Capítulo 40

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-Oh, mira por dónde. Parece que siempre nos reunimos los mismos. –Volvió a pronunciar el hombre, esbozando una sonrisa. Su rostro tenía una expresión amable. Era un hombre de no más de cuarenta y tantos años, con el pelo grisáceo y lleno de canas. Una barba cuidadosamente recortada le cubría parte de la piel, pero no silenciaba su sonrisa, que dejaba ver unos brillantes dientes blancos. Era alto y un poco rechoncho, y vestía con ropa mucho más elegante que cualquiera de los dos hombres que tenía a su lado, ambos más jóvenes y desaliñados que él.

-Tú eres...-consiguió pronunciar Bill, que había apretado los dedos en torno a su varita. Si usaba más fuerza, posiblemente la rompería, pero no tenía otra forma de hacer fluir el odio y la rabia que le atormentaba en oleadas por todo su cuerpo. Miró a Nia de reojo, pero ella sólo se había quedado quieta, mirando a aquel hombre. Era como si estuviera completamente paralizada, absorta en su propia impresión.

-Ya veo que mi querida sobrina siempre te está metiendo en líos, ¿no? Apuesto lo que quieras a que tu familia está preocupada por ti. Vuelve a casa, prometo que mis hombres no te harán daño, chico. Lo mismo va para vosotros dos. –Señaló a Shani y a Jawara, que contemplaban la escena sin comprender qué estaba pasando. –Esto es un asunto de familia, no tiene nada que ver con vosotros.

-Y, sin embargo, intentaste matarme también hace años. –Replicó el pelirrojo, con un tono de voz extremadamente peligroso que Nia no le había escuchado en mucho tiempo.

-Bueno, bueno, todos cometemos errores ¿no? Ahora os estoy dando la oportunidad de no veros involucrados para que no os hagáis daño.

-Nia... ¿Quién es? –preguntó Shani, indecisa de su propia pregunta a su amiga.

-Él tiene razón. Es un tema de familia. Si queréis iros, os podéis marchar.

Los tres que la acompañaban se quedaron en silencio, mirando a Nia. Era la primera vez que escuchaban su voz completamente rota.

-Nos quedamos. –Dijo Jawara, de la forma más firme que supo. Ni él ni Shani estaban al corriente de qué estaban enfrentando. No sabían quién era ese hombre, ni cuál era la historia que parecía atemorizar y enfadar tanto a sus amigos.

-Bien. Que así sea.

El hombre dio un paso atrás, dejando a los jóvenes desaliñados delante. Ellos empezaron a hacer movimientos con sus manos y varitas, y múltiples granos parecidos más al polvo comenzaron a moverse en el aire, creando siluetas y círculos. Poco a poco, tomaron diferentes colores. Antes de que formasen lo que quiera a lo que le estuvieran dando forma, la voz de Nia se alzó en mitad del silencio.

-Es magia ilusoria. Está creando una distracción para entrar en vuestras mentes y distraeros para atacar.

-¿Entrar... en nuestras mentes? –preguntó Shani, desconcertada, sin saber cómo reaccionar ante el espectáculo de suaves luces que parecía hipnotizarla y llevarla lejos, muy lejos de allí.

-Es un legeremago. –Explicó Nia, volviéndose para mirar a su amiga. Al ver la expresión de su rostro se alarmó, y le gritó a Jawara para que la ayudase. Jawara, saliendo del trance, apuntó a uno de los hombres a la vez que Nia atacaba al hombre del festival. Los dos jóvenes tuvieron que defenderse, por lo que el polvo de colores se quedó suspendido en el aire, inmóvil.

-Voy a por él. Ocupaos de estos dos.

Nia echó a correr y saltó a ciegas. Atravesó lo que se había convertido en un muro, mientras Shani y Jawara atacaban sin cesar a los hombres para que no continuasen con su estratagema. Bill, recuperando la compostura, vio cómo el cuerpo de Nia había formado el hueco de una silueta oscura entre los colores. Sin pensarlo dos veces, la siguió. Por alguna razón, también saltó.

