Capítulo 41

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Edgar Edevane, a pesar de sus kilos de más, era más ágil de lo que su forma dejaba pensar. Su rostro se curvó en una macabra expresión, mientras veía los ojos inhumanos de su propia sobrina. Vio todo el odio y el dolor que le pesaban, y se sintió poderoso. Él había hecho aquello. Edgar Edevane había logrado que una chiquilla pronunciase una maldición imperdonable, había conseguido que su propio odio quedase impregnado en una joven a la que le doblaba la edad. Sacó su propia varita, aquella con la que había doblegado la voluntad y la mente de una niña, con la eterna sensación de júbilo que le daba sentirse superior a quien le había destrozado la vida.

Esa chiquilla, la hija de su hermano, había puesto su mundo patas arriba. El hijo mayor ya había desencadenado el odio de sus padres, hermanos, y de sus propios hijos. Las cenas se habían vuelto lúgubres, llenas de susurros y caras largas, excepto cuando murió. Cuando su sobrino murió, sólo había palabras de aceptación y de júbilo. Uno menos. Se dijo aquel día. Ahora sólo quedaba la pequeña.

Y, sin embargo, aquella pequeña desprendía la energía y la fuerza de su padre, de su propio hermano. Ella decía que se enorgullecía de su apellido, y con cada entrevista, cada aparición en los medios, con cada logro que conseguía y con su mera existencia no hacía más que avergonzar a su familia. Quizás no a sus padres, pero sí a él. Cómo se atrevía, una sangre sucia, a lograr más fama que cualquiera de los que portaban la pureza en su sangre. Cómo se atrevía a estudiar magia, a realizarla, ella, que tenía abuelos muggles.

Cuando consiguió desenmascararle tras los sucesos en Hogwarts, el mundo se le echó encima. Los periódicos, los reporteros, los juicios y los testimonios. Azkaban. Nia Edevane era la chica fuerte que había derrotado a un mago tenebroso. Una heroína, cuando sólo era una niñata engreída que le había arrebatado su libertad. Él estaba haciendo lo correcto, pero el mundo no se daba cuenta. ¿Dónde estarían los magos si no fuera por la pureza de sangre? Eran superiores, eso estaba claro. Pero había demasiados idiotas que creían que eso no importaba. ¿Cómo no iba a importar? La pureza de sangre creaba a magos reales, creaba a los verdaderos héroes, creaba a los más poderosos. Aquella niña no se merecía nada de lo que tenía. No se merecía su vida.

Al principio ella sólo era un castigo más para su padre. Su hermano había sido el primero en deshonrar el apellido Edevane, en avergonzar a sus propios padres y hermanos. A toda su familia. Pero cuando la chica consiguió que todos creyeran que él era el malo, el gran y poderoso Edgar Edevane, mago influyente y respetado, la joven se había convertido en un objetivo por sí mismo.

El rayo verde se estrelló contra el suelo, haciendo saltar varios granos de arena. La arena que él había creado, mucho más dorada y bonita que la sucia y fea que estaba en el exterior. En cuanto terminase con su sobrina, saldría de allí. Ahora que se acercaba el momento en el que el Señor Tenebroso regresaría, él podría volver a su lado, para servirle. Y, además, habría erradicado a una sangre sucia en honor al mago más poderoso de todos.

Pero antes, terminaría con aquella estúpida niña y sus amigos. Incluso si tenía que terminar con un Weasley, no le importaba. Al fin y al cabo, él mismo se lo había buscado. De todas formas, esa familia era repugnante; unos traidores a la sangre que parecían reproducirse como conejos. Asqueroso.

Edgar contraatacó, pero la joven se defendió y desvió el ataque. Sólo era un calentamiento, sabía perfectamente que dos magos tan jóvenes no podían con él. Ni aunque la niña tuviera la misma destreza que su padre.

Por su parte, el rostro de Nia continuaba impasible. Bill, por su parte, sí que demostraba su furia a base de arrugas en la frente y el ceño fruncido. Sus labios estaban tensos, apretados el uno contra el otro. El mago sabía que no serían rival para él, en los encuentros anteriores sólo habían tenido mucha suerte.

Con maestría y una rapidez insultante, Nia comenzó a lanzar un hechizo tras otro, esta vez menos mortales que el primero que había salido de su varita. A pesar de mantenerse impasible, su mirada parecía ahora menos ida y mucho más limpia que antes. Era como si su furia gritase por sus pupilas, que taladraban al mago sin asustarle lo más mínimo. Por su parte, el mago tenebroso repelía hechizos, uno tras otro, sin sorprenderse de la rapidez del duelo.

Bill, por su parte, se acercaba a ellos con cuidado. En aquel saliente enorme que se había alzado en el aire, veía ahora a las criaturas enjauladas en las partes superiores de la cueva. Resultaba tan asqueroso o más como las que vieron al principio, pues sus jaulas estaban sucias, las criaturas tenían un aspecto deplorable y algunas vivían entre cadáveres de su misma especie. Otras incluso se habían devorado entre ellas o luchado tan ferozmente que estaban muertas o malheridas en sus celdas. Y mientras tanto, Nia se batía en duelo con su propio tío en mitad de un trozo de tierra con arena que flotaba en el aire, ahora inmóvil en mitad de un vacío inescrutable.

Edgar continuaba repeliendo hechizos uno tras otro, e intentó penetrar en la mente de su sobrina para volver a recoger los recuerdos que se transformaban constantemente. Sin embargo, esta vez no le fue tan fácil como años atrás. Nia se había preparado, y a conciencia. Se encontró con un enorme muro difícil de traspasar, y decidió que no era una buena opción, pues consumía energías de forma innecesaria. Lo intentaría cuando estuviera más cansada.

Entonces Bill aprovechó y se unió al ataque. Podría parecer algo injusto, pero el mago tenebroso lo recibió con los brazos abiertos, por decirlo de alguna manera. Era justo lo que quería para mantener su mente mínimamente activa, y estuvo repeliendo hechizos de ambos magos durante bastante tiempo. Sin embargo, ninguno bajaba la guardia.

En algún momento, Edgar decidió intentar sorprenderles con ataques que iba lanzando a diestro y siniestro mientras se protegía de otro hechizo que Bill o Nia le lanzaban. Y así se creó una dinámica que fue siendo cada vez más rápida, hasta que pareció convertirse en un espectáculo de luces. Los dos jóvenes intentaban mantenerle ocupado para que no se le ocurriera intentar entrar en ninguna de las dos mentes, y si lo intentaba, al menos esperaban que se desconcentrase lo suficiente para que algún hechizo le diera.

La situación era cada vez más tensa, pero los hechizos de Bill y Nia parecían acercarse cada vez más a Edgar. Varios rasgaron su ropa, creando cortes que no llegaron a darle en la piel siquiera. Sabían que sería cuestión de tiempo. El problema era, que para Edgar también era una cuestión de tiempo conseguir derrotarles a ambos. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now