Capítulo 16

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Bill se sentía completamente derrotado. Se habían encontrado en la pirámide con una maldición que no les permitía continuar, y todavía no tenía claro cómo iban a sortearla. Sus compañeros no habían salido heridos de milagro en el último intento que habían hecho, pero ahora tenía que admitir que Nia tenía razón; eran unos completos idiotas.

 Aunque habían limpiado varias salas desde que su amiga llegó a Egipto, no se habían encontrado con una maldición parecida, y sus compañeros creían que podían precipitarse contra ella como si fuera un juego de niños. Y a pesar de que al pelirrojo le fascinaba la aventura, adentrarse en la pirámide continuamente y descifrar los secretos que escondía, no podía negar que el peligro era indiscutible y tenía que ser precavido según ciertos obstáculos que se le iban poniendo en el camino.

Aquella vez, la maldición que estaba estudiando se trataba de una específica que se activaba con el sonido. Si daban pasos más fuertes de lo normal, si pronunciaban cualquier palabra o sonido, la puerta que tenían que cruzar comenzaba a iluminarse y les atacaba con un rayo que iba directo al lugar donde había detectado el sonido.

Y sus compañeros no ayudaban. Siempre entraban en el pasillo de forma ruidosa, y aunque Bill había sido el único que había conseguido llegar a la puerta para leer las runas que tenía escritas, al instante alguno de aquellos hombres le gritaba desde lejos, activando la puerta. Por poco el pelirrojo conseguía escapar, pero estaba comenzando a desgastarse mentalmente por trabajar con ellos dos. Se preguntó si podría pedirle al supervisor entrar a la pirámide con otras personas, o incluso él solo. Debido a los sucesos en el campamento sobre los "abandonos", se habían creado grupos de trabajo para intentar mermar los daños en las pirámides, pero era bastante obvio que las desapariciones sólo se producían por la noche y que las maldiciones de las pirámides poco tenían que ver.

Mientras caminaba por el campamento con un hambre voraz y directo a la carpa correspondiente para almorzar, la cabellera morena de Nia apareció en su campo de visión y se giró para saludarla, pero antes de poder siquiera levantar el brazo, su amiga había desaparecido entre las tiendas. Algo aturdido y preguntándose si se lo había imaginado, se fue a almorzar.

Varias horas después, volvió a ver a Nia, pero ella parecía tan atareada yendo de un lado a otro que se dedicó a observarla cada vez que pasaba cerca. Se habría acercado a decirle que aquella tarde tendría un hueco libre, un descanso para el que apenas le daba para tomar una cerveza, pero la veía tan concentrada en sus quehaceres que prefirió no molestarla. Aunque se mantuviera al margen, no podía evitar que su curiosidad aumentara. Siempre que se había encontrado con su amiga y tenía aquella mirada resolutiva, había un plan alocado detrás. Como aquella vez que hizo que un centauro se reconciliase con su manada y le retirasen el exilio, cuando aún eran estudiantes en Hogwarts. La chiquilla se había pasado meses entrando y saliendo del Bosque Prohibido sin que un solo profesor se enterase.

El turno de trabajo de tarde tampoco había resultado nada productivo para Bill. Había conseguido apuntar alguna runa más, pero sus compañeros habían vuelto a hacer ruido cerca del pasillo y Bill había tenido que esquivar, con el corazón en un puño, los múltiples rayos mortales que había lanzado la puerta.

Bien entrada la noche, volvió a buscar a su amiga para preguntarle qué estaba haciendo, pero no la encontró en su tienda. La buscó por el campamento con curiosidad, y algo de preocupación, porque sentía que estaba cerca de meterse en líos.

La encontró escabulléndose de forma bastante sospechosa hasta el aparcamiento, y la siguió, enfrentándola cuando estuvo a punto de coger el coche.

- ¿Qué haces?

- Habla más bajo. –Nia se llevó un dedo a los labios, para ilustrar su propia frase. Acto seguido se metió en el coche.

Con curiosidad, el pelirrojo se sentó en el asiento del copiloto y se quedó mirándola, sin descifrar qué era lo que estaba haciendo. Tras haber arrancado, comprobó que se dirigían al pueblo.

- Que sepas que esto te hace cómplice. –Dijo Nia de repente, interrumpiendo el silencio de la noche.

- ¿Cómplice de qué?

- De tener a Shani escondida en mi tienda.

- Perdona... ¿qué? ¿Por qué vas a raptar a una muggle?

Por toda respuesta, Nia sonrió y le lanzó una rápida mirada a Bill antes de volver los ojos al extenso desierto por el que conducía. 

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyWo Geschichten leben. Entdecke jetzt