Capítulo 38: Esta es mi historia.

10 1 0
                                    

–Supongo que recordarás todo lo que vino después de que el virus se expandiera sin control por todo el país: el presidente decretó el estado de alarma primeramente, luego cerraron colegios e institutos y cualquier zona pública en la que pudiera haber aglomeraciones de personas; crearon zonas de cuarentena a contrarreloj con hospitales de campaña... hasta que finalmente se impuso el toque de queda –Josh asiente, señal de que me está escuchando atentamente–. Yo tenía dieciséis años y Ashley trece. Y antes de todo eso, como cualquier día normal, nuestros padres se fueron a trabajar por la mañana y nosotras nos fuimos a clase. Todo iba bien hasta que al volver a casa vimos que la gente comenzó a comportarse de una manera muy extraña. Nosotras inmediatamente supimos lo que estaba pasando. El virus ya había llegado a nuestra ciudad –hago una pausa y cierro los ojos por un momento para recordarlo todo tal cual pasó–. Al llegar a casa, cerramos puertas y ventanas para que nadie pudiera acceder al interior. Nuestros padres todavía no habían vuelto en ese momento… y lo cierto es que nunca regresaron –se me eriza la piel solo de pensarlo–. Ashley y yo estábamos muy asustadas. Ella me decía que tenía que protegerla porque yo era la hermana mayor, pero yo no sabía cómo actuar en una situación así. Todo lo que estaba pasando parecía surrealista, una película de terror –hago otra pausa, ahora abro los ojos y mantengo la mirada perdida–. Estuvimos varias horas en mi habitación mientras no parábamos de escuchar sirenas de coches de policía y ambulancias. No podíamos verlo, pero éramos conscientes del desastre que había ahí fuera. Más tarde, escuchamos que alguien forzó la puerta trasera del patio para entrar a la casa. Y bueno, aunque yo iba armada con un cuchillo que cogí de la cocina, no me hizo falta usarlo. Había venido un médico de la zona de cuarentena para ayudarnos. Él y su equipo estaban yendo casa por casa en busca de supervivientes. Nos condujo hasta su ambulancia y allí se aseguraron de que no estuviéramos infectadas mediante unas pruebas. Dimos negativo, así que nos llevaron hasta ese sitio junto a más supervivientes.

–Yo viví algo parecido. ¿Qué pasó después?

–Ese lugar daba muy mal rollo. Recuerdo la fuerza con la que Ashley apretó mi mano al pasar al lado de un montón de cuerpos sin vida, víctimas de ese puñetero virus –se me hace un nudo en el estómago al recordar esa imagen. Josh pone su mano sobre la mía. Bajo mi mirada lentamente hasta nuestras manos y una sensación rara y bonita al mismo tiempo me revuelve el estómago.

–Cuéntame más –me pide a la vez que acaricia suavemente mi mano con el pulgar.

–Pues, como te he dicho, dimos negativo en esas pruebas, pero teníamos que hacer cuarentena igualmente por protocolo… así que estuvimos allí casi dos semanas. Durante ese tiempo, presenciamos la desorganización por parte de los médicos y demás personal que trabajaba allí. Se quedaron sin pruebas y empezaron a traer a más y más personas, aún sabiendo que tenían el virus. Las traían con la finalidad de intentar ayudarlas, o al menos hacer algo por ellas antes de que se convirtieran en esas cosas, pero eso solo hizo que personas que en un principio estaban sanas, se contagiaran también –una sensación de vacío me sacude por dentro al recordar que ahora viene la parte más dura–. Y ese fue el caso de mi hermana. Se contagió y los médicos se deshicieron de ella de la peor manera.

–¿Qué le hicieron? –me toma la mano con más fuerza y entrelaza sus dedos con los míos.

Ese gesto se siente tan extrañamente bien...

–Le dispararon delante de mis ojos –se me quiebra la voz y lágrimas empiezan a descender por mis mejillas de manera casi instantánea–. Yo lo presencié todo... yo estaba ahí.

–Oh, Dios. Ven aquí –pasa un brazo por encima de mis hombros para acercarme hasta su pecho. Apoya la barbilla encima de mi cabeza y me abraza.

Le devuelvo el abrazo envolviendo mis brazos por detrás de su espalda. Nos quedamos así en silencio por unos minutos. Y por primera vez en mucho tiempo, me siento reconfortada en los brazos de alguien. Me transmite esa paz y tranquilidad que necesito para calmar el caos de mi interior.

Gracias, Josh.

–No podía soportar estar en la escena del crimen de mi hermana –continúo hablando mientras me alejo de él lentamente y recupero la compostura–, por lo que me escapé y me fui muy lejos yo sola. Fui a parar a una fábrica abandonada. Ese fue mi hogar por varios meses.

–¿Y cómo una niña de dieciséis años fue capaz de sobrevivir sola? –por la expresión que ha obtenido su cara tras revelarle eso, sé que se ha quedado realmente sorprendido. Seguro que no se lo esperaba. Aunque en realidad, nadie se lo esperaría.

–Sinceramente, ni yo misma lo sé –me encojo de hombros–. Tuve bien claro desde el principio que no quería depender de nadie para sobrevivir, porque al final, la persona que está a tu lado puede irse también. Así que, puesto que no me quedó otra, tuve que hacerme de una pistola de mi tamaño y aprender a disparar por mí misma. Tenía que defenderme de alguna manera, ¿no? –suspiro–. No sé. Lo mismo fue suerte, o lo mismo fue ella… lo mismo fue que Ashley me protegió en todo momento desde el cielo.

–¿Y cómo llegaste luego a la base?

–Pues una tarde, cuando regresaba a la fábrica después de haber estado todo el día en busca de comida, me encontré con dos militares –le explico–. Uno de ellos era Spencer. Por aquel entonces era más joven y no tenía barba –se me forma una débil sonrisa al recordarle–. Y bueno, tras conocer los grandes esfuerzos que hacía por sobrevivir sin ayuda de nadie, decidió llevarme a un colegio militar. Él me dijo literalmente:

"Creo que dentro de unos años serás una chica militar con una gran historia que contar".

–Spencer me salvó. Si no hubiera aparecido ese día, Dios sabe dónde estaría ahora –trago saliva con fuerza. Me aterra el simple hecho de pararme a pensar en todo lo malo que me podría haber ocurrido–. La cuestión es que gracias a él tuve la oportunidad de ir a una escuela militar, donde me formé. Y finalmente, un par de años más tarde, pude acceder y formar parte de la base.

–Y esa es tu historia –dice cuando termino de hablar.

–Sí. Dura, ¿verdad?

–Podrías escribir un libro.

–Quizá algún día lo haga –me río.

–Y me disculpo de nuevo. No debería hablar sin saber.

–¿Me estás dando la razón? –me levanto de un salto y me sorprendo exageradamente.

–Eso creo –me da una sonrisa inocente.

–En ese caso, creo que puedo perdonarte.

–¿Sí? –se levanta también y se pone en pie. Su altura me hace levantar la cabeza para mirarle a los ojos.

–Pero con una condición –él me mira expectante–. No vuelvas a hacerlo.

–Hecho –me ofrece su mano, y luego la estrechamos.

–Ah, y una última cosa –le digo antes de volver a subirnos a los caballos, los cuales han estado pastando todo este tiempo enfrente de nosotros.

–Dime.

–Te quiero motivado hasta el final en esto.

Los Supervivientes De La TraiciónWhere stories live. Discover now