Capítulo 3

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-Y por último... Esta es mi maravillosa y humilde tienda. –Bill señaló una tienda que a primera vista parecía exactamente igual que todas las demás.

-Oh, genial, seguro que la encontraré sin problema. –Contestó Nia con sarcasmo. Bill ignoró su comentario y continuó hablando:

-Bien, pues creo que con eso hemos terminado el recorrido. Ya sabes dónde está la excavación, la carpa para el almuerzo, la tienda del supervisor y... mi tienda, para cuando tengas que venir corriendo a pedirme ayuda.

-Y el aparcamiento con los vehículos muggles para poder ir a la ciudad cuando quiera escaparme de ti.

-Si, si, muy graciosa. Ya me gustaría verte conduciendo uno de esos.

-Te sorprendería. – Nia le guiñó un ojo. –De todas formas, ¿eso es todo? ¿Todo lo demás son tiendas de empleados? Creía que tendría más cosas.

-Qué va. Cada tienda cuenta con su propio aseo para que sea más cómodo, y las lechuzas que queramos enviar tenemos que traerlas nosotros mismos.

-Ajá... Así que es por eso por lo que no envías lechuzas.

Parecía que Bill iba a contestar, pero enseguida cerró la boca. Nia simplemente sonrió, divertida por su reacción.

-Bien... Pues supongo que me queda lo más divertido. – Murmuró, mirando en la dirección en la que estaba la tienda del supervisor.

-¿El qué? – preguntó Bill, que se había distraído.

-Pedirle explicaciones a tu jefe.

-Oh... Bueno, estaré por aquí para cuando quieras... No lo sé, desahogarte, supongo.

-¿Y sobre qué iba a desahogarme?

-De la poca ayuda que te ha dado el supervisor, de lo fría que ha estado la cena, de la maldición que tienes que romper... no lo sé, hay muchos temas de conversación.

-Ya... Me da la sensación de que llevas mucho tiempo sin hablar sinceramente con nadie, Weasley.

Bill se encogió de hombros y se hizo el tonto ante aquel comentario. Posteriormente desapareció tras la tela de su tienda. Nia suspiró pesadamente. No le apetecía lo más mínimo dedicarse a hablar con personas, pero tenía que hacerlo si quería averiguar lo que estaba pasando en aquel campamento. Así que echó a andar a paso ligero, mientras antes terminase, mejor.

Llegó más rápido de lo que esperaba a la tienda del supervisor, y se sorprendió al ver a varias personas alrededor. Al menos esta tienda era diferente y se podía diferenciar por el tamaño; era bastante más grande por fuera en comparación con todas las demás.

Entró en la tienda con la seguridad que la caracterizaba y se dirigió a un hombre que tenía el pelo y la barba plagados de canas blancas y relucientes. Las pequeñas arrugas que se le formaban en la piel daban más pistas sobre su edad aproximada, y sus ojos presentaban una mirada cansada, pero se movían a una enorme velocidad mientras leía unos papeles que tenía en la mano. Al ver a Nia apenas se inmutó. Le dirigió una rápida mirada y continuó con su lectura. La joven simplemente esperó a que terminase pacientemente.

El supervisor dio por concluida su lectura y dejó los folios sobre la mesa. Nia se habría dedicado a mirar la decoración de la tienda, pero todo estaba lleno de carpetas, mapas, y apuntes que parecían desordenados.

-¿Y bien? – inquirió el hombre, que apenas había levantado la vista de sus documentos y ya estaba con otro nuevo montón de papeles entre las manos. –No tengo todo el día.

-Quería preguntarle de nuevo sobre las desapariciones del campamento.

-Ah no, muchacha, lo lamento, pero hoy no puedo ayudarte con eso.

-¿Y cómo pretende que haga mi trabajo?

-Vuelve mañana.

-Pero...

-Vuelve mañana. – Sentenció el hombre, y dio por concluida la conversación.

Nia apretó los dientes, tragándose sus palabras y se marchó. Al menos tendría otra oportunidad al día siguiente, pero le habría encantado zanjar el asunto lo antes posible. Parecía que las expectativas de que aquello iba a ser simple se le estaban resquebrajando poco a poco.

Al salir de la tienda, se le ocurrió que podría aprovechar para hablar con los investigadores que estaban allí. No entendía por qué estaban bajo el sol, que, aunque empezaba a atardecer, continuaba dando un calor casi insoportable.

Aunque intentó dialogar con varios de ellos, no consiguió ningún resultado. Hasta la conversación con el supervisor había sido más fructífera que sus interrogatorios a aquellos trabajadores. Aunque por lo menos, no la habían tratado de forma descortés ni le habían hecho sentir incómoda, pero parecía que absolutamente nadie en aquel campamento sabía nada de lo que realmente estaba ocurriendo con sus propios compañeros. Tampoco habían visto pistas, nadie se había comportado de forma extraña antes de su desaparición, y los conflictos que tenían unos con otros eran nimiedades por las que nadie mataría a nadie.

Nia volvió a su tienda, bastante decepcionada con el resultado. ¿Quizás todo aquello le iba grande? No estaba segura, pero no podía rendirse en su primer día de todas formas.

Se dejó caer en el taburete que estaba al lado de su escritorio y dejó soltar todo el aire y parte de la frustración que se estaba guardando para sí misma. Entonces se fijó en los apuntes que tenía en su propio escritorio, y decidió apuntar lo poco que sabía, por si aquello le ayudaba. Apuntar sus pensamientos y lo que había aprendido aquel día quizás le serviría en un futuro para no pasar por alto los pequeños detalles. Además, así ordenaba su propia cabeza.

Las horas pasaban y Nia se enfrentaba a un folio en blanco. Había rellenado una hoja del papel con las pequeñas pistas y la escasa información que tenía, pero no pensó que sería tan poco. Apenas le servía de nada, y su ánimo se vio bastante mermado. No podía asegurar la criatura que fuera, pero tampoco podía descartar a muchas otras. Las más salvajes y violentas, sí, claro, pero era bastante obvio que aquellas no eran, o habrían dejado un buen rastro de sangre y huesos si se hubieran comido a las personas de la excavación. Pero si continuaba pensando en el tema ¿cómo podía asegurar que no hubiera sangre? Ella todavía no había visto absolutamente nada sobre aquellas personas desaparecidas. Por no saber, no sabía ni cuántos habían desaparecido exactamente.

Decidió dejar de darle vueltas a la cabeza porque no tenía ningún sentido, y guardó la pluma que había estado usando para escribir. Escondió su pequeña investigación entre los apuntes y folios que tenía encima del escritorio, llenos de datos o dibujos de criaturas mágicas y se echó encima de la cama, cansada. A pesar de que había dormido antes, no creía haberse recuperado del viaje. A los pocos segundos de haberse tumbado, el pelaje de la Demiguise le hizo cosquillas, y abrió los ojos para descubrir que estaba pasando justo por encima de su cara para llegar hasta un hueco que había reclamado como suyo propio a los pies de Nia. Sin apenas darse cuenta, volvió a caer en un profundo sueño por segunda vez en el día. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now