Y menos mal que lo hizo. Aterrizó en una plataforma que comenzó a moverse. Eso no había estado antes ahí, y se giró para ver cómo los dos jóvenes que recibían los ataques de sus amigos se alejaban y eran cada vez más pequeños. Los separaba una enorme grieta de la cual no era capaz de distinguir el fondo. La plataforma, o el nuevo suelo en el que estaban ahora sus pies, estaba cubierta de la misma arena fina y brillante del desierto. Quizás esta era un poco más dorada.

Más adelante estaba Nia, que le daba la espalda. Miraba fijamente al hombre que se habían encontrado, a uno de los que le había hecho la vida imposible desde que nació.

-Mi querida sobrina, siempre estás en todo ¿no?

-Parece que eres tú el que me persigue continuamente.

El hombre volvió a esbozar una sonrisa, pero sus ojos no la acompañaron. Tenía una mirada teñida de un profundo rencor y asco que los dos eran capaz de leer. Esos sentimientos emanaban de él.

-La verdad es que supe que estarías aquí por casualidad. ¿Sabes? Aunque no pueda volver a casa, mis elfos domésticos siguen allí. Oh, y vaya si me son fieles... Te vieron en el banco de Gringotts cuando fuiste a hacer tus queridos contratos, hace ya tiempo. Consiguieron la información que quería, y justamente me la dieron cuando conocí a unas pobres sabandijas a las que no hacía mucho les habías destrozado su querido trabajo.

-Oh, genial. Creo que tienes un severo problema con tu obsesión por mí ¿sabes? Podrías haber empezado una nueva vida.

-¡Y te atreves a decírmelo tú, pequeña aberración de la naturaleza! Eres tú la causante de todo esto. ¿Cómo iba a empezar una nueva vida, cuando lo tenía todo? Tenía a mi familia, mi hogar, tenía fama y fortuna. Pero tú y tu maldita familia teníais que arrebatármelo todo. ¡Manchas el apellido Edevane sólo con portarlo, sangre sucia!

-Tú lo manchas sólo con tus ideales y tus acciones, tío. –La voz de Nia se endureció como si sombras oscuras se cernieran sobre toda su persona. Bill conocía la cara de su angustia, su risa, su tristeza y su ira. Pero sólo había visto el odio de Nia una vez, hacía muchísimos años.

Esa noche en la que corrieron por los pasillos de Hogwarts, huyendo de aquel mago tenebroso. Esa noche en la que Severus Snape los protegió, esa noche en la que Nia tuvo que ir a hablar con Dumbledore y no volvió a verla hasta una semana después. La tragedia de su familia y todo lo que había soportado por ello. Aquella fue la noche en la que vio el odio y el terror que la había perseguido desde su niñez.

La chica había mejorado con la escoba y se había apuntado a quidditch sólo para poder enfrentarse a ellos, y estaba decidida a partirle la cabeza a cualquiera con un bate. Había sido decidida y fuerte hasta aquella noche. Su propio tío entró en su mente para amedrentarla con ilusiones sobre su hermano, para intentar persuadirla de que se suicidase, que dejase la magia para siempre, que viviera entre los muggles. Y al no conseguirlo, envió a un asesino a Hogwarts.

-Si no hubiera sido por ti... ¡Deberías haber acabado igual que tu hermano! Ninguno os merecéis el apellido Edevane. Y muchísimo menos conseguir la fortuna que hay detrás de él. Mancháis todo por lo que han trabajado nuestros antepasados.

-Tú manchaste tu nombre, Edgar Edevane. Tú te ganaste el odio de la comunidad mágica, y tú solo te condenaste a Azkaban. Que ahora seas un prófugo y un criminal es algo que has conseguido por tu propia mano. –Nia alzó su varita en dirección a él. Su voz sonaba calmada y su rostro no mostraba miedo, temor, tristeza ni desafío, aunque fuera uno de sus mayores enemigos.

Edgar Edevane había sido, junto a varios miembros más, responsables de la muerte de su hermano. Habían perseguido a su familia e intentaban sin descanso destruir las cosas que su padre amaba.

Y por eso mismo, Nia estaba decidida a plantarle cara. Por todo el odio, la tristeza, el asco y la repulsión que sentía ante su propia sangre, hacia su propio apellido, todos sus sentimientos se desbordaron en un rayo de luz que no debió haber pronunciado.

-Avada Kedavra. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now