Capítulo 11

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El pelirrojo observaba todo lo que hacía su amiga, a quien las facciones del rostro le habían cambiado por completo y ahora mostraba un semblante serio y concentrado en cada movimiento, cada paso, cada detalle de todo lo que estaba haciendo.

Habían entrado en la tienda de la magizoologista a toda prisa, y ahora era Bill quien cargaba con la cría de kneazle enferma mientras Nia se dedicaba a buscar entre sus papeles. Cogió un pequeño cuaderno con la tapa de color rojizo y comenzó a pasar las páginas frenéticamente. Se paró en un instante, leyó un par de líneas (o eso creyó Bill, pues sus ojos se habían movido demasiado rápido) y entonces se acercó al muchacho para destapar un poco a la criatura. El pelirrojo miró con curiosidad cómo ella parecía inspeccionar aquel diminuto cuerpo, que presentaba un pelaje descuidado, de varios colores. Era una algarabía de tonos marrones, anaranjados, y cubierto de un manto de líneas negras. Sin embargo, su pequeña barriga tenía una mancha enorme de un blanco inmaculado.

Tras inspeccionar el cuerpo de la criatura, Nia volvió a cubrirle con las mantas y se precipitó hacia el fondo de su tienda, allá donde estaban los hábitats de sus criaturas. Entonces cayó en la cuenta de que él nunca había entrado allí, y no sabía qué era lo que guardaba en aquella parte. Supuso que simplemente tendría más instrumentos, pero no pudo evitar que su imaginación vagase entre varias posibilidades, a cada cual más descabellada.

Por su parte, Bill notó cómo algo le trepaba por la espalda. Se quedó inmóvil, pues el instinto le decía que no era algo peligroso. Y en efecto, una vez esa cosa dejó de trepar, se hizo visible, y el muchacho comprobó con alivio que sólo era la demiguise, que miraba con curiosidad aquel bulto que él llevaba.

Pasaron un par de minutos hasta que la morena cabellera de la mujer volvió a aparecer dentro del campo de visión de Bill. Para entonces, la demiguise ya se había bajado de la espalda del joven y los miraba a una distancia prudencial. Nia llevaba un pequeño frasco al que apenas le quedaba un cuarto de algún líquido, y ella se lo tendió al joven.

-Haz que se lo beba.

Y acto seguido, volvió a desaparecer hacia el fondo de la habitación. El pelirrojo, bastante desconcertado, obedeció. Se sentó al borde de la cama y apartó algunas mantas para descubrir a la cría. En el proceso, la rozó con los dedos y con alarma, descubrió que estaba cada vez más fría. Su pequeña barriga continuaba moviéndose arriba y abajo, pero su respiración era cada vez más lenta. No podía permitir que aquella criatura tan diminuta muriera entre sus brazos. Creyó entender un poco mejor porqué Nia y su propio hermano luchaban tan duramente por proteger a las criaturas mágicas.

Con cuidado, destapó la botella que le había dado Nia, y dejando a la criatura entre sus piernas, abrió con cuidado la boca del kneazle. Unos pequeños, brillantes y afilados dientes estaban repartidos por toda su limitada mandíbula. Ciertamente, era muy pequeño. Con delicadeza vertió aquel líquido dentro de las fauces del animal. Tras cerciorarse de que el kneazle había tragado lo que fuera aquello, el pelirrojo esperó.

Y continuó esperando varios minutos más. El animal parecía profundamente dormido, pero Bill comprobó que su respiración se estaba normalizando, y aunque aún no había recuperado su temperatura, al menos no continuaba enfriándose. Volvió a cubrirlo con las mantas con cuidado, y lo llevó con él cuando fue a buscar a su amiga, adentrándose en lo que hubiera más allá de su tienda.

Para su sorpresa, lo que se extendió ante sus ojos tuvo que dejarle impresionado. Unas escaleras no demasiado profundas le llevaban directo a una zona verde, cubierta de hierba. A la derecha, se alzaba una estructura de cristal donde se podían adivinar varias siluetas de plantas dentro. Una pala estaba apoyada a las afueras del edificio, y algunas hojas se habían abierto paso por roturas en lo alto de lo que parecía un invernadero. Si miraba más allá, sólo distinguía varios hábitats, como si fueran pequeñas zonas sacadas del mundo.

Adivinó cuál sería la zona del escarbato, pues una montaña de objetos dorados y brillantes no pasaba desapercibida. Sin embargo, lo que más le impresionó fue una zona de desierto, que parecía sacado del mismo desierto que rodeaba al campamento. Un enorme sol brillaba en lo alto, y justamente al lado de esa parcela, se imponían unas altas montañas que parecían tener su propio clima, pues variaba desde nubes grises que amenazaban con precipitarse como una tormenta sobre la cumbre, hasta ráfagas de viento que hacían que se adivinase algún foco de luz. Entre otros, también divisó un vasto bosque con altos árboles. Le pareció ver algún movimiento entre las ramas, y supuso que serían bowtruckles. Pero eso no era la única vegetación. Más allá del desierto, creyó llegar a ver un amplio bosque de bambú que parecía llegar a medir lo mismo que los árboles del bosque.

Encontró a su amiga cerca del invernadero, en lo que parecía su lugar de trabajo. Una extensa mesa de madera estaba a las afueras de la entrada de la estructura, y encima había un caldero que parecía estar cociendo alguna poción.

-Bienvenido. –Le saludó ella con una sonrisa. -¿Te gusta? Lo inspiré en los rumores que había sobre la maleta de Scamander. Aunque todavía sigo editándolo de vez en cuando, me quedan varios lugares que visitar para poder hacer los hábitats lo más parecido posible.

-Es... bastante impresionante. –Asintió Bill, y continuó mirando a su alrededor. ¿Cómo de grande sería aquello? – Siempre has admirado a Newt Scamander ¿verdad?

Ella asintió, mientras se acercaba para descubrir al pequeño kneazle y comprobar su estado. Tras considerarse satisfecha, volvió a prestarle atención a la poción que estaba elaborando.

-Siempre me ha gustado leer sus libros. Es una especie de ejemplo a seguir, supongo.

El muchacho pelirrojo continuó observándola. Su mirada siempre brillaba cuando hablaba de lo que era una especie de símbolo para ella. Recordaba los años en Hogwarts, cuando Charlie y Nia comenzaron a discutir sobre magizoologistas y sus logros. Se pasaron un mes completo hablando del tema, y Bill acabó encerrándose en la biblioteca para estudiar en un intento de evitarlos a los dos.

-¿Qué estás haciendo?

-Más antídoto. No me había dado cuenta de que tenía tan poco hasta que te he dado la botella.

-Entonces el kneazle... ¿estaba envenenado?

-Probablemente por una serpiente, sí. Tiene la marca de los colmillos en la pata trasera derecha.

Bill inspeccionó a la cría con interés, comprobando que lo que decía su compañera era cierto. Dos pequeños bultos, apenas perceptibles y de color rojo, estaban escondidos entre el pelaje del animal. Sin embargo, el joven continuaba preguntándose cómo había sido su amiga tan rápida en encontrarlos. Pero ahora se le presentaba otra duda aún mayor.

-Oye... ¿Qué vamos a hacer con la chica?

Nia se giró hacia él, y su mirada pareció nublarse entre dudas de nuevo. Con la tristeza que explicaba su rostro, Bill comprendió que aquella pregunta era complicada.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon