Capítulo 8

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Intentando mantener la compostura, Nia salió de la tienda. El hombre que había estado vigilando antes de que ella entrase aún continuaba ahí, y le mostró una amplia sonrisa cuando ella salió.

-¿Algún resultado?

Nia negó con la cabeza, y por sus ojos volvió a pasar algunas de las nubes de la tormenta que se había desarrollado en su mente. Por alguna razón, aquella persona supo leer su mirada.

-Bueno, es algo normal. No te desanimes demasiado.

-Me han llamado aquí porque yo no soy normal. Y esta tampoco es una situación normal.

Aquel hombre se quedó mirándola, con la cabeza gacha porque Nia era bastante más bajita que él. La joven sólo apartó la mirada hacia el suelo, sin querer saber qué era lo que estaría pensando el desconocido de ella. Pasados unos segundos, la voz del hombre volvió a hacerse oír:

-Eh, todos aquí somos prometedores. Todos los que estamos aquí somos profesionales, algunos con muchos años de experiencia en lo que hacen. Y, aun así, a todos nos cuesta semanas y meses desentrañar los misterios de las pirámides, o entender cómo funcionan las maldiciones que alguien puso. No te desanimes tan rápido, las cosas no suelen ser fáciles. Y como bien has dicho, esta no es una situación normal, así que más motivos me das para decirte que es natural que no hayas conseguido pistas.

-Sigue siendo algo desalentador, si te soy sincera.

-Date tiempo. Todos estamos haciendo lo mejor que podemos.

Nia se tomó unos segundos para ordenar sus pensamientos. Después se volvió otra vez hacia el hombre.

-Gracias. – Murmuró, y con un movimiento de cabeza acompañó sus palabras. El hombre hizo lo mismo y la joven se alejó de aquella tienda tan prometedora que no le había aportado prácticamente nada.

El sol hacía tiempo que había caído, dando paso a una oscura noche que le ponía los pelos de punta. Apenas se había abrigado, y con el descenso de la temperatura y las ráfagas de viento que se colaban en el campamento, Nia echó de menos la acogedora chimenea de su hogar. Frotándose los brazos con las manos, aceleró el paso para llegar hasta la carpa donde servían la cena.

En aquella carpa había una tienda al fondo con una amplia entrada, y dentro había varios empleados de cocina en unas instalaciones en las que los ingredientes y utensilios se movían por el aire y se cocinaban rápida y fácilmente. A las afueras, una lona estaba sujeta a varios postes que se mantenían firmemente erguidos sobre la arena y bajo esa carpa, había varias mesas de comedor en las que cabían alrededor de seis personas como máximo. No eran especialmente bonitas, tenían las patas de un acero reluciente, pero la superficie era de madera, seguramente para que no deslumbrase por las mañanas al darles el sol. Los asientos eran bancos alargados del mismo estilo decorativo que las mesas.

Tras servirse una bandeja con algo llamado "fatta", que consistía en un plato típico egipcio según le habían explicado en la cocina, la maga buscó algún lugar libre para sentarse. La mayoría de las mesas estaban ocupadas, y no encontró a Bill en ninguna de ellas. Se sentó en una de las pocas mesas que quedaban libres y comenzó a comer con tranquilidad, mientras miraba a su alrededor. Se respiraba un ambiente tranquilo, a pesar de que aquella misma mañana había desaparecido otro de sus compañeros.

-¿Puedo acompañarte? –aquella voz tan grave sacó a Nia de sus pensamientos. Había estado mirando hacia el lado contrario y no se había dado cuenta de que alguien se había acercado por su derecha.

Con un movimiento de la mano, invitó a sentarse en la mesa al mismo hombre que había sido tan amable con ella horas antes.

-Perdona por no haberme presentado antes. Me llamo Nia.

-Encantado. Mi nombre es Jawara.

Aquel hombre volvió a sonreírle cálidamente a la maga. Charlaron un rato sobre nimiedades, intercambiaron opiniones sobre el campamento y compararon los pensamientos que tenían sobre la cultura del otro.

-Por cierto... ¿Por qué todo el mundo está tan relajado? –preguntó Nia, tras unos segundos de silencio.

-Es... algo complicado. –Jawara echó una mirada triste a todos aquellos que hablaban y reían entre aquellas mesas.

Nia esperó unos segundos, creyendo que el hombre aportaría algo más a la conversación o le daría alguna nueva información que ella desconocía. Pero se quedó callado.

-¿Cuántas personas han desaparecido? 

-Unas cinco, si contamos al de esta mañana.

-¿Cuándo empezaron las desapariciones?

-Si te soy sincero, no lo recuerdo con exactitud. Hará unos cuatro meses aproximadamente.

-¿Conocías a los que han desaparecido?

-No en profundidad. Hablé con ellos algunas veces, pero no son personas cercanas.

-¿Y tienen a personas cercanas o compañeros con los que se hayan llevado bien aquí?

Jawara volvió a guardar silencio, y la tristeza volvió a apoderarse de su mirada.

-No lo creo. –Contestó finalmente.

-¿Qué es lo que no me estás contando? –preguntó Nia, algo exasperada por la información que sabía que le estaba ocultado.

-Demasiadas cosas. –Jawara se echó a reír alegremente, como si la joven hubiera dicho algún tipo de chiste. Esto sólo le causaba más curiosidad, pero tenía la certeza que aquella noche no iba a conseguir ninguna información más de aquel hombre.

Tras cambiar la conversación a temas más intrascendentes, las dos bandejas se acabaron vaciando y tanto Jawara como Nia se despidieron aquella noche. De vuelta a su tienda, Nia apenas le prestaba atención al frío, pues la comida le había calentado, además, estaba demasiado enfrascada en sus propios pensamientos y en las cosas que ocultaban los trabajadores de aquel lugar. Parecía que mientras más intentaba averiguar algo, más incógnitas se le presentaban de todos aquellos que se acercaban a ayudarla. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now