Capítulo 21: Así nació el grupo de los Encapuchados.

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Mi momento de paz y tranquilidad no dura mucho. De pronto, el corazón me da un vuelco al notar la mano de alguien sobre mi hombro. Me volteo y veo que es Derek.

Genial.

La noche aún puede empeorar más.

–Joder –inhalo un suspiro–, qué susto me has dado.

–Lo siento, no era mi intención asustarte. ¿Qué haces aquí? –se sienta a mi lado sin preguntarme antes.

–Me he desvelado y necesitaba un poco de aire fresco, ¿tú? –le pregunto, ya que también se me hace raro que esté levantado en mitad de la madrugada.

–Yo… bueno, yo padezco de insomnio. Muchas veces salgo y me siento aquí a hacer lo mismo que tú: a mirar las estrellas –me mira a los ojos, algo que me incomoda bastante, por lo que desvío la mirada de sus ojos marrones en seguida.

–¿Padeces de insomnio desde hace mucho? –aprovecho que ya lo ha mencionado para seguir con la conversación, y así hacerle creer que me interesa conocer cosas sobre él para llevarle a mi terreno de juego.

Lo estuve pensando antes y tengo intenciones de hacer una cosa que reconozco que no es de muy buena persona, pero que valdrá la pena.

–Desde que pasó todo –confiesa–. Yo presencié con mis propios ojos el mayor desastre jamás creado por la mano del hombre, literalmente.

–¿Tú estuviste ese día en el laboratorio?

–Así es –admite–. Y no sé porqué, pero siento la necesidad de hablarlo con alguien después de tanto tiempo.

Ahora siento mucho más asco hacia la persona que tengo a mi lado. Si me quedara algo en el estómago, juro que me pondría a vomitar aquí mismo.

–Te escucho.

–Bien –toma una respiración profunda–, Scott acababa de perder su puesto de trabajo como científico en uno de los mayores laboratorios del país. Le despidieron de la noche a la mañana, cosa que despertó un sentimiento de ira y venganza en su interior –hace una pausa–. Scott siempre ha sido una persona muy rencorosa, al menos desde que yo le conozco. Decidió abrir un laboratorio en mitad del bosque, perdido de la mano de Dios para que nadie supiera de su existencia. Ese hombre perdió la cordura completamente, empezó a realizar investigaciones ilegales para llenar el vacío que sentía. No era consciente de lo que estaba haciendo.

Al compás que le voy escuchando, siento como si estuviera realizando el papel de un psicólogo. Este hombre se está desahogando porque de verdad necesitaba hacerlo, sea por el motivo que sea.

A todo esto, me surge una duda entre muchas: ¿por qué trabajaban con ese hombre si estaba mal de la cabeza?

–Estuvimos trabajando con él por necesidad –parece que me acabara de leer la mente–. Él buscaba a gente, y yo, al igual que la gran mayoría de los que estamos aquí, estábamos atravesando una mala racha laboral y económica. Así que trabajar con Scott fue nuestra única salida a nuestros problemas.

–¿Te arrepientes? –le pregunto, aunque ya me imagino la respuesta.

–No. Tuve comida y techo para mantener a mi familia, y también fui feliz...

–Hasta que se jodió todo –añado antes de que termine la frase.

–Hasta que lo jodimos todo –suspira profundamente.

Por un momento trato de ponerme en el lugar de esta gente: personas en muy malas condiciones laborales y económicas. Personas que estaban desesperadas. Personas que encontraron la solución a sus problemas mediante el trabajo que les ofreció una persona emocional y mentalmente inestable, algo que no sabían en un principio.

Por una parte quiero entenderles. A veces la desesperación puede llevarte a tomar malas decisiones, pero eso no quita todo el daño que hicieron por no saber manejar la situación. Esa gente, aunque simplemente estuviera trabajando para Scott por necesidad, también son culpables de lo que pasó.

–Recuerdo todo lo que pasó en el laboratorio primeramente –cierra los ojos como si lo estuviera viendo todo en su cabeza–. Mis compañeros convirtiéndose en esas cosas tan horribles que nosotros mismos habíamos creado, intentando atacar a todo lo que tenía movimiento. Algunos que estaban recién infectados eran conscientes de sus actos y en sus ojos estaba el sufrimiento de no poder tener el control sobre sí mismos. Y bueno, no hace falta mencionar todo lo que vino después –hace una breve pausa, abriendo los ojos de nuevo–. Fue un infierno lo que vivimos hasta que formamos este grupo. Los Encapuchados fue la salvación.

En comparación con todo lo que yo he tenido que vivir, él no tiene ni puñetera idea de lo que es vivir un infierno. Un infierno... un verdadero infierno es estar sola en un mundo como este siendo todavía una niña. Una niña la cual lo ha perdido todo por culpa de un científico loco y sus cómplices necesitados.

–Derek, ¿puedo hacerte una pregunta? –después de haberse sincerado conmigo, es el momento de tenderle la trampa.

–Sí, dime –abre sus ojos y cruzamos miradas.

–Me has hablado de vuestra historia, y lo cierto es que me has ayudado a resolver muchas de las dudas que tenía hacia vosotros, pero hay algo que me sigo preguntando...

–¿El qué?

–¿Dónde está Scott? –le vuelvo a hacer la misma pregunta que le hice cuando llegamos aquí.

–¿Otra vez con eso? –se pone a la defensiva–. Eso lo querías saber cuando eras militar.

–Tú lo has dicho: cuando era militar. Ahora ya no lo soy. Ahora quiero saberlo para sentir que confías en mí, para sentir que soy aceptada en el grupo.

Derek clava sus ojos en los míos. Aunque es algo que me incomoda, esta vez no pienso apartar la mirada. Clavo mis ojos en los suyos también y de alguna una manera sé que le estoy presionando. Se toma su tiempo para contestar, pues no está seguro de si decírmelo o no. Pero soy yo la que acaba ganando al final. Cae en mi trampa como una sucia rata de alcantarilla en una ratonera.

–En la Facultad de Medicina de Charleston –confiesa finalmente–. No está solo. Allí hay gente de ambos campamentos con él.

–¿Volverá a este campamento?

Me lo dice todo con la expresión de indiferencia de su cara, ya que me da a entender que no lo sabe. Entonces yo ya no tengo nada más que hablar con él, ya he conseguido sacarle la información que necesitaba.

Aunque sé que no está bien aprovecharse de la sinceridad de alguien, en mi defensa diré que en este caso era necesario hacerlo. De todas formas, ni Derek ni ninguna persona integrante de este grupo me causa ningún tipo de sentimiento de pena.

No tengo empatía con las malas personas.

–Bueno, creo que ya me has contado suficiente –me levanto del suelo–. Me voy a la cama otra vez, quiero intentar dormir –finjo una sonrisa.

Le doy la espalda y me dispongo a caminar de vuelta a mi habitación, pero él me agarra del brazo para detenerme. Me obliga a darme la vuelta, y al tenerle tan cerca, puedo sentir incluso su respiración.

–Ni una palabra a nadie de lo que hemos hablado –me dice en un tono que suena amenazante–. Yo no te he contado nada.

–Vale –le digo sin más.

Sin embargo, pienso contarle todo lo que sé a mis compañeros en cuanto llegue a la habitación.

Eso era obvio, ¿no?

Los Supervivientes De La TraiciónWhere stories live. Discover now