Capítulo 19

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Shani observaba la propia habitación en la que llevaba viviendo unos días, satisfecha con su propio trabajo. Se había dedicado a limpiar la casita en la que Nia le permitía alojarse, y minutos antes había hecho lo mismo con la propia tienda de la inglesa. La egipcia se había tomado la libertad de hacer de la limpieza una tarea propia, pues continuaba sintiéndose responsable de devolverle la gratitud a quien había sido una desconocida meses antes.

Incluso aunque Nia le había ofrecido devolverle el favor ayudándola a cuidar de las criaturas, Shani aun sentía que le debía más, pues se estaba encargando también de su propia formación mágica. Incluso le había conseguido varios libros para que ella estudiase lo que quisiera. Había un sinfín de asignaturas con las que Shani apenas soñaba.

Bill se había pasado por la tienda una mañana en la que Nia no estaba. Le había explicado en qué consistía su trabajo y le había enseñado Protego, un encantamiento protector. El joven había asegurado que era muy útil, así que Shani lo había estado practicando casi todos los días, aunque apenas si había pasado una semana como para conseguir que aquello fuera una rutina.

Lo que más le había costado explicarle a Bill, era que ella no necesitaba una varita para hacer magia. El chico se había quedado maravillado cuando comprobó que la afirmación era cierta, pues ella había conjurado un simple Lumos de sus propias manos. Shani comenzaba a comprender la diferencia entre Bill y Nia. Él aún parecía sorprenderse por las diferentes culturas y achacaba imposibles a lo que no comprendía. Ella, por su parte, ya sabía que Shani podía hacer magia sin una varita, y parecía conocer algunos aspectos de la enseñanza en Uagadou. Además, sus historias sobre los diferentes lugares del mundo le parecían de lo más enriquecedor. Era una mujer que había visto lugares y culturas que Bill apenas había rozado, y que todavía le costaba hacerse a la idea.

Shani cogió un cuaderno y salió de la cabaña, seguida por el kneazle, que apenas se separaba de la joven. Quizás porque la había asociado a la comida que ella le daba por las mañanas.

La egipcia continuó caminando hasta llegar al invernadero, donde un día más, comprobó que no había ninguna planta a la que le faltase agua. Nia parecía ocuparse bastante temprano de que no necesitasen nada. Por su parte, la egipcia todavía no tenía los suficientes conocimientos sobre herbología como para distinguir algunas de las que crecían en aquel lugar. Así que continuó su rutina para comprobar el estado del escarbato, que dormía plácidamente entre una montaña de objetos dorados. La demiguise continuaba en el cuarto de Nia, donde parecía estar más cómoda. De vez en cuando bajaba a los hábitats para comprobar el estado de los seres que habitaban allí, pero después volvía a desaparecer escaleras arriba.

Así que Shani continuó su travesía, llegando hasta el enorme bosque que se alzaba en uno de los extremos de aquel extraño lugar. El primer día que se despertó en la tienda de Nia, tuvo que comprobar varias veces que no estaba soñando para creer lo que estaba viviendo. Se dedicó los primeros días a explorar aquel vasto escondite, pero todavía no había llegado más allá de la cordillera de montañas. Le parecía el límite, pero quién sabe.

Todo aquello le recordaba a su madre.

Pasaba la mayor parte del tiempo en el bosque, pues había descubierto unas criaturas que le resultaban fascinantes. Se trataban de una especie de caballos que no había visto jamás, dado que eran esqueléticos y tenían unas enormes alas que resultaban parecidas a las de un murciélago. Además, eran completamente negros, como el carbón. En los cuentos que le había contado su madre cuando era pequeña, recordaba que estos seres se creían monstruos muy peligrosos, pero aquellos caballos, que consideraba que eran madre e hijo por los tamaños que tenían, parecían ser muy tranquilos y apacibles. El pequeño se había acercado a ella la primera vez que se quedó mirándolos y la olfateó con curiosidad. Parecían tranquilos con su presencia, así que ella se dedicaba a imitar a Nia y se enfrascaba en la tarea de dibujarlos y observarlos. Había visto los apuntes de la magizoologista, así que intentaba emularlos para comprender su comportamiento, su anatomía, y su forma de vivir. Le parecía un ejercicio de observación sumamente útil.

Tras su práctica de observación de criaturas, que iba cambiando cada día según le parecía interesante y por puro capricho, regresó a su cabaña para dejar el cuaderno encima del escritorio, y comenzó a buscar entre la pila de libros hasta que encontró el que buscaba. Sin embargo, desestabilizó aquel montón de manuscritos y cayeron al suelo, desperdigándose por la habitación. Azorada, comenzó a recogerlos, temiendo que alguno hubiera resultado dañado. Entonces encontró uno que pertenecía a Nia y que le había prestado hacía un par de días. Suponiendo que lo necesitaría, terminó de recoger sus libros y se dirigió hacia las escaleras para llevarlo a su lugar.

Una vez al borde de la entrada a la tienda de Nia, oyó las voces de los ingleses, que parecían estar hablando sobre algún tema. Suponiendo que no era importante, avanzó hasta el cuarto de su nueva compañera.

La inglesa estaba apoyada en su escritorio, con los brazos cruzados y dirigiéndole una severa mirada al pelirrojo. Él, por su parte, estaba sentado en la cama con una sonrisa burlona en los labios.

-¿Sabes lo complicado que ha sido quitarme la arena? No pienso volver a hacerlo.

-¿Hacer el qué? -preguntó Shani, que se acercaba hasta el escritorio para tenderle el libro a la joven. El cuerpo de la inglesa se tensó inmediatamente, al darse cuenta de que la había oído.

-Dormir. -Contestó rápidamente, como si fuera un acto reflejo.

Cogió el libro con lentitud y lo dejó en algún sitio en el escritorio, dándole la espalda a Shani. Lo que había sido una sonrisa burlona entre los labios de Bill, se transformó en una pintoresca risa que inundó toda la tienda, hasta que al pelirrojo se le saltaron las lágrimas. Por su parte, la egipcia los miraba a ambos, sin entender absolutamente nada. Quizás se lo explicarían en algún momento, porque aquel humor inglés continuaba sin comprenderlo.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now