Capítulo 23

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Los pasos resonaron por el pasillo, tan inhumanamente vacío. Acelerados y nerviosos, el sonido de los zapatos contra el suelo parecía repetirse continuamente mientras ambas respiraciones se entrecortaban cada vez más por el cansancio. Sus túnicas volaban tras ellos, acariciadas por el frío de las paredes.

Los dos atravesaron una entrada que les llevó a un nuevo pasaje y continuaron corriendo, pero el joven miró hacia atrás un momento y murmuró "Fermaportus". La puerta se cerró de golpe, y ambos continuaron corriendo, dejando atrás lo que los perseguía. Al menos consiguieron unos segundos de ventaja.

La chica tiró del brazo del contrario con seguridad, mientras giraban una esquina y volvían a salir al corredor. De nuevo, la gran escalera estaba ante ellos, cambiando de posición continuamente.

-Salta. –Murmuró el chico, cuando una de las escaleras empezó a moverse y se alejaba de ellos. Era la única vía de escape que tenían delante, y no podían volver atrás.

Ella asintió y obedeció, cogió carrerilla y se impulsó, consiguiendo aterrizar en la escalera. Pero esta ya se movía para volver a alejarse, y la joven tendió la mano al aire con una mirada de alarma en el rostro, pues cada vez estaban más lejos el uno del otro. El joven saltó sin pensarlo dos veces y agarró su mano en el aire, para ser atraído por ella. Pero el rostro de la muchacha cambió repentinamente a uno de furia y alzó su varita como si fuera a blandirla contra él y atravesarle con ella. Su varita pasó rozando su oreja, mientras el joven se quedaba sin entender la situación, pegado a ella en algo parecido a un abrazo, viendo por el rabillo del ojo cómo un destello azulado se producía a su espalda. Se giró para ver el encantamiento Protego delante de él, mientras se alejaban de aquella figura oscura y deforme que parecía mirarles con odio tras una capucha que le ocultaba parte del rostro.

Tan pronto como estuvieron a la altura de otro piso inferior, saltaron y continuaron huyendo. Para su suerte o su desgracia, se encontraron con un alto hombre vestido de negro, que arrastraba su capa por el suelo apenas unos centímetros. Estaba de espalda a ellos, pero se giró en cuanto escuchó que los jóvenes gritaban con alivio "¡Profesor Snape!" para llamar su atención. Era un hombre de nariz aguileña y rostro pálido, que resaltaba aún más con su pelo azabache, y los contemplaba con una expresión impasible, aunque por su mirada parecía que se relamía por verlos allí, como un acechador que encontraba a dos presas muy fáciles.

-Señorita Edevane, señor Weasley, al menos la próxima vez que se dediquen a deambular por el castillo después del toque de queda, podrían evitar el castigo si no fuesen corriendo hacia un profesor. Ya veo que no parecen ser lo suficientemente inteligentes como para escabullirse siquiera. -Dijo con un tono monótono y despectivo, como era su usual forma de hablar.

-Profesor Snape... -comenzó a hablar la joven, visiblemente nerviosa, pero el profesor la ignoró completamente para dar un paso hacia delante, quedando en medio de los dos jóvenes, y sacó su varita en un rápido movimiento. Ambos se giraron para volver a ver un encantamiento protector detrás de ellos, y más allá, al otro extremo del pasillo, de nuevo a aquella figura encapuchada que lanzaba de forma incesante varias maldiciones. Los dos jóvenes magos se pusieron en posición defensiva para luchar también, dispuestos a atacar en cualquier momento.

-Quédense atrás. –Sentenció Snape, mientras repelía los ataques con gran maestría, y los protegía de los ataques, que iban sobre todo en dirección a la joven. -¿Les importaría explicarme qué significa esto?

-Bueno, él es... -comenzó a intentar decir el chico, pero la muchacha lo interrumpió.

-Un monstruo.

-No sé qué le enseñan en sus clases, señorita Edevane, pero esto claramente es un mago. –Se burló de nuevo Snape, sin apartar la vista de su oponente. Parecía rechazarlo con una insultante facilidad.

-Le he visto la cara, profesor. Tiene el rostro de mi hermano. Pero él murió en un accidente de vuelo a los dieciséis años. Yo misma vi cómo se caía de su escoba.


Nia abrió los ojos para contemplar el techo de una tienda que no era la suya. La penumbra pareció tranquilizarla, pues ya no veía el juego de luces que hacían los hechizos al chocar en un duelo. Su respiración tardó más tiempo en calmarse, y giró lentamente la cabeza para contemplar a un joven pelirrojo que dormía plácidamente a su lado. Reprimió el impulso de acariciarle, pues no quería despertarle en mitad de la noche.

Se quedó algunos minutos observando su rostro, inspeccionando cada pequeño detalle, como si quisiera recordarlos absolutamente todos. Comenzó a rememorar sin querer los días en Hogwarts, y se sorprendió al darse cuenta de cuántos recuerdos compartían juntos. Intentó evadir el sueño que había tenido, pues sabía perfectamente que no había sido sólo un sueño, y también sabía lo que significaba soñar con aquello. Así que se quedó expectante, intentando tranquilizar los latidos de su corazón y disfrutar del calor y la compañía de un dormido Bill.

Sus párpados volvieron a pesarle, aunque estaba luchando por todos los medios para no quedarse dormida. Le pareció ver algo más allá de la tienda, pero el sueño había comenzado a invadirla. Cuando creyó que podría volver a dormir aquella noche, justo antes de caer, el rostro de su hermano volvió a aparecer, ahora gesticulando como si le estuviera gritando que tuviera cuidado. Pero ella no escuchaba nada, sólo veía las facciones de su cara, su rostro de un chiquillo de dieciséis años que parecía aterrorizado y le decía que abriera los ojos de nuevo.

Así que Nia lo hizo. Y entonces lo vio por encima del hombro de Bill, a la entrada de la tienda. Vio aquella posibilidad que había descartado por completo. Vislumbró la razón por la que todos los demás habían desaparecido. Y en aquellos momentos, un sudor frío le recorrió todo el cuerpo y se le saltaron las lágrimas. Estaba aterrorizada. Porque si no lo hacía bien, si no conseguía protegerse a sí misma y a Bill, serían los siguientes en desaparecer.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora