Capítulo 38

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-Así que aquí estás, eh... - se acercó hacia la débil luz de las antorchas, y permitió que Nia contemplase su rostro. Ella retrocedió instintivamente, con la varita en alto.

-Deberías tratar esa herida. –Contestó ella, en el tono más impasible que pudo elaborar.

Nia se había escabullido, sí. Contra todas las amenazas y advertencias, súplicas y peticiones de sus amigos, la magizoologista no había podido mantener la conciencia tranquila y había vuelto a la cueva para ver si era capaz de liberar a más de aquellas desdichadas criaturas. En mitad de la noche, se había sorprendido por haber encontrado tan poca resistencia para encontrar y entrar de nuevo a lo que se había pasado un año buscando. Cuando entró, no había nadie, o eso creyó. Claramente, sus creencias estaban equivocadas.

Era el mismo hombre que había visto en el festival, pero esta vez su rostro tenía una fea herida que marcaba claramente la garra de un hipogrifo. El hombre sólo sonrió y continuó aproximándose, paso a paso, con total tranquilidad, haciendo que Nia retrocediese. De nuevo, parecía estar solo.

-Allá donde vas, nos causas problemas continuamente. Ah, pero aquí no. Esta vez no te saldrás con la tuya. Ahora le tenemos a él.

-No te conozco, ni a ti ni a los tuyos.

-Y sin embargo has desmontado nuestros planes en varias ocasiones. ¿Vas decirme que no nos estabas siguiendo? ¿Acaso crees que voy a tragármelo?

-Digo la verdad.

Nia retrocedió y pisó en un terreno desbalanceado. A punto de perder el equilibro, consiguió volver a estabilizarse tras un simple traspiés que hizo que su corazón se le subiera a la garganta. Estaba completamente sola, pero incluso entonces sus ojos demostraban la fiereza que la caracterizaba. A pesar del miedo que tensaba cada músculo de su cuerpo.

-Edevane. –Nia se desestabilizó al oír cómo su propio apellido resonaba entre las cuerdas vocales del monstruoso hombre.

Aquel mago parecía relamerse de gloria cada vez que la veía sorprenderse, trastabillar, o percibir un atisbo de miedo y de duda en sus ojos. Ella no contestó, y él cesó sus pasos, así que Nia dejó de retroceder.

-En Nueva Guinea hiciste exactamente lo mismo ¿sabes? –comenzó a decir, aún con esa estúpida sonrisa que a Nia hacía que se le pusieran los pelos como escarpias. – El lethifold que habíamos soltado estaba saboteando aquella exploración. Éramos nosotros quienes íbamos a quedarnos con el oro de las ruinas. Pero no, tuviste que ahuyentarlo. Casi nos devora a nosotros. ¿Y ahora qué? Nuestro nuevo lethifold ha desaparecido, igual que se tragó a los miembros de tu querida excavación.

-Teniendo en cuenta la seguridad de las pirámides, sería más fácil robar el oro del propio Gringotts.

Una carcajada cruzó el aire, cortante, seca, intimidante. Varias criaturas se removieron incómodas en sus celdas.

-Edevane, Edevane. ¿Qué te hace tan especial justamente a ti? Vas a acabar igual que tus monstruos. Torturada, vendida a piezas al mejor postor, y sin nadie para salvarte.

Un chispazo de luz salió disparado de la varita de Nia, quien había esperado pacientemente lo que consideraba que era el mejor momento para su ofensiva. Una vez hubo decidido que no iba a recibir ninguna información nueva y que sólo estaba intentado amedrentarla, atacó, con la rapidez para pronunciar y lanzar hechizos que siempre había tenido. Pero aquel hombre no estaba desarmado, y su sonrisa se borró de sus labios tras el primer ataque. Quizás porque no se esperaba que sus monstruos dejasen de ser tan dóciles.

Con un Protego frenó los ataques de Nia. En realidad, ella sólo estaba calentando. Lanzaba conjuros de confusión o simples Expelliarmus en un intento de desarmar a su oponente. Las paredes de la cueva se iluminaban con la luz de sus hechizos como si fuera iluminada por relámpagos en una noche de tormenta.

Un paso atrás, otro más. Su contrincante estaba retrocediendo mientras se protegía y desviaba sus hechizos con la misma maestría con la que Nia los lanzaba. Su mirada ahora parecía mucho más oscura que antes, y sus labios se habían tornado en una mueca de repulsión y desagrado hacia la joven.

-Deja de jugar, niña. –La voz que salió de su garganta ahora estaba teñida de odio, que parecía corroerle hasta ennegrecer sus propias cuerdas vocales.

Nia cambió a una posición defensiva justo a tiempo. Con un hechizo protector creó una barrera entre ella y el ataque de aquel desconocido. La ráfaga de fuego que le había lanzado su oponente chocó con el muro invisible y se desvió hacia ambos lados de Nia. El calor que desprendían las llamas la hizo sudar y jadear, pero encontró que la magia de su adversario no era tan potente como creía en un principio.

Una vez las llamas se evaporaron, volvieron a encontrarse cara a cara. La ropa de Nia se había chamuscado un poco, pero no había llegado a arder. Aquel hombre leyó algo en el rostro de la joven que volvió a descomponerle. Con furia, blandió su varita hacia ella, y volvieron a producirse flashes de luz que recorrieron toda la cueva. Las criaturas se habían apartado de la parte frontal de sus jaulas y los miraban de forma desconfiada, asustadas y pegadas a las paredes.

Un hechizo, otro, otro más. Lo que había comenzado como un calentamiento se estaba alargando más de la cuenta, pues la defensiva de ambos parecía muy bien consolidada, pero las fuerzas habían empezado a flaquearles a los dos. El duelo empezaba a alargarse más de la cuenta, y Nia se encontró sumida en una especie de trance, donde luchaba por puro instinto debido a la rapidez del combate. Poco a poco, su cuerpo comenzaba a sentirse más pesado que antes, y sus movimientos se ralentizaban.

Pero eso no parecía apagar la llama de sus ojos, porque su contrincante parecía empezar a sufrir el mismo cansancio que ella. Entre las luces y sombras que explotaban en las paredes de la cueva, Nia creyó ver algo. Una figura.

Una figura humana que le resultaba extremadamente familiar. Desviar la vista esos segundos le costó su trance y su concentración, y pareció apagar su instinto unos segundos. Eso fue suficiente para no protegerse de un hechizo que la lanzó volando por los aires varios metros hacia atrás. Su adversario pareció tan sorprendido como ella, pero en seguida recuperó su postura. El cuerpo de Nia se levantó con dificultad, y volvió a recibir otro hechizo que la tumbó una vez más.

La risa de enloquecimiento resonó por la cueva esta vez, el hombre se había embriagado con la visión de la joven derrotada. El sabor metálico y caliente de la sangre se le acumuló a Nia en la boca, mientras en sus oídos zumbaban los gritos de los animales, que estaban aterrorizados.

Nia intentó levantarse, pero su cuerpo había dejado de responderle. Sus articulaciones no se movían. Los ojos del hombre la aprisionaron como una cautiva, y alzó su varita para volver a herirla, esta vez posiblemente de gravedad o mortalmente.

Nia contempló el chispazo verde dirigirse hacia ella, pero rebotó contra el aire y se desvió, perdiéndose en mitad de la nada. Unos brazos la cogieron y la cargaron, y la muchacha sólo vio la mueca desestabilizada de quien había estado a punto de matarla. Sus párpados se cerraron lentamente, oyó un grito de frustración, y después perdió el conocimiento.

Nia se despertó en su tienda una vez más. A los pocos segundos de abrir los ojos, vio el rostro de Jawara. Parecía haber estado velando por ella. Intentó incorporarse, y un pinchazo recorrió su cuerpo entero. Cuando miró hacia abajo, se encontró con las manos de Shani, que estaba al otro lado de la cama y murmuraba algunos hechizos que cerraban sus heridas lentamente.

-¿Qué...? –murmuró Nia, intentando articular la pregunta que quería hacer.

Jawara la empujó suavemente hasta que la joven quedó recostada en la cama de nuevo.

-Fui a buscarte a la cueva. Atacaron el campamento por la noche, seguramente después de que te fueras. Myers y los demás se ocuparon de ellos, pero al no encontrarte por ninguna parte, supusimos que habrías ido a la cueva. Esos hombres no estaban indefensos. Fue un ataque organizado, Nia. No sé qué buscaban o qué querían, pero no lo han encontrado. Se supone que los están interrogando ahora.

La joven volvió a hacer el intento de levantarse al escuchar eso, pero un nuevo pinchazo de dolor hizo que se arrepintiese, y se tumbó una vez más.

-Esto es todo lo que puedo hacer por ahora. –dijo Shani, mientras apartaba las manos del cuerpo de su amiga. Después, Nia cayó en los brazos de Morfeo una vez más.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWhere stories live. Discover now