Capítulo 24

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La cortina que separaba la tienda de Bill con el exterior apenas se había movido. Simplemente se había balanceado como si de una ráfaga de viento se tratase. Pero Nia sabía perfectamente que lo que había penetrado en el interior no había sido algo tan inofensivo.

Para ser más exactos, era probable que lo que sus ojos contemplaban era algo tan mortífero como ingerir el más potente de los venenos. Sabía que se encontraba en un peligro inminente, y a pesar de que ya se había encontrado con algo así anteriormente, y su vida casi le había sido arrebatada en varias ocasiones, en aquel momento temía más por proteger al muchacho, pues era el que realmente estaba dormido de los dos.

Nia se movió lentamente, intentando parecer como si se estuviera moviendo en sueños. Al girarse sobre sí misma, comprobó que su varita continuaba en una pequeña mesita que Bill tenía al lado de la cabecera de la cama. Posteriormente escondió la varita bajo las sábanas, cerca de su rostro, y se movió de nuevo para poder ver con más claridad a la criatura.

La tela que colgaba sobre la entrada de la tienda, ahora estaba apartada hacia uno de los lados, pues el viento la había cambiado de lugar tras la intrusión, y la luz de la luna iluminaba el interior, así como aquello que Nia temía.

Apretando la varita con más fuerza entre sus manos, luchó por tranquilizar su respiración. Si no lograba convencer a aquel ser sin ojos de que estaba dormida, podría perderle la pista para siempre. Por encima del hombro de Bill, la joven se atrevió a volver a mirar a la criatura.

No estaba segura de si podría describir qué tipo de criatura era. Sabía su nombre, sabía su naturaleza, pero no le era tan fácil describirla como si fuera un felino o un equino. Parecía alguna especie de tela, que flotaba por encima del suelo y se movía lentamente, como si de algún tipo de niebla se tratase. A primera vista, cualquiera podría haberlo confundido con un manto de arena que se había colado en la tienda, simples trazos que se dibujaban con el viento, puro polvo del desierto.

Pero el desierto no flotaba por encima del suelo.

Nia continuó esperando, y sus manos temblaban a medida que aquel ser se acercaba. Había visto otro, sólo una vez. Y para su pesar, no había pasado demasiado tiempo. Nia había sido una necia, y a pesar del pánico se reprendía continuamente por haber descartado aquella posibilidad. Se reprendió por no haber confiado lo suficiente en sus propios instintos, que pocas veces le habían defraudado.

Mientras tanto, la arena se acercaba a los pies de la cama, como si fuera llevada por una suave brisa. Lentamente, aquella criatura se levantó varios palmos del suelo, y se quedó unos segundos flotando por encima de las cabezas de los dos. Nia se apretó levemente contra Bill, intentando ocultar su rostro y el hecho de que continuaba despierta. Por encima de ellos, un polvo silencioso que parecía estudiarlos a pesar de no tener rostro, ni extremidades, ni nada más que aquella liviandad.

Nia cerró los ojos y continuó aferrándose a su varita, mientras intentaba recordar el rostro de Bill. Sin embargo, ese rostro cambió en su mente a otro que reconocía demasiado bien. Lo más difícil de aquel hechizo, era que siempre se usaba en momentos en los que la esperanza y la felicidad parecían ser tan irreales como los cuentos de los niños.

En la oscuridad de su propia mente, se esforzó por recordar aquel momento. Se esforzó por mantener la sensación que le habían producido, se obligó a rememorarlos. El rostro de su hermano sonriendo apareció, y apreció la caricia de su mano revolviéndole el pelo. A su lado, la misma escoba que siempre había tenido. Tras eso, el recuerdo cambió. Nia sólo contemplaba el palo de la escoba que sus pequeñas manitas apenas conseguían rodear por completo, mientras que delante de las suyas, estaban las grandes manos de su hermano, que sostenían la escoba firmemente. A sus lados estaban sus brazos, que la rodeaban por completo y la mantenían protegida de caerse. Las piernas de su hermano mayor apenas se levantaron del suelo unos metros, pero fue suficiente para que la niña gritase de alegría, mientras la escoba recorría poca distancia a uno o dos metros de altura en mitad del jardín de la casa donde Nia se había criado.

La joven bruja volvió a abrir los ojos para centrarse en lo que realmente tenía delante en aquel momento. Con el recuerdo aun palpitando en su cabeza, y el rostro de su hermano sonriendo por encima de su cabeza mientras la veía reírse encima de aquella escoba, Nia apuntó la varita hacia aquel manto que había comenzado a descender lentamente sobre Bill. Del extremo de la madera, un haz de luz blanco se formó en mitad de la habitación, inundando la oscuridad de una potente luz que fue tomando forma. La joven notó cómo Bill se había despertado sobresaltado a su lado, pero ella sólo contemplaba al pequeño armiño que había conjurado. El animal se movió, trotando por el aire con sus pequeñas patitas, y aquel manto de arena comenzó a alejarse a una velocidad vertiginosa, precipitándose hacia la salida.

Nia se deshizo de las mantas que la cubrían y salió corriendo tras la criatura en pijama, sin importarle lo más mínimo la imagen que tuviera que dar. Aquel ser con la apariencia de la arena continuó escabulléndose de la mujer sin hacer el más mínimo ruido, sorteando elegantemente las diferentes tiendas que se alzaban en la noche.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora