Capítulo 28

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Bill se elevaba sobre el suelo, escrutando la oscuridad a su alrededor. Inclinándose hacia adelante, la escoba salió disparada hacia el norte. Las telas del campamento se movían a sus pies, azotadas por el viento que él mismo levantaba. Se agarró con más fuerza al palo de la escoba, mientras iba ganando velocidad. No tardó mucho tiempo en vislumbrar al pequeño punto que también volaba, iluminado por la luna. A pesar de sus esfuerzos, y aunque a esa distancia podía distinguir un poco a Nia y a su escoba, no conseguía acercarse lo suficiente.

-Maldita sea Charlie, me harías mucha falta ahora mismo. Siempre has volado mejor que yo. -Murmuró el joven, aunque nadie podía escucharle.

Inglaterra, 1988.

Un joven Bill Weasley había tomado asiento en las gradas del campo de quidditch de Hogwarts, aquel domingo por la tarde de otoño.

-¿Qué están haciendo? –le preguntó a una joven que estaba a su lado, de un brillante y antinatural pelo rosa. La chica estaba sentada de la peor forma posible, y ambos parecían polos opuestos. Bill se había acomodado de forma que sólo ocupase su sitio, mientras la contraria mascaba algún caramelo de forma sonora y casi todo su cuerpo estaba tirado en las gradas como si fuera a echarse una siesta.

-Ni idea. Llevan retándose toda la tarde a ver quién es el más rápido volando y haciendo no sé qué giros. Aunque al menos ahora han conseguido una snitch, así que has llegado en la única parte interesante.

Bill sonrió para sus adentros mientras observaba cómo su amiga y su hermano pequeño daban vueltas en el aire con las escobas, a una velocidad vertiginosa. Los dos frenaron súbitamente en el aire, y su hermano menor se acercó a Nia. Desde aquella distancia, Bill sólo pudo diferenciar un brillo dorado entre las manos de la joven. Los dos jóvenes se giraron, y el primogénito de los Weasley alzó la mano para saludarles. Nia hizo lo mismo con la mano en la que aún tenía atrapada la snitch dorada, y se acercó a las gradas. Su pelo teñido de un rojo intenso ondeaba al aire, a pesar de estar debidamente recogido en una cola que le apartaba el pelo de los ojos.

-¡Has venido! –exclamó la joven, aún montada en su escoba y con una enorme sonrisa. A su espalda, Charlie se acercaba también hasta donde se habían sentado él y la joven de pelo rosa.

-Oh, claro, y a mí no me echas cuenta. –Interrumpió la muchacha mientras miraba a su amiga con una enorme y socarrona sonrisa.

-Eres una quejica Tonks, he venido a saludarte antes también. De todas formas, podrías sentarte un poco mejor. Se supone que tendría que restarte puntos por tus maneras ¿sabes?

-Desde que te nombraron prefecta eres más aburrida, Edevane.

-Ya... Y eso se lo dices a quien te salvó de un castigo por el lío que montaste en cuidado de criaturas mágicas. –Tonks resopló y evitó su mirada tras recibir el guiño de Nia, que la miraba divertida por su actitud.

-¿Te apuntas? –Charlie le hizo una seña a su hermano mayor con la cabeza.

-No, gracias. Os dejo el quidditch a vosotros.

Su hermano menor se encogió de hombros y volvió al campo, y Nia fue tras él. En el centro del campo, ambos se pusieron uno frente al otro. Nia dejó que la snitch dorada se liberase de su prisión. Ambos jóvenes se miraron y Charlie hizo una cuenta atrás desde cinco con los dedos. Cuando llegó a cero, ambos salieron disparados hacia los extremos del campo, ganando más altura cada segundo que continuaban en movimiento. Tras alzarse más allá de las altas torres del campo de quidditch, se quedaron quietos en el aire, observando cualquier movimiento con detenimiento para ver si eran capaces de ver aquella pequeña y rápida bola que se movía en casi todas las direcciones.

Charlie fue el primero en lanzarse en picado hacia el campo, y al darse cuenta, Nia lo siguió. No conseguía alcanzarle del todo, pues Charlie parecía moverse con una trepidante soltura a una velocidad demasiado rápida para ella. Bill se levantó de la grada con una notable preocupación en el rostro cuando Charlie viró violentamente, pero perdió el control y cayó de su escoba. Tonks también se había incorporado.

Por su parte, Nia había esquivado la escoba de su amigo con gran maestría con un giro algo arriesgado, pues esta se había quedado flotando en el aire, y se precipitó a mayor velocidad para intentar agarrar a Charlie. Con la escoba prácticamente en vertical, Nia logró agarrar a su brazo. Una vez se hubo asegurado de que lo tenía, comenzó a bajar la velocidad a la que se precipitaba hacia el suelo, enderezando con la mano que tenía libre el palo de la escoba.

Tras depositar a un aterrorizado y agradecido Charlie en el suelo de forma suave, Nia se bajó de la escoba y desapareció del campo a paso rápido, mientras Tonks y Bill se acercaban a Charlie.

Egipto, 1993.

El rostro de Bill se endureció al recordarlo. Ella,quien había perdido a su propio hermano en una situación similar, en vez detemer a las escobas, había aprendido a volar mejor que nadie. Se culparía elresto de su vida si aquella noche Nia sufría algún daño. Llevaba días sabiendoque ella no estaba bien, y sin embargo no había hecho nada para impedirlo. Sesintió tan inútil como cuando vio a Charlie caer al vacío. Pero en aquelpreciso instante estaba haciendoalgo. Esta vez, tenía la escoba para intervenir. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora