Capítulo 31

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Nia se encontraba en una oscuridad perpetua. Miraba a su alrededor, pero no sabía si se sentía atemorizada de lo que no podía ver o si era más curiosidad lo que la invadía. Quería saber qué era lo que ocultaban las sombras. Poco a poco, la ausencia de luz comenzó a tomar otra figura. Vio tantas formas, lugares, resquicios de luces y sombras que formaban colores dispares a su alrededor, que no supo qué era lo que realmente estaba contemplando. En algún paisaje soleado, apareció su hermano, que le sonreía a lo lejos. Poco a poco, el lugar acabó tomando la forma de un campo de girasoles, y en el centro, rodeado de aquel conjunto amarillo estaba su hermano, que le extendía la mano para que ella se acercase. Nia vio cómo su propio brazo se alzaba, en un intento de alcanzarle, y la imagen volvió a cambiar.

Ahora estaba en la pequeña casa en la que se había alojado en Brasil. El escarbato y la demiguise la miraban desde lo alto de una mesa de madera, que parecía tan vieja y gastada que apenas soportaría más peso que el de ambas criaturas. Por alguna razón, sus padres estaban allí. Cocinaban en una cocina que no estaba tan destartalada como la suya en Brasil. Cuando volvió a mirar a su alrededor, se había transformado en el gran comedor de Hogwarts. Vio a Charlie, a Tonks y a Bill que se acercaban para probar la comida que sus padres habían servido. Comieron todos juntos, riendo y charlando.

Y entonces se dio cuenta de que el suelo era arena, y ella estaba descalza. Asombrada, se levantó del banco y comenzó a caminar. Su familia y sus amigos continuaron comiendo a su espalda. Ella salió del Gran Comedor y pensó que se encontraría con los pasillos de Hogwarts, pero sólo se extendía el desierto delante de ella. Continuó caminando, asombrada porque no se le estaban quemando los pies con la arena. Al contrario, la arena estaba fría como si fuera plena noche de invierno, cuando las temperaturas bajaban más.

Ya no había ni rastro del gran comedor, todo se había reducido a una arena fina y suave. Sus pies parecían moverse solos, y ella simplemente contemplaba la misma imagen una y otra vez. Entonces comenzó a ver a varios hombres que la miraban fijamente. Sus rostros expresaban una mirada vacía que parecía traspasar el lugar donde ella estaba. Poco a poco, aquellos hombres comenzaron a hundirse en la arena, pero no se movieron. Eran como estatuas. Pero Nia sabía que estaban vivos. Y lentamente, la arena los absorbía y los tragaba. Ella se acercó a uno y tiró de su brazo, pero no hubo ningún cambio. Desesperada, comenzó a gritarles para ver si desencadenaba alguna reacción. Una vez que la arena se los hubo tragado, Nia comprobó que estaba llorando, y que a su alrededor ahora estaban su familia y sus amigos. Veía a Shani, a Jawara, incluso a Thomas Myers. Todos con la mirada perdida en el infinito. Intentaba escarbar en la arena para sacarles, les agarraba e intentaba arrastrarles para que dejaran de hundirse, pero nada servía. Nia se llevó las doloridas manos al pecho y se echó sobre la arena, sobre sus rodillas.

Al levantar la vista, se encontró al lethifold encima de ella, levitando suavemente. Lo último que vio fue a la criatura cerniéndose sobre ella.

Nia abrió los ojos, ahora para volver a la realidad y escapar de su propia mente. La oscuridad parcial de su tienda la tranquilizó una vez más.

-Hey... - la voz de Bill la alejó de sus pensamientos. No tardó en sentir la suave caricia que recorría su costado de arriba a abajo y se dio media vuelta para estar frente a él.

-Hey. - contestó Nia, mirándole a los ojos. Bill le parecía cada vez más atractivo con el pelo suelto. Aunque posiblemente su opinión incrementaba con cada noche que pasaban juntos.

-¿Otra pesadilla?

-Sí, otra vez. - Nia suspiró, cansada. Todo el cuerpo le pesaba demasiado, y sentía como si se estuviera hundiendo cada vez más en la cama.

-¿Y si te hago olvidarla...? - Bill sonrió pícaramente y cesó las caricias para acercarse a ella aún más.

-Tus distracciones siempre son agradables, pero... - Nia rodeó con el brazo el cuello del joven y comenzó a acariciarle el pelo. - No es el momento.

Bill asintió y la miró directamente a los ojos, cambiando de uno a otro constantemente. Volvió a acariciarla con cariño, mientras dejaba caer la cabeza en la almohada. Era como si quisiera leerle la mente.

-¿Quieres compartir tus pensamientos conmigo? -le preguntó, una vez que Nia se hubo perdido en su propia cabeza.

-Bueno...

-Si no quieres, siempre puedes decirlo.

-Sí, lo sé. Es sólo que mis pensamientos son algo caóticos ahora mismo.

-Sacarlos fuera puede ayudarte a ordenarlos.

Nia se quedó unos segundos en silencio, mientras continuaba jugando con un mechón de pelo naranja, evitando la mirada de Bill. Sentía como si él pudiera ver a través de sus ojos todo lo que rondaba por su cabeza, y le daba algo de miedo pensar que eso pudiera pasar.

-Es que sigo sin comprenderlo. No entiendo por qué un lethifold está en Egipto.

-Me dijiste que era algo raro ¿no?

-Sí. Además, si se diera una mutación en su especie no sería aquí, sino...

-En su hábitat natural.

Nia asintió.

-Si le sumas que mis hechizos se desactivaron cuando entró en mi tienda y... ¡Los lethifold no hacen eso! No mutan tan rápido, ni rompen los hechizos protectores. Todo esto no tiene sentido.

-¿Cuántas veces te los has encontrado?

-Bueno... Sólo al de Brasil, y ahora a este.

Nia suspiró pesadamente y dejó de toquetear el pelo de Bill. Le acarició desde el hombro hasta el antebrazo mientras fruncía el ceño.

-Debería haberme dado cuenta antes. Si no hubiera desechado la idea de que sólo existían en Nueva Guinea, entonces ellos no...

-Eh. Mírame. - Bill le levantó la barbilla con suavidad, buscando sus ojos. Tras un leve titubeo, Nia le miró. - No es tu culpa. No tenías forma de saberlo.

-¡Pero se supone que soy la experta! ¡Debería saberlo!

-Y por ser la experta, ese lethifold está encerrado ahora mismo y no han desaparecido más personas. Gracias a ti estoy vivo, Nia.

Nia abrió la boca para contestar, pero de repente se quedó sin palabras. Bill le dio un rápido beso en los labios.

Nia dejó caer la cabeza en la almohada, derrotada, y se quedó mirándole. Bill sólo volvió a sonreír. La felicidad que desprendía su mirada era suficiente para bañar a Nia en una cálida sensación, aunque sus pensamientos de culpa no habían desaparecido del todo. No quería pensar más. No quería arrepentirse más.

Bill se alejó un poco, tumbándose boca arriba en la cama. Nia se acercó y apoyó la cabeza en su pecho, mientras le abrazaba.

-¿Puedo quedarme aquí un rato? - preguntó mientras cerraba los ojos y dejaba que su cabeza se centrase en los latidos del corazón del chico.

-El tiempo que quieras, pequeña. -contestó él, mientras le acariciaba el pelo.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyOnde as histórias ganham vida. Descobre agora