Capítulo 34

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Apartó un mechón de pelo de Nia con suavidad, y se quedó contemplándola. Dormía plácidamente, y la felicidad le invadió el cuerpo como una ola de energía. La había echado de menos durante bastante tiempo, y durante meses había sentido que tenían que estar siempre de aquella manera; robándole momentos al tiempo para poder pasar las noches juntos.

Se encontró preguntándose si lo que él anhelaba no era más que poder estar a salvo, y si con Nia podía conseguirlo. A veces se había hallado a sí mismo maldiciendo aquellos momentos peligrosos que habían vivido, pero sabía perfectamente que ella no había sido responsable de nada de lo que le había pasado. Más bien, Nia parecía siempre la solución.

Apreció aquel momento, aquellos días que habían sido caóticos únicamente por el trabajo y no porque les acechase alguna criatura peligrosa, y se sintió afortunado. Se sintió de tal manera porque no habían vuelto a tener problemas desde que capturaron al lethifold. Aunque Nia continuaba investigando, parecía mucho más alegre y descansada y Bill no pudo evitar sentirse feliz, pensando que quizás podría olvidarse de la investigación. Sabía que estaba mal y que era cruel desear que ella se olvidase del tema, pero había descubierto durante aquellos meses que le aterrorizaba perderla, e intentaba convencerse de que sólo quería lo mejor para la joven.

Había pasado casi un año desde la última visita de los Weasley, y había reinado una paz absoluta. Deseaba que los problemas hubieran terminado. Deseaba que Nia se quedara con él, aunque sabía que eso sólo era una fantasía. Era algo que sabía que quería, pero jamás se atrevería a expresarlo en voz alta, porque sólo heriría a quien amaba. Si el amor era sacrifico, él se sacrificaría. Por Nia. Se sentía dispuesto a seguirla hasta el fin del mundo, sólo por poder compartir la seguridad y tranquilidad que experimentaba en aquel momento, entre las paredes de su tienda. Y mientras se sumergía en el sueño con el olor de la muchacha, era cada vez más consciente de que lo que deseaba era imposible, y que la seguridad y la paz desaparecerían en cuanto Nia encontrase otra pista.


Cuando Bill se despertó a la mañana siguiente, estiró el brazo para encontrarse con un hueco en su cama. Aquello también era habitual. Ella continuaba levantándose temprano, pues todo su tiempo libre lo dedicaba a investigar, a ayudar a Shani con las criaturas y a su trabajo. Era lo que la apasionaba, era lo que a ella la mantenía viva. Pero el pelirrojo volvió a sentirse desolado una mañana más, y volvió a preguntarse si algún día Nia lo elegiría a él, en vez de elegirle sólo por las noches.

Volvió a repetirse que no pasaba nada y que todo estaba bien. Se duchó tras haber perdido varios minutos mirando al vacío de su colchón, y se preparó para continuar con su trabajo. Pensó que quizás podría ir a buscar a Nia para comer, una vez que terminase su turno, pero aquel día ocurrió algo diferente. No le apeteció lo más mínimo pasar tiempo con ella. Muy en el fondo, sabía que era porque tenía muchas cosas que hablar y aclarar, pero no quería enfrentarlo.

Con esa sensación, Bill volvió a la pirámide para enfrentar una nueva jornada. Ahora podía trabajar solo y se sentía extrañamente bien con ello. Tenía bastante en lo que pensar, pero no quería hacerlo. Concentrarse en el trabajo podría ser una buena solución a sus problemas.


Mucho más lejos de las pirámides, atravesando el mar dorado que se extendía más allá del campamento, uno de los coches de la excavación estaba aparcado en mitad del desierto. Nia había salido aquella mañana temprano para comprobar el resultado de su investigación una vez más. Había dedicado las mañanas durante meses a investigar el desierto, intentando encontrar un nuevo rastro, una nueva pista.

No había huellas, no había ilusiones, no había nada. Sólo las dunas ondeando sinuosamente a su alrededor. Una leve brisa removió los granos que chocaron contra la piel de Nia, provocándole pequeños pinchazos al impactar contra ella, y Nia suspiró una vez más, dispuesta a volver al campamento. Pero la arena le reveló algo.

Un color rojizo ondeaba con el viento, y no salía volando porque continuaba enterrado en la duna parcialmente. Era una pluma. Y Nia sabía de qué criatura. Miró a su alrededor con una ilusión y una alegría que no esperaba sentir aquella mañana, a la espera de encontrar más. Y por una vez, sus deseos se cumplieron. Encontró dos plumas más, pero esta vez le dejaron un mal sabor de boca. Se podría describir como una sensación agridulce, pues estas plumas estaban llenas de sangre.



Bill salió de su tienda tras volverse a duchar por segunda vez en aquel día. La jornada había sido cuanto menos, entretenida. Descubría constantemente alguna maldición nueva y eso le desesperaba un poco. Aunque también había conseguido bastantes artefactos y oro, la pirámide continuaba guardando más, de eso estaba completamente seguro, pero no podía evitar sentirse bastante cansado de no terminar nunca.

Mientras paseaba por el campamento, encontró a Shani corriendo hacia la tienda de Nia. Por alguna razón se le pasó por la cabeza que algo había ocurrido, porque habían sido demasiados meses extrañamente pacíficos con Nia cerca.

Así que se apresuró a seguir a la ayudante, y las barreras mágicas de Nia le permitieron el paso una vez más hasta la tienda, y posteriormente a los hábitats que se ocultaban en ella. Allí Bill volvió a encontrarse a su persona querida como más temía.

Nia se encontraba en pie delante de él, con la camiseta completamente manchada de una sangre roja refulgente, y sus manos también estaban llenas del mismo líquido carmesí. El miedo atenazó cada músculo del joven, y por su espina dorsal recorrió un frío más helado que el de la propia muerte.

-¡Nia! –exclamó Bill, acercándose a ella con el terror dibujado en el rostro.

-Bill, tranquilo. No es mi sangre. –Le explicó ella, que cogía unas vendas que Shani le había llevado. Sin comprender nada, el joven se quedó mirando. Nia se apresuró a acercarse a una mesa donde una criatura apenas se movía. Bill reconoció que era un fénix, pero parecía muy malherido. Aun intentando comprender lo que estaba pasando, sólo veía cómo Nia trataba de parar la hemorragia de una herida bajo el ala del animal, mientras este parecía respirar cada vez más lentamente. Contempló la concentración en el rostro de su amada, quien parecía completamente entregada a lo que estaba haciendo. Daba órdenes directas y precisas a Shani para lograr su ayuda, y muy camuflado en su voz, estaba el miedo. Bill entendía su miedo, y se veía a sí mismo reflejado en él.

Nia era alguien que había visto morir con sus propios ojos a muchas criaturas, y por eso sentía la necesidad de ayudar. De hacer todo lo que estuviera en sus manos para que criaturas como aquella sobrevivieran. Bill entonces comprendió que era por eso mismo por lo que Nia no podía permitirse levantarse más tarde una mañana. Apretó los dientes, sintiéndose como un imbécil. Mientras él estaba maldiciéndose, Nia estaba intentando salvar la vida de una criatura que se merecía vivir. Levantó la mirada para enfrentar el rostro de Nia, decidido de una vez por todas.

- ¿Cómo puedo ayudar?

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora