Capítulo 10

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El vaivén del vehículo la adormilaba, a pesar de que llevaba noches descansando lo suficiente. El sol, como de costumbre, volvía a brillar con fuerza en lo alto de un precioso cielo despejado. Apoyó la cabeza en la ventana del coche, pero eso sólo le provocó un leve mareo. Con toda la vibración, podría haber dicho que se le estaba hasta removiendo el cerebro. No duró mucho hasta que apartó la cabeza de la ventana, y entonces se dio cuenta de que su destino se hacía cada vez más grande y resaltaba entre el enorme mar de arena que se extendía allá donde miraba.

Bill se bajó de un salto, repleto de energía tras haber aparcado el coche a las afueras del pueblo. Algunos niños jugaban en la calle, y se quedaron mirándolos con curiosidad, pero a los pocos segundos continuaron con sus juegos. Nia se bajó del coche, mareada por haber apoyado la cabeza en la ventana, y se apuntó mentalmente que no volvería a hacerlo. Se estiró y respiró el seco aire que la rodeaba. El calor empezaba a ser insoportable.

Tuvo que agigantar sus pasos para perseguir a su amigo, que se había puesto en marcha alegremente, dejándola a ella atrás. Todavía no comprendía porqué estaba tan contento aquella mañana, y el pelirrojo no le había dejado caer ni una sola pista. ¿Desde cuándo le gustaban los pueblos muggles?

Entraron en lo que Nia no habría adivinado jamás que fuera una cafetería. La fachada era exactamente igual a todas las viviendas, y a las afueras no había mesas o carteles que indicasen que era un establecimiento comercial. Sin embargo, el interior estaba decorado con multitud de mesas y sillas, y una enorme barra donde un señor estaba limpiando concienzudamente unos vasos de cristal. Al entrar, le sonrió ampliamente a Bill.

-¡Bienvenido!

El acento de aquel hombre parecía bastante notorio. Pero Nia no tuvo tiempo de comprobarlo, porque Bill y aquel desconocido comenzaron a hablar en árabe y ella sólo pudo adivinar un par de palabras que no le sirvieron para entender la conversación. Tras sentarse en una mesa con el pelirrojo, él le explicó que llevaba bastante tiempo visitando aquel lugar, y que había pedido una bebida que ella debía probar mientras estaba en Egipto.

No tuvieron que esperar demasiado, ya que apenas había clientes, y en pocos minutos tuvieron encima de la mesa dos vasos de cristal, llenos de un líquido rojo carmesí, decorado con una rodaja de limón y enfriado por hielos.

-¿Qué se supone que es esto? – cuestionó la joven, algo desconfiada, mientras olisqueaba su vaso.

-¡Pruébalo! Te sentará bien.

Observó cómo el pelirrojo se llevaba su bebida a los labios, pero dejó que el borde del recipiente sólo los rozase y miró a su amiga de reojo, notando su inquisitiva mirada. Su boca se curvó en una amplia sonrisa, y levantó aquel vaso para brindar.

- Por un merecido descanso.

Nia cogió su copa y la chocó con lentitud, todavía insegura, porque su amigo estaba más enigmático que nunca. Se acercó la bebida, y, tras olerla por segunda vez sin saber qué esperar, bebió un poco. Arrugó levemente la nariz, aún sin saber si aquello le agradaba o no. Mientras tanto, Bill la miraba con una tremenda curiosidad, buscando alguna reacción más exagerada.

-Está ácida. –Se quejó ella, haciendo una mueca.

-Pero está fría. Y viene muy bien para el calor.

Nia volvió a darle otra oportunidad a aquella bebida, y tras intentarlo dos, tres veces, admitió que no era tan insoportable como había pensado. Mientras ella seguía con la mitad del vaso, su amigo ya había vaciado el contenido de su copa.

Después de charlar animadamente sobre viajes, familia, y vivencias tras la graduación de Hogwarts, ambos abandonaron la cafetería. Nia comprobó entonces que aquella bebida sí la había refrescado bastante. No tenía tanto calor como cuando llegaron al pueblo.

Apenas habían caminado unos metros cuando alguien se acercó corriendo a ellos.

-¡Nia! –exclamó la figura, que tuvo que tomarse unos segundos para recuperar el aire.

Tras incorporarse, la maga comprobó que era Shani, quien la había ayudado en su primera visita al pueblo. No pasó desapercibido que llevaba varias mantas entre los brazos, y parecía sostener, o más bien, proteger algo.

-¿Puedes... ayudarle? -su tono de súplica no pasó desapercibido para los magos, y entonces Shani mostró qué era lo que estaba oculto entre las mantas.

Un pequeño kneazle. Bill y Nia intercambiaron una mirada, alarmados. ¿Qué hacía una muggle con una criatura mágica? La criatura se removió, visiblemente enferma. Tenía los ojos cerrados.

-Aquí no... no me ayudan. Está cada vez más frío, y ... -la voz de Shani se empezó a resquebrajar, estaba visiblemente nerviosa y a punto de llorar. Nia no pudo reprimir su propio instinto y cogió con cuidado las mantas y la cría de kneazle. –Sólo es un pequeño gato. No quiero que muera.

La magizoologista lo examinó con cuidado, intentando encontrar alguna herida demasiado grave. Al hacerlo, notó que aquella mujer tenía razón; el animal estaba congelado al tacto.

-Tengo que llevarlo al campamento. Quizás allí pueda curarlo. –Le explicó seriamente a Shani, quien asintió con energía.

-¿Dónde lo has encontrado? –le preguntó Bill, que se había estado manteniendo al margen todo lo que había resistido.

-En un callejón, cerca de mi casa. Había oído unos ruidos y... cuando lo encontré estaba tirado en la calle.

Sin perder más tiempo, pues a Nia todo aquello le parecía algo secundario y que se podía decir mientras iban al coche, echó a andar a paso ligero. Bill la siguió, pero Shani se quedó quieta.

-¿No vienes? –le preguntó el pelirrojo, que se paró en seco al ver que ella no se movía.

-No puedo salir del pueblo. –Contestó la egipcia, negando con la cabeza. – Por favor, volved cuando podáis y decidme si está bien ¿vale?

-Lo haremos.

Esta vez, fue Bill quien tuvo que agrandar sus pasos para conseguir ponerse a la altura de su amiga.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now