Capítulo 52: El verdadero monstruo era él.

19 0 0
                                    

Mi espalda choca contra la pared. Me he quedado arrinconada. Veo a Josh acercarse a mí dando grandes zancadas, trae consigo una expresión de preocupación en la cara.

–No escuches nada de lo que está diciendo este hombre. Está loco –trata de tomar mi cara entre sus manos para que le mire a los ojos.

–¡No me toques! –pongo las mías sobre su pecho y le doy un empujón para que se aleje de mí.

–Hannah –vuelve a acercarse a mí, esta vez lentamente–, ¿de verdad vas a creerle a él antes que a mí?

–Mírame a los ojos y júrame por tu hermano que no tienes nada que ver con esto.

Se detiene a apenas unos centímetros de mí. Sus ojos verdes se fijan de manera intensa en los míos. Como ahora sí se lo permito, sujeta con delicadeza mi cara con sus dos manos, lo que me produce esa sensación en el estómago tan poco apropiada en este momento.

–Te lo juro por Marcus.

Decido creerle. Sé que él no sería capaz de jurar algo que no es cierto en nombre de su hermano. Pero luego me paro a pensarlo detenidamente y me doy cuenta de la gran estupidez que acabo de cometer. Acabo de dudar de Josh: de la persona que no me ha fallado hasta la fecha, la que ha permanecido a mi lado siempre.

¿Qué he hecho?

Definitivamente soy imbécil.

Me siento fatal ahora mismo.

Josh hace que salga de mis pensamientos cuando dejo de sentir su contacto contra mi piel. Se voltea y se dirige hacia Scott dando grandes zancadas de nuevo. Sin darle tiempo a reaccionar, lo estampa contra la pared más cercana.

–Así que pensabas que el sucio juego de manipular a las personas con tus mentiras funcionaría también con Hannah –le agarra del cuello con fuerza.

–Josh... suéltame ahora mismo –comienza a tener problemas para respirar, se nota por la dificultad con la que habla.

–Ya no estamos en la base. Tú ya no me das órdenes.

Entonces mi mirada se percata de algo. No estoy segura de lo que estoy viendo, por lo que me acerco un poco más para comprobarlo. Me detengo en seco cuando puedo verlo perfectamente y todas mis alarmas se disparan.

Tengo que avisar a Josh antes de que sea demasiado tarde.

–¡Aléjate de él! ¡Está infectado!

Me mira con los ojos como platos al escuchar la palabra "infectado". Él sabe muy bien lo que eso significa. De manera que le suelta y se aleja de él rápidamente, bajando su mirada hasta el mordisco que tiene en el antebrazo.

–Así es, me he infectado. Y por eso ya no tiene sentido que vengáis a reprocharme nada. Realmente... ya nada tiene sentido –saca la pistola que utilizó para disparar a Thomas. Eso hace que Josh tenga el mismo instinto protector de colocarse delante de mí que antes.

–Ni se te ocurra –le advierte con seriedad.

–Quiero que lo hagas tú –le ofrece la pistola–. Quiero que seas tú el que acabe con todo esto.

–Dios, estás más enfermo que esas cosas de ahí fuera.

–Vamos, sé que estás deseando hacerlo –sigue provocándole.

–No, no pienso hacerlo a pesar de todos los motivos que tengo. ¿Sabes por qué? Porque yo, a diferencia de ti, sí te consideraba un compañero... un compañero que más tarde acabó siendo mi amigo también –hace una pausa–. Y a los amigos no se les traiciona, Scott. Pero inconscientemente nos has dado una lección. Nos has enseñado que la traición realmente no viene de un enemigo, sino de alguien cercano. Y tú eres, entre muchas cosas, un traidor.

Scott, derrotado por las duras pero ciertas palabras que acaba de decir Josh, desliza su cuerpo por la pared hasta que cae desplomado al suelo. Agacha la cabeza y después vuelve a levantarla para mirarle. Se acerca la pistola a la sien y antes de apretar el gatillo dice con una débil sonrisa:

–Yo me voy, pero mi marca permanecerá por siempre en este mundo.

El disparo hace eco por todo el lugar. Lágrimas se producen de manera automática en mis ojos al ver el cuerpo sin vida del hombre que creíamos diferente. Se ha suicidado frente a nosotros. Lo único que puedo hacer es liberar mis oprimidas lágrimas sobre el pecho de Josh, el cual me abraza lo más fuerte posible.

–Ya está. Ya ha pasado todo, mi niña. Ahora ya estaremos bien –me susurra mientras acaricia mi pelo.

–Yo... yo quiero decirte algo –levanto la cabeza y nuestras miradas se encuentran.

–Dime –pone un mechón de pelo detrás de mi oreja.

–Siento mucho haber dudado de ti –sorbo la nariz–. La situación me jugó una mala pasada y...

–Hey, no pasa nada. Te entiendo –limpia mis lágrimas con sus pulgares–. Pero quiero que sepas que yo, por nada del mundo, te haría algo semejante. No sería capaz de hacerte daño.

–Lo sé.

–Vale. Vámonos de este sitio ya.

Rodea mis hombros con uno de sus brazos. Mi mirada se fija por última vez en Scott. Su cuerpo está echado en el suelo y un charco de sangre se ha formado bajo su cabeza. Todavía puedo ver el mordisco del antebrazo. Llego a la conclusión de que se ha suicidado porque no tenía el valor ni el coraje suficiente para afrontar el hecho de convertirse en un monstruo.

Pero lo que él no sabía es que realmente ya lo era.

Los Supervivientes De La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora