Capítulo 42

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Un hechizo le dio de lleno al hombre, que casi perdió el equilibrio, sorprendido. Fue un momento de silencio y de tregua no pactada, pues Bill y Nia dejaron de lanzar hechizos, sorprendidos ellos también por haber atravesado las defensas.

Edgar aprovechó para contraatacar a Nia, pero ella se defendió y desvió su ataque una vez más. El rayo de luz se desvaneció en el aire con un movimiento de varita.

Sin embargo, Bill no se libró. Esta vez, Edgar había logrado entrar en su mente, y el pelirrojo pudo notar una sensación extremadamente desagradable. Sus recuerdos y memorias iban apareciendo una detrás de otra sin que él quisiera recordarlas, y tener a otra mente dentro de la suya resultaba de lo más grotesco y molesto. Gracias a hacerle rememorar diferentes sucesos, paralizó por completo a Bill, que luchaba por mantenerle fuera de su mente, a duras penas.

Por su parte, Nia aprovechó para atacar de nuevo, pero Edgar repelió sus ataques una vez más. El rostro de la joven comenzó a expresar la desesperación mientras veía que Bill había caído sobre sus rodillas, con los ojos abiertos y puestos en su tío, pero realmente no le miraba a él. La chica conocía esa sensación. Estaba visualizando sus peores recuerdos y temores, alentándole a que lo peor estaba ocurriendo o ya había ocurrido, y cambiando sus propios recuerdos por otros.

-¡No! –exclamó, presa del pánico. Edgar sólo sonrió, mientras miraba al chico con una sed de sangre que parecía insaciable. A través de él, podía ver a Nia. Podía ver la forma de derrotarles y de hacerles el máximo daño posible. Los brazos de Bill cayeron inertes, y la varita se hundió en la arena dorada.

Nia corrió hacia Bill y atacó a Edgar una vez más, con toda la furia desencadenando su magia, y él soltó al joven para repeler su hechizo, aunque no se libró de retroceder un par de pasos. El cuerpo de Bill comenzó a caer hacia delante, pero el pelirrojo recuperó el control a tiempo para apoyarse en sus brazos. Edgar continuó sonriendo, observando a sus presas.

Con un rápido movimiento, antes de que Nia llegase al lado de Bill, ejecutó un hechizo que le dio al chico de lleno y lo mandó volando por los aires. La joven bruja aprovechó el momento para lanzar otro hechizo que consiguió darle a Edgar, derribándolo.

Aturdido y desorientado, Bill trastabilló sin darse cuenta de que no había más suelo a su espalda. Lo único que quedaba debajo de él era la enorme y oscura grieta que les rodeaba. Sintió que caía lentamente, y lo único que pudo ver fue el rostro de Nia corriendo hacia él.

-¡Bill! – exclamó Nia, mientras sujetaba su brazo. El joven miró hacia abajo, donde sus piernas colgaban por la brecha que se había formado bajo sus pies. El manto de arena caía lentamente al abismo, y hacía que Nia se resbalara junto con el pelirrojo. Bill se aferraba a la vida como se aferraba al brazo de la joven, y ella por su parte cerraba su mano en torno al antebrazo contrario, a pesar de que su peso la empujaba a caer con él.

-Nia, no... - murmuró Bill, viendo con horror cómo los pies de la joven se desplazaban lentamente junto con la arena.

-¡Cállate y sube de una vez! – replicó ella, con lágrimas en los ojos. Bill comenzó a aflojar su agarre. Nia sentía cómo el muchacho parecía deslizarse lejos de ella, y abrió los ojos con verdadero pavor al ver la sonrisa triste que le dedicaba el joven.

Nia frunció el ceño y con toda la fuerza que pudo, agarró el brazo del chico con ambos brazos, acelerando su propia caída, pues por el peso sus piernas caerían al abismo en apenas unos segundos. A pesar de ello, continuó para sorpresa de Bill, haciendo alarde de su fuerza y su tenacidad una vez más. No podía permitirse dejarlo morir. No allí. No a él. Apretando los dientes todo lo que pudo y tirando del brazo de Bill, consiguió subirle. Al menos lo suficiente como para que él pusiera un pie en la arena e hiciese fuerza para incorporarse. Pero para entonces, Nia ya estaba cayendo. Había sacrificado la fuerza por su energía y su estabilidad, y ahora sólo podía ver a Bill abriendo los ojos mientras ella pasaba por su lado y se soltaba de él, intentando darle un pequeño empujón hacia la seguridad de la arena. Ella sonrió. Simplemente sonrió. Y su cuerpo cayó al vacío.

-¡Nia! – gritó Bill con todo el aire que le quedaba en los pulmones, viendo cómo su cuerpo era engullido por la oscuridad de la grieta.

-Tienes problemas más importantes, chico. –Se burló una voz a sus espaldas. Bill se giró, enfurecido, para ver al mago que había causado todo aquello.

Edgar Edevane le miraba con una sonrisa socarrona, pues había visto la escena mientras se incorporaba tras haber sido tumbado por Nia. No estaba dispuesto a perder la oportunidad de terminar con la molestia restante, sobre todo ahora que estaba sentimentalmente herido. Los errores eran mucho más comunes en ese estado.

Un rayo de luz verde salió de la varita del mago, y Bill saltó hacia un lado para esquivarla, avanzando un par de pasos hacia delante para estar más lejos del borde del acantilado. Aunque la arena continuaba moviéndose bajo sus pies, él miraba alrededor buscando algo.

Otro rayo fue lanzado hacia él, y esta vez el joven rodó sobre la arena y alargó el brazo para conseguir aquello que estaba semienterrado en la arena; su varita.

Ambos magos continuaron con el duelo, aunque ahora lo dos contaban con sus respectivas desventajas. Bill había sido aturdido y herido por la pérdida de Nia, y Edgar se había llevado dos buenos golpes. El último que le lanzó Nia había conseguido provocarle una herida en el costado, herida que presionaba con fuerza con la mano que tenía libre. A pesar de todo, Edgar se infiltró en la mente de Bill para llevarle a sus ojos el rostro de Nia y su cuerpo cayendo al vacío, pero se encontró con una entidad furiosa que lo expulsó al instante de entrar en contacto con su mente. A pesar del dolor que sentía, parecía que el suceso había despertado a una parte más lúcida del chico que atacaba con una furia refulgente.

Edgar se cuestionó si había sido una buena idea dejar que Nia cayera primero al abismo.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now