Capítulo 43

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La furia que emanaba del pelirrojo parecía debilitarse. Los dos magos habían recibido hechizos ofensivos y estaban heridos y cansados. Ese podía ser probablemente uno de los enfrentamientos más largos que jamás hubieran tenido.

Otro hechizo alcanzó a Bill, que respiraba con dificultad. Lo lanzó por los aires y lo dejó tumbado en el suelo. El pelirrojo quiso levantarse lo más rápido posible, pero su cuerpo no le respondía. Su brazo continuaba aferrándose a la varita, y notó el metálico sabor de la sangre inundándole la boca. Cuando su cuerpo por fin respondió tras unos segundos durante los que el pánico le invadió por completo, consiguió incorporarse sólo para apoyarse en la arena con sus brazos y toser la sangre que se había acumulado. La arena se volvió carmesí, pero pronto se mezcló por el flujo de los granos y volvió a ser dorada. El chico siguió el movimiento de la extensión dorada y vio cómo se caía por el precipicio que les rodeaba.

-Nia...

-Podrías haber vuelto con tu familia, Weasley. –Edgar dejó soltar un enorme suspiro, como si realmente estuviera triste por la situación. –No me hace especial ilusión privar del mundo a un sangre limpia.

Bill se giró para ver al hombre, ahora bastante más debilitado, que se acercaba a él y le apuntaba con la varita. Intentó levantar la suya, pero su cuerpo estaba inmóvil, y sus brazos no le obedecían. Se sentía cansado, terriblemente cansado. Sólo le apetecía dormir en aquellos momentos.

Pero un chillido interrumpió toda la acción. Sobre la cueva se dibujó un enorme manto de estrellas. Por unos instantes, creyó estar viendo el techo del Gran Comedor de Hogwarts, y creyó ver una diminuta figura cruzando el cielo.

Un rayo cruzó la cueva para dar justamente a los pies de Edgar, interrumpiendo su avance. Varios más cayeron a su alrededor, imposibilitando que se moviera. Todo lo que podía hacer el mago herido era esquivar y repeler los ataques que le caían del cielo. Otro chillido se escuchó ahora más cerca.

Un fuerte viento se levantó, y Bill comprendió que no era viento corriente, pues se trataba del aire que movían las enormes alas de un hipogrifo que se acercaba a una enorme velocidad hacia ellos. Sobrevoló varias veces, atacando con sus patas a Edgar, quien se llevó múltiples arañazos en sus brazos y manos, hasta que le fue casi imposible sostener la varita entre sus manos debido al dolor. Sus manos ya no le respondían.

Entonces el animal voló más cerca, y de entre sus plumas salió quien había estado rezagada y oculta por la velocidad, la oscuridad del cielo nocturno y las enormes alas del hipogrifo; Nia lanzó un Petrificus Totalus que le dio de lleno a su tío. El hombre cayó irremediablemente en la arena, y el hipogrifo aterrizó en el suelo, dejando que la joven magizoologista desmontase y se acercase corriendo a un herido y debilitado Bill Weasley, que sonrió al verla y después perdió la consciencia.


Para cuando Bill despertó, una cálida sensación le inundaba el cuerpo. Shani y Jawara estaban a su lado, cuidando de él y curándole, y al girar la cabeza se dio cuenta de que el hipogrifo estaba echado en el suelo de la cueva acicalándose las plumas de las alas con una extraña tranquilidad. Buscó a Nia, pero lo primero que vio fue el trozo de tierra flotante que le despertó los recuerdos sobre qué había pasado. También se percató que la luz parecía diferente. Ahora había una enorme esfera de luz que brillaba en lo alto de la cueva, iluminándola con mucha más intensidad que las antorchas encantadas. Parecía menos lúgubre de aquella manera.

Poco a poco, fue consciente de que la cueva estaba llena de ruido. Había varias jaulas abiertas, y muchas personas vestidas de negro acorralaban a Edgar Edevane, que estaba posiblemente atado, pues tenía las manos a la espalda y estaba de rodillas entre la gente que lo custodiaba.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now