Capítulo 18

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Los días pasaron desde que Shani se había instalado en la tienda de Nia. Bill continuaba enfrascado en la nueva maldición de la que se hacía cargo, ahora sin ambos compañeros que interrumpieran su trabajo, y encontraba su solitaria investigación muchísimo más fructífera que en cualquier mes que le precediera. Por su parte, Nia había intentado interrogar a Jawara, pero aparte de corroborar la versión de Bill en cuanto a la supresión de recuerdos, no le dio ningún otro dato de importancia. Sus días habían consistido en enseñar a Shani nuevas cosas sobre la crianza de criaturas mágicas, y comprobar con sorpresa que la egipcia aprendía extremadamente rápido. Entre tantos asuntos que llamaron su atención, Bill y Nia no habían tenido ni un solo momento a solas.

Pero en aquel momento, las vistas eran espectaculares. La extensión de arena se había oscurecido notablemente tras la caída del sol, y una enorme esfera blanca era lo que ahora los iluminaba. En mitad de aquel páramo, apenas se distinguía el coche que los había llevado hasta aquel punto, perdido en mitad de las dunas. Ambos ingleses habían "tomado prestadas" unas tumbonas que encontraron en el campamento, sin vigilancia ninguna. Y la flor y nata de la velada; un infinito vacío plagado de pequeñas estrellas que les componía un precioso espectáculo de luces. En silencio, bebían e intercambiaban de vez en cuando algunas palabras, pero el cielo se llevaba la mayoría de los pensamientos de ambos.

-Bill... ¿cuántas cervezas te has tomado?

-Tres o cuatro, supongo.

Nia le miró con incredulidad a la vez que se incorporaba lentamente en su asiento, ya que a ella apenas le había dado tiempo de terminarse una sola cerveza, pero las botellas vacías al lado de la hamaca del pelirrojo corroboraban su versión.

-No sabía que te gustase tanto el alcohol.

-Y no me gusta tanto. -Replicó él, que continuaba tirado en su hamaca y no había quitado la vista de aquel cielo plagado de estrellas.

-¿Entonces por qué estás bebiendo tanto hoy?

-Porque al parecer, el alcohol me da valor.

La joven lo miró sin comprender absolutamente nada de lo que se le estaba pasando a su amigo por la cabeza.

-¿Hay algo que quieres decir?

-Decir, hacer... No hay diferencia.

El silencio se instauró entre los dos durante varios minutos. Nia decidió darle el tiempo necesario para que dijera lo que quería decir, y por alguna razón su mente vagó de una posibilidad a otra. Estuvo enfrascada en sus pensamientos un largo rato, mientras las estrellas los acompañaban a los dos. Ambos sentían que sus propias mentes estaban tan desordenadas como el firmamento.

-Si hago algo que sale mal... ¿Seguirás siendo mi amiga? -preguntó Bill de forma abrupta. Nia se incorporó de nuevo, ahora hasta llegar a sentarse, y se quedó mirándolo fijamente. Hacía años que no lo había visto tan inseguro sobre algo.

-Claro, pero... ¿Qué te pasa?

-Tú.

-¿Yo qué? -Nia comenzó a reírse. Se había levantado de su asiento y había caminado, descalza como estaba, hasta dónde Bill estaba tumbado. Él la miró, y por primera vez en muchísimo tiempo, sintió que estaba asustado. Y ese miedo se expresaba por su mirada, mirada que Nia estaba empezando a comprender.

-Me gustas, Nia. -Murmuró Bill, en un susurro. El corazón de Nia se aceleró, pero ella lo disimuló con una amplia sonrisa, aunque seguramente su mirada expresase su felicidad.

-Gracias. -Contestó ella, para sorpresa del pelirrojo, pues la mueca que se había formado en su rostro expresaba todo su desconcierto.

-¿Gracias?

-Pues sí, gracias. Es bonito gustarle a alguien ¿no crees?

La mueca de Bill comenzó a transformarse en una sonrisa, y a los pocos segundos, el muchacho estaba riendo.

-Sinceramente, me esperaba de todo menos eso.

-No sé si eso es un halago o no.

Un nuevo silencio volvió a reinar entre los dos, pero esta vez, el ambiente parecía menos tenso que en las pausas anteriores.

-Supongo que no es correspondido, ¿no? -se atrevió a preguntar Bill, que miraba cómo ella había vuelto a incorporarse y ahora estaba mirando el cielo nocturno, en vez de estar inclinada hacia él.

-Si hago algo, aunque me equivoque, ¿seguirás siendo mi amigo?

-Claro.

Y entonces Bill vio el tiempo como si fuera a cámara lenta, porque su cerebro no era capaz de procesar la información. Nia había vuelto la cabeza hacia él y ahora dejaba caer el peso de su propio cuerpo encima del suyo. Sus antebrazos, ambos a los lados de la cabeza del pelirrojo, soportaban gran parte del peso de ella. El peso restante, se repartía sobre el cuerpo del joven. La hamaca se hundió más en la arena, pero a ninguno de los dos le importó.

-Bill. -Susurró ella, a escasos centímetros de su cara, lo que hacía que el corazón del pelirrojo se acelerase como no se aceleraba en años.

-Dime.

-¿Puedo besarte?

-Todas las veces que quieras.

Nia acortó aún más las distancias, hasta que sus labios se juntaron. Era un beso suave, apacible, pero con tantas emociones dentro como estrellas tenía el cielo que era testigo de aquella escena. Bill alzó lentamente los brazos, y hundió sus manos en el espeso y caótico cabello de la joven.

Poco a poco, los besos que eran lentos y tímidos, comenzaron a cargarse de toda la fiereza y pasión que ambos habían estado intentando ocultarse a sí mismos durante meses.

Lo que el desierto esconde || Bill WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora