Capítulo 2

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-¿Nia? – escuchó su nombre repetidamente a las afueras de la tienda. Oh, no, se había quedado dormida, pero no sabía cuánto tiempo. Se frotó los ojos y vio a la Demiguise al lado suya. Se incorporó a la vez que alguien entraba a la tienda con total naturalidad, a pesar de que había puesto varios hechizos.

Al ver una nueva salida a un mundo donde explorar y destrozar más objetos, el escarbato cruzó la habitación en un abrir y cerrar de ojos, y casi iba a lograr su objetivo cuando Nia apuntó la varita hacia él y murmuró:

-Accio Escarbato – y el escarbato fue atraído por alguna fuerza invisible hasta Nia, que le retuvo entre sus brazos mientras la figura entraba en la tienda y cerraba la tela tras de sí, volviendo a activar los hechizos.

Bill Weasley. Bueno, eso explicaba por qué no había tenido problemas encontrando su tienda ni entrando. Al fin y al cabo, los hechizos sólo repelían aquellos a quienes Nia no conocía o no quería ver.

Nia dejó libre al escarbato, que salió corriendo, y se puso en pie, mirando a su amigo con una sonrisa. Él abrió los brazos y le dedicó una sonrisa también a su compañera. En un par de pasos, ambos estaban fundidos en un abrazo, en el centro de una pequeña tienda de campaña en mitad de un desierto enorme. Tan buen lugar como cualquier otro para un bonito reencuentro.

-¡Bill Weasley! ¡¿Se puede saber por qué tu hermano me manda más lechuzas que tú?! – exclamó ella de forma recriminatoria, una vez se hubieron separado.

-¡Eh! ¿Me acabas de volver a ver y ya me estás echando la bronca? ¡Tú tampoco me has mandado ninguna lechuza! – le reprochó el pelirrojo, sin dejar de sonreír.

-Oh, por favor, he estado... ocupada. – contestó Nia, echándose el pelo hacia atrás y dándose aires de grandeza.

-Ah, ¿sí? ¿Con qué? ¿Limpiando un criadero de hipogrifos?

-¿Y tú qué? ¿Apuntando garabatos en un cuaderno?

-¡No sólo eso! También rompo maldiciones. Es... un trabajo peligroso. – contestó él, con el semblante serio y cruzándose de brazos mientras miraba hacia otro lado con aspecto melancólico. Nia enarcó una ceja y su comisura derecha comenzó a subir lentamente, esbozando una media sonrisa.

-No cuela, Weasley.

-Vaya... ¿Cuándo te volviste tan lista? Me gustaba más la pequeña Hufflepuff que venía a mí en busca de ayuda.

-Bueno, la alumna superó al maestro.

-Ya, claro. Eso sí que no me lo creo. – Bill le revolvió el pelo con cariño. Eran muchos años desde que se conocieron, y la confianza no había hecho otra cosa que ir en aumento.

Hogwarts, Inglaterra, 1986.

El patio de Hogwarts estaba completamente vacío. La mayoría de estudiantes se habían ido al Gran Comedor y ahora el castillo estaba prácticamente vacío. La tranquilidad que se respiraba parecía incluso sobrenatural, teniendo en cuenta todo el ruido que se escuchaba en el día a día.

Una joven vestida con la túnica de Hufflepuff y el pelo de un rojo intenso, caminaba con timidez por el patio. Estaba repleta de inseguridad, pero sabía que era algo que tenía que hacer. Que quería hacer. Y se estaba enfrentando a su propio miedo en aquellos momentos.

Se situó a apenas unos metros de un joven bastante más alto que ella, de espalda ancha y pelo anaranjado que vestía la túnica de Gryffindor. Se encontraba practicando encantamientos en mitad del patio. La joven carraspeó para aclararse la garganta y que su voz no fallase.

-¿No vas a comer? – preguntó, intentando que su voz sonase alta y clara, aunque le tembló bastante y le salió más aguda de lo que solía ser.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora