había llenado de orgullo por su aspecto.

Además, su intuición le decía que no debía permitir que Abruzzi notara su miedo; si lo hacía, él se convertiría en un tiburón que ha olido la sangre en el agua.

Cuando fue evidente que Ariana no iba a salir corriendo, los esbirros de Abruzzi la soltaron, aunque no dejaron de flanquearla.

Ella se obligó a quedarse con las manos a los lados en lugar de intentar taparse los pechos y el sexo. Se congratuló por la fugaz expresión de confusión que se plasmó en el rostro de Abruzzi.

—Me sorprendes, Ariana —confesó mientras se acercaba a ella y se golpeaba la palma de la mano con una vara de caña—. Pensé que caerías al suelo y que me implorarías piedad entre lloriqueos.

Ariana se mantuvo inmóvil, sin prestar atención a la vara, con la mirada clavada en la de él.

—Yo no soy una de sus pobres sumisas.

El momento en que acabó de pronunciar aquellas palabras, Ariana se dio cuenta de que había cometido un error táctico. Los ojos de Abruzzi se engrandecieron y la línea de la boca dibujó una leve sonrisa.

—Eso sí que es interesante, Ariana. Te crees superior a mujeres sumisas como Lena. Y, aun así, dices que te excita verme con ellas. ¿Es que me estás mintiendo? ¿Es que hay alguna otra razón para que me espíes?

Para evitar empeorar las cosas, Ariana no respondió. Abruzzi se acercó a ella y le clavó el mango de la vara en la barbilla para obligarla a levantar la cabeza.

—¿Quién es Harry Styles y por qué atacó a Farr?

—No sé de qué me habla —se excusó con frialdad.

—Esa es otra mentira. —Abruzzi la miró reflexivo antes de indicar a sus hombres—: Cogedla.

Gordon y Turner la agarraron. Ella movida por el pánico, luchó con energía contra ellos, golpeándolos y pateándolos.

Aunque con los pies descalzos y aquellos débiles puños no lograba herir a aquellos hombretones, se las arregló para morder el brazo de Gordon, que reaccionó cruzándole la cara con un bofetón que la dejó aturdida.

Oyó apenas la voz de Abruzzi que les ordenaba:

—Inclínenla sobre aquella camilla, chicos.

Una chica mala ➡️ Harry Styles ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